"Nos preocupa el mundo que dejaremos a los que vienen detrás"

Honorio Romero, Javier Otal y Carlos Pauner se aferran a valores como el esfuerzo, el respeto y la generosidad como antídotos a la deriva de una sociedad que transita por una senda nada halagüeña.

Javier Otal, Honorio Romero (sentado) y Carlos Pauner, tres de los galardonados en ediciones anteriores, en la sala Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.
Javier Otal, Honorio Romero (sentado) y Carlos Pauner, tres de los galardonados en ediciones anteriores, en la sala Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.
Oliver Duch

Según la cuarta acepción del diccionario de la Real Academia, un desafío es la acción de enfrentarse a las dificultades con decisión. El catedrático Javier Otal (Zaragoza, 1951), el notario Honorio Romero (Santa Eulalia del Campo, 1949) y el polifacético alpinista Carlos Pauner (Jaca, 1964), todos ellos premios HERALDO, han hecho de sus vidas un continuo desafío, una lucha perpetua contra los elementos y las contrariedades que se les han presentado. Una batalla diaria de la que han escapado con el premio del éxito profesional y el reconocimiento social.

Se citan en la emblemática sala Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Una elección nada casual. Todos ellos se licenciaron en dicho centro docente. Romero en Derecho, Otal en Matemáticas y Pauner en Químicas. Distintas disciplinas, pero no tarda en brotar una conexión automática.

Los tres comparten orígenes humildes y su creencia en la importancia de lo acaecido en la infancia y en la juventud como base de acción de lo que se desarrollará a posteriori.

"Era un niño modélico, muy bueno, muy simpático y que sacaba buenísimas notas. De mi familia lo que más aprendí fue el esfuerzo. Era una familia de clase baja. Mi padre regentaba una vaquería en Zaragoza que pertenecía a mi abuela, con la que vivíamos. Era una labor muy humilde, ordeñar las vacas. De niño recuerdo que ayudaba a limpiar a los animales. Mi abuela nunca quiso que me enseñaran a ordeñar para que no me dedicara a eso. Pero siempre colaboré, incluso cuando estudiaba la carrera, me levantaba muy temprano para echar una mano a mi padre", rememora Otal.

El que fuera primer premio Heraldo en 2004 concluye esta reivindicación de sus raíces: "Estoy muy orgulloso de esa infancia. Aprendí a valorar, sin darme cuenta, muchas cosas, sobre todo el esfuerzo de mis padres para sacarnos adelante, teniendo en cuenta que en aquellos tiempos los estudios de los hijos se pagaban a tocateja. El esfuerzo y la constancia son básicos en la vida. No vale con esfuerzos eléctricos si no son continuados. Si te caes te levantas y si te rompes la pelvis, te operas. Tienes que tener una ilusión y completarla con tu voluntad porque nadie te regala nada. He tenido la suerte de hacer lo que me gustaba, cosa que no sucede mucho hoy en día. Pero creo que llegué a esa meta porque me movía la ilusión de conseguirlo".

Toma la palabra Honorio Romero, maestro de notarios y presidente de la Fundación Bancaria Ibercaja. Su relato transita por una senda pareja a la de Otal. "La mía fue una infancia maravillosa en Santa Eulalia del Campo (Teruel), en contacto permanente con la naturaleza. Recuerdo con mucho cariño a mis maestros de la escuela y a los amigos de entonces, que siguen siéndolo ahora, aunque algunos lamentablemente ya han fallecido. Mi padre regentaba una carpintería junto a mis tíos. Visito regularmente mi pueblo, pero no fallo nunca a las fiestas, donde suelo ir seis días. La infancia de un niño de pueblo era preciosa en aquella época. En parte, estábamos muy cerca de la Edad Media. Prácticamente no había ni tractores, ni cosechadoras, ni televisores… La radio (el transistor) nos parecía un milagro, que se comunicara sin cables. ¡Cómo ha cambiado todo! La imaginación era más importante que ahora. Íbamos al campo a coger peras, a pescar cangrejos en el río Jiloca o a practicar juegos que nos inventábamos sobre la marcha", rescata.

Una etapa fértil y absolutamente decisiva, sin la que no se explica su camino posterior. "Adopté e interioricé unos valores que jamás me han abandonado. En primer lugar, las raíces, que te marcan para siempre. Un individuo o una sociedad sin raíces están abocados al fracaso. También me inculcaron el valor del respeto a los mayores y a los maestros. Y, sobre todo, la importancia del compromiso y el trabajo como única forma de progresar en la vida. A mis padres nunca los vi de vacaciones, siempre estaban trabajando con una ilusión tremenda para sacar a la familia adelante y para que sus hijos tuvieran una vida mejor. Soy el primer miembro de familia licenciado en la Universidad y eso me llena de orgullo porque plasmé todos los sacrificios que habían hecho mis padres y supe corresponderles", indica.

Carlos Pauner, el primer –y único– aragonés en coronar los 14 ochomiles, completa este viaje al pasado. "Tengo inquietudes desde pequeño. Creo que esa una de las claves de lo que ha venido después en mi vida. Era un niño muy curioso e inquieto, que no dejaba de explorar mundos muy diferentes. Fue el motor para ser muy activo y lanzarme continuos desafíos en mi vida. Por ejemplo, comencé a escalar con solo 15 años y descubrí una realidad asombrosa. Con 14 años me introduje en el mundo de la química y enseguida me di cuenta de que quería profundizar en aquello. Me licencié y durante algunos años trabajé de químico. Tengo innata la capacidad de buscar proyectos y conducirlos. Y todo nació de la curiosidad y por la necesidad de preguntarme el porqué de las cosas desde bien chiquito. No me dolían prendas en leer muchísimo de los temas que me interesaban", aduce.

Tropezar y levantarse

El itinerario vital no se ciñe a las subidas y a las conquistas. A menudo, el guión reserva unos giros argumentales absolutamente maléficos que ponen a prueba los principios, la fortaleza y las certezas.

Bien lo sabe Javier Otal, quien padeció un ictus a los 41 años. Un terremoto al que sobrevivió y que terminó por enriquecerle. "Fue como estrenar una nueva vida porque se removieron los cimientos de mi vida. Fue un proceso físico y mental muy duro", reseña.

Una dualidad que comparte: "En lo físico tenemos la suerte de contar con un estupendo sistema de salud en el que me cuidaron y rehabilitaron. La educación y la sanidad son las dos patas fundamentales de nuestra sociedad porque son las que conducen al bienestar de las personas. Físicamente fui muy bien atendido. Podemos sentirnos orgullosos de nuestra Medicina Pública. Hay que decirlo bien alto porque a veces nos da por cargárnosla o menospreciarla".

Y completa: "En cuanto a lo mental, soy un profesor muy duro. En términos matemáticos se llama aproximaciones sucesivas. Yo no soy de esperar que la puerta se abra del todo. Fui muy proactivo desde el principio gracias a mi familia y a mis amigos. He tenido la gran suerte de contar con un apoyo total por parte de ellos. Eso es fundamental para que ahora esté aquí".

Llegados a este punto, Otal proclama su apuesta arrobada por el factor humano y por el núcleo familiar: "Frente al individualismo tan en boga, yo reivindico la unidad familiar. Es esencial en todos los órdenes de la vida. Me agrada pensar que tengo muy buenos amigos, muy buenos conocidos, muy buenos compañeros… Se recibe lo que se da. Yo me porto muy bien con la gente y a la inversa".

Carlos Pauner asiente. La montaña le ha provocado lágrimas de alegría, pero también de luto. Otra salvaje dualidad que ha cincelado su madurez. El alpinista que coronó el K2 en 2001 –su primer ochomil–, poco se parece al que holló el Everest en 2013.

"No soy el mismo Carlos. Han sido 12 años de experiencias extraordinariamente intensas y fuera de lo normal. Desde accidentes a pérdida de amigos, pasando por éxitos y reconocimientos. El aprendizaje personal es brutal y sólo puedes llegar a él en esas circunstancias. Me siento muy afortunado por ello. La montaña me ha esculpido prácticamente una forma de vida. Después de eso ya no hay vuelta atrás, ya no me sentiré estancado nunca. Siempre estaré intentando abrir puertas desconocidas", detalla.

En las alturas de los colosos del Himalaya se manejan sentimientos extremos: "La montaña es muy extrema. Vives momentos terroríficos, como que se mueran compañeros con los que has estado hablando o compartiendo el desayuno unos minutos antes y con los que has vivido muchas cosas importantes. Se gestiona de una forma muy fácil: empatizando con ellas, poniéndome en su lugar. Esos amigos que se han dejado la vida en las montañas han sido muy felices, han hecho lo que les dictaba su corazón y han sido dueños de sus sueños. Yo me siento exactamente igual. Su vida ha sido más corta pero probablemente no la hubieran cambiado por otro tipo de vida más larga pero sin esos alicientes. No hay salida y haces aflorar lo bueno: me quedo con la oportunidad de haber conocido a personas tan interesantes en situaciones tan extraordinarias. Todos vamos a morir, pero la cuestión no es tanto cuándo mueres, sino cómo mueres".

Tantos reveses han dotado a Pauner de un arsenal de herramientas que emplea en su día a día a pie de suelo: "Sobre todo me ha enseñado a saber disfrutar del esfuerzo y a que las cosas que merecen la pena cuestan. He descubierto penas y alegrías en ese camino de dureza, exigencia y sinsabores. Terminas por gozar del sacrificio y no quieres que acabe. Además, en la montaña aprendes mucho de amistad, de compañerismo, de trabajo en equipo, de conocimiento personal, de liderazgo…".

Entrega y solidaridad

Abrazar la cima en lo personal y en lo profesional de poco sirve si no se puede compartir y expandir. La docencia es, tal vez, el vehículo más directo para sembrar conocimiento y experiencias.

Honorio Romero lleva 33 años ‘robándole’ horas a su apretada agenda para ayudar altruistamente a los candidatos a convertirse en notarios mediante las oposiciones. "Procuro estar lo mejor formado posible. Desde 1984 llevo preparando a opositores a la notaría de forma altruista, ayudando a generaciones enteras de notarios que vienen de toda España. No cobro nunca nada porque vivo de mi profesión. En 1993 me entregaron la Cruz de San Raimundo de Peñafort por este motivo", revela.

Una actividad que le reporta múltiples satisfacciones. "La mejor forma de aprender es enseñar. A lo largo de estas tres décadas me he dado cuenta de que el principal beneficiado soy yo. Me enriquece estar constantemente en contacto con gente joven. Mantenemos conversaciones que son muy ricas. Y me ha permitido ser testigo del cambio generacional que se ha producido. Las personas de 26 años de ahora no tienen nada que ver con las de los 80. Ese permanente contacto me obliga a reciclarme en todos los sentidos. Es una labor dura a la que hay que añadir la responsabilidad que supone ya que, si les asesoras mal, suspenden", reconoce.

Javier Otal también disfruta de primera mano del cariño y del respeto de centenares de estudiantes que han desfilado por sus aulas. "La felicidad nunca se alcanza, pero se tiende a ella. Títulos académicos no puedo tener más, pero mi mayor logro profesional es que los alumnos me aprecien. Cuando he dejado de darles clase compruebo que me ven con simpatía. Ese contacto personal es lo que más me ilusiona. Soy un privilegiado. Cojo alumnos universitarios, que tienen al menos 18 años y son personas educadas y con gusto por el estudio. He estado con gente que me podía escuchar y que les he visto evolucionar sin que ellos se dieran cuenta. Hay muchos que me paran por la calle y hablamos de lo que sea. El otro día charlé con uno de música, de que tocaba el pianista Sokolov en la sala Mozart. Ojalá pudiera ir yo a esas horas a ver a Sokolov, le dije. Estuve los días posteriores escuchando sus discos en casa y leí la reseña del concierto. También hablo con los que han sido mis alumnos de fútbol, que es otra de mis pasiones. Me agrada porque han encontrado en mí un terreno para hablar. Yo se lo he cedido gustosamente", presume.

Ni la larga lista de galardones que figuran en su currículo ni su elección como uno de los 2.000 intelectuales más influyentes del planeta, compiten con esa recompensa espiritual e intangible. "En la universidad y en el mundo que vivimos estamos muy incardinados en cifras. Has publicado tantos trabajos, tienes tantos méritos… Vale, eso te deja una gran satisfacción, pero el trato personal no tiene rival. Cuando me cuentan estas cosas siempre recito una poesía de Machado. Dice: ‘El ojo que miras no es ojo porque tú lo veas sino porque te ve’. Yo creo no haber hecho suficientes méritos para que la gente me vea de una forma tan maravillosa. Pero lo dicen los demás", pronuncia.

Los retos de Aragón

Pese a su vocación universal, Otal, Romero y Pauner comparten un profundo amor por su tierra, que, en ocasiones, les lleva indefectiblemente al dolor. Un tiovivo de sentimientos, decepciones y esperanzas que verbalizan en un rico debate que inicia el alpinista.

"Aragón es una tierra difícil. No hay tantas oportunidades como en otros territorios. Uno de los problemas es la despoblación. Somos pocos aragoneses y eso hace que nuestro peso en la masa crítica del Estado no es muy grande. Tenemos la gran fortuna de contar con el mejor territorio de España y de los mejores que he conocido en mis viajes por el mundo. Tenemos sierras como los Pirineos, Guara y el Maestrazgo, valles, desiertos, paisajes muy poco transformados. Tendríamos que mirarnos mucho más al ombligo, algo que no hacemos habitualmente. Parece que fuera todo lo hacen bien, pero no es así. Contamos con gente muy brillante en todos los ámbitos: música, medicina, ciencias, deporte… Y nuestro territorio es extraordinario con mayúsculas. Tenemos que poner en valor todo esto a través de un mayor apoyo de la estructura política e institucional", asevera Pauner.

Romero profundiza en esta argumentación. "Los aragoneses debemos creer más en nosotros mismos. Somos trabajadores, pero al estar con vecinos tan potentes como los vascos o los catalanes, no desplegamos todo nuestro potencial. Hay aragoneses que triunfan fuera, pero como Comunidad no estamos a esa altura. Un motivo importante es la despoblación. Yo soy de Teruel, que tiene una densidad de población inferior a la del desierto. El clima también influye, pero también es fría Noruega o Suecia. También nos penaliza el envejecimiento de la población y lo poco que se cuida al empresario aragonés. Una sociedad sin clase media no puede tirar para adelante y la clase media está bajando de nivel alarmantemente. El tratamiento fiscal tan injusto que estamos sufriendo los aragoneses frente a los madrileños, vascos, navarros u otras comunidades, hace que haya un importante desplazamiento de población de clase media alta. Eso influye en que parte de la riqueza aragonesa se fagocite", aduce. Y sirve su propio ejemplo como preparador de opositores para invitar a desterrar corsés y complejos. "Los aragoneses no tenemos que sentirnos inferiores. Yo comencé con la preparación de las oposiciones a notaría porque pensé que no era necesario ir a Barcelona o Madrid para hacerlo, que desde Zaragoza también se podía. No somos más tontos. Y hemos conseguido que la Academia Zaragoza sea una de las punteras en España. Si eso lo aplicamos a todos los campos, podremos ocupar el lugar que merecemos", remacha.

Otal focaliza el análisis en el ámbito universitario, con especial énfasis en la investigación. Se muestra muy crítico con la falta de medios que sufre –tanto en Aragón como en el resto del Estado– un área tan estratégica para el futuro de la Comunidad.

"Mi diagnóstico es completamente negativo. El daño que se está haciendo es irreparable. Mi caso es modesto porque yo hago investigación básica, no orientada a hacer algo en concreto e inmediato. Hace poco he escrito felicitando a amigos a los que han concedido fondos europeos, pero yo no necesito un millón de euros, a lo mejor me basta con 1.000 euros al año. Todo es muy relativo. Hacer un agujero como el que ha habido en los últimos tiempos, con un desprecio tan aparente a la investigación, es como pegarse un tiro al pie. Es como quitarse la vida futura", denuncia.

Este catedrático ha sido testigo de la consecuencia directa de esta carencia de oportunidades: muchos de sus alumnos han emigrado a otros países en los que aplican los conocimientos que les han transmitido.

"Es un desperdicio absoluto. La sociedad debería ser consciente de lo que perdemos y ponerles grilletes para que no marchen. Lo que cuesta preparar y formar adecuadamente a este tipo de personas… y las dejamos marchar a Alemania para que hagan de ingenieros. Yo también tengo una hija en el extranjero voluntariamente, pero hasta cierto punto. Aquí no podría hacer lo que está haciendo fuera. Lo peor es la gente que tiene que marchar porque no tiene ninguna opción. Es un drama personal y colectivo del que no podemos sentirnos nada orgullosos", lamenta.

Un enojo que Otal, pese a su tono mesurado y contenido, no disimula. "Un país que se enorgullece de crear 500.000 puestos de camareros con un trabajo con contratos limitados y precarios, y que desprecia todo lo relativo a formación, se califica a sí mismo. No voy a ser demagogo. El sector turístico hoy por hoy es capital en la economía española, pero vanagloriarse de ello cercenando la educación superior… ¿Cuánta gente dejó de estudiar en los tiempos de la burbuja inmobiliaria por el dinerito que se ganaba y ahora no tiene nada?", incide.

Sin embargo, Otal abre una rendija a la esperanza. "A pesar de que es difícil ser optimista con las cosas raras que ves, yo siempre tiendo a decir que la ilusión de la gente le hará tirar para adelante. Estoy seguro de que no nos quedaremos atrás, pero será difícil porque se han hecho las cosas muy mal. Hoy en día todo el sistema público depende de la gestión de algunos. Los investigadores estamos machacados. Todo lo que debieran ser ayudas son obstáculos en el camino. Lo digo yo que soy un humilde investigador. La gente que tiene grandes proyectos y laboratorios podría hablar más claro", finaliza.

El desafío del futuro

¿Qué mundo entregaremos a nuestros hijos? ¿Y a nuestros nietos? Dos preguntas recurrentes en el género humano que también repiquetean en el imaginario de estos tres insignes aragoneses.

Honorio Romero, padre de tres hijas y abuelo de dos nietos, abre fuego. "Me preocupa muchísimo qué sociedad y qué planeta ‘heredarán’ mis nietos. No sé qué seremos capaces de dejar a estos niños. Creo que no les dejaremos una sociedad tan buena como la que vivimos nosotros. Y todo por esa falta de ilusión y de sentido común. Parece que nos han descerebrado. Habría que volver y leer constantemente el ‘Tratado de la tolerancia’, de Voltaire. Además, los políticos están dando muy mal ejemplo. Los insultos permanentes no se pueden consentir. Estás con uno o contra uno, no hay matices ni término medio. Puedo opinar diferente que tú, pero eso no quiere decir que esté en tu contra. Se ha bajado mucho el listón", dice.

La nube de la preocupación también se posa sobre Javier Otal. "Hay muchas cosas que sin duda van a peor. Me preocupa enormemente qué mundo les dejaremos a los que vienen por detrás. Si tú te pones en tu clase y cierras la puerta, vives una vivencia que no tiene nada que ver con lo que sucede fuera de esas paredes. Lamentablemente, somos del día a día y del que venga atrás arree. Pero, por otra parte, guardo la ilusión de que la gente sea capaz de reaccionar y transformar la situación", afirma.

Carlos Pauner mantiene este tono crítico, focalizándolo en el planeta que legaremos a las generaciones vendieras. El altoaragonés da un aldabonazo encaminado a despertar conciencias y voluntades.

"No nos damos cuenta de la fragilidad de nuestro pequeño planeta azul, un planeta que es único en el sistema solar. Es un equilibrio entre gases, corrientes, temperaturas, la energía solar… La acción humana es la única que puede modificar estos equilibrios. Debemos tener claro que, pase lo que pase, el planeta sobrevivirá durante millones de años. Pero la supervivencia de nuestra especie está limitada a unas condiciones muy específicas en cuanto a temperatura, régimen de lluvias… Superpoblar el planeta y romper ese equilibrio nos puede pasar una factura muy cara en lo relativo a ser la especie predominante. Nos sucederán otras especies que se acostumbren a esas nuevas condiciones", detalla.

Un panorama sombrío que se puede revertir si se cumplen unos principios que desgrana: "Lo primero es concienciar a las personas de que el planeta tiene unos recursos y una capacidad limitados. Lo segundo es convencer de que nuestro comportamiento individual, aunque parezca nimio, influye. Desde tener la ducha abierta mucho rato hasta coger el coche cuando no es necesario, pasando por tirar en exceso de aires acondicionados y calefacciones. Todos esos pequeños detalles multiplicados por los miles de millones de personas son una monstruosidad".

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