Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

LAS MEJORES BIOGRAFÍAS MUSICALES LLEVADAS AL CINE 

'Biopics', pulgar arriba (Última toma)

Pese a tan difícil cometido, como es caracterizar fidedignamente el físico y la música de un artista, no son pocas las biografías musicales que lo han conseguido

Sam Riley encarnando a Ian Curtis, de Joy Division, en el 'biopic' Control
Sam Riley encarnando a Ian Curtis, de Joy Division, en el 'biopic' Control
Archivo de Matías Uribe

Tiempo en esta tercera y última entrega sobre los ‘biopics’ de levantar el pulgar, siquiera tímidamente. La primera vez que aguanté un ‘biopic’ enterito, y no me dejó mal sabor, lo que no indica que la excepción confirme la regla, fue viendo enterito Walk The Line, con Joaquin Phoenix doblando a Johnny Cash. Asombroso: Phonenix cuadraba la voz del “hombre de negro” y en historia, tan americana pero tan hermosa, Reese Witherspoon se salía de la pantalla en belleza y voz, interpretando a June Carter, la segunda esposa de Cash.

Ray es también un excelente espectáculo cinematográfico, con excelente fotografía y ambientación, y su doblador y protagonista, Jamie Foxx, clavó la voz original de Ray Charles. Como igualmente ocurrió en Bird (1988), otro de los ‘biopics’ salvables, por la buena caracterización de Charlie Parker, por recoger el sonido original de su frenético saxo, aunque con los acompañamientos retocados, y por la excelente dirección de Clint Eastwood, un gran amante del jazz. Por ahí anduvo también Alrededor de la medianoche (1986), subrepticiamente una historia sobre Lester Young y Bud Powell, dirigida con mano maestra por Bertrand Tavernier y con intervención estelar de Dexter Gordon, y a más distancia Herbie Hancock y Bobby Hutcherson.

Por Respect (2021) corría una voz imponente y unas canciones de marca, canciones icónicas del soul, interpretadas por su reina, Aretha Franklin, y envueltas en una historia secular del pueblo negro, la segregación racial, con el mismo Marty Luher King como tío adoptado por la cantante. La Metro echó su poderío para sacar adelante una de las mejores películas del género, gran cine de biopelícula.

¡Con cuanto sentido, aunque fuese a través de una hiperbólica metáfora, homenajeó Don McLee a Budy Holly en American Pie! El día que la música murió, cantaba el singular cantautor norteamericano, evocando aquella fecha en que el joven autor de Peggy Sue o la vibrante Ready Teddy murió una fría y nubosa noche de invierno de febrero de 1959 al estrellarse la avioneta que lo llevaba a Moorhead, Minnesota, donde debía actuar al día siguiente. Holly no era un rocker al uso ni físicamente ni musicalmente: gafoso, menos circense, por así decir, y hasta si se quiere menos eléctrico, sin embargo, abarcó la producción, el canto, la guitarra, el piano y la composición, no teniendo que recurrir a nadie para ensartar sus vitaminadas canciones, tanto en sensibilidad como en ritmo, que no solo le auparon a él y a sus Crickets sino que sirvieron de vivero a muchos de los que llegaron después, desde los mismos Beatles a los Rolling Stones.

Tenía 22 años, y en efecto, quién sabe la música que le quedaba por entregar a la cultura juvenil. La historia de Buddy Holly (1978) recogió no solo su vida sino que retrató en buena medida el ambiente juvenil de los primeros años del rock’n’roll y los puñetazos que tuvo que esquivar el género, y más en el profundo sur norteamericano de Texas, por parte de la clase más conservadora, incapaz de asumir la irrupción de un género musical que cambiaría para siempre no solo la música sino la misma sociedad mundial. Un ‘biopic’ más que aceptable en el que sonaba la música original de Holly aunque se notaba demasiado la inserción de sus canciones en la banda sonora.

En el mismo accidente cayó también Ritchie Valens con 17 años y ya triunfador mediante la hiper popular La Bamba que dio título a su 'biopic' estrenado en 1987. Curiosamente la caracterización del actor Lou Diamond Phillips, bien lejana del mismo Valens, dado el corto trayecto del autor de Donna, cuya imagen no traspasó fronteras generacionales, se impuso a la del artista original. Aun así, la película, ilustrando también los inicios de rocanrol, además de subrayar la dura vida de la emigración mexicana en Estados Unidos, resultó entretenida. Los más puristas es lógico que censuren el doblaje de las canciones por parte de Los Lobos, aunque estos salieron más que airosos del asunto.

Aun plagada de los tópicos y excesos americanos del 'biopic', en Great Balls Of Fire! (1989), Dennis Quaid fue un Jerry Lee Lewis creíble y explosivo, como lo fue obviamente Lewis, dejando sobre la pantalla una virulenta actuación al ritmo de sus canciones originales, regrabadas de nuevo por el gran rocker para la película. Al menos, entretenida.

Y saltando del genuino rock’n’roll al surf y el pop sicodélico, chapó para Love & Mercy (2014) una película que sobrepasó el formato ‘biopic’ para instalarse en el cine-cine hecho con mayúsculas. Original la utilización paralela de dos líneas cronológicas, la de los sesenta y la de los ochenta, para contar la vida y las canciones de The Beach Boys y esencialmente de su líder, Brian Wilson. Un ser atormentado por sus demonios y sus visiones, fruto de su esquizofrenia y también por el consumo de LSD, pero que en su cabeza llevaba música nueva y de alto octanaje. Se quedó prendado con el Rubber Soul beatleniano (“todo singles, ni una sola canción mala”, según dijo) y en sus ansias de hacer lo mismo e incluso de superarlo plasmó el icónico Pete Sounds y a continuación su colosal Good Vibrations.

¡Leñe! Lennon y McCartney se picaron y se metieron en faena para superar aquellas maravillas. Respuesta: Sgt. Pepper. Paul Dano y John Cusack, acompañado este de una maravillosa y bella Elizabeth Banks, bajo la dirección de Bill Pohlad, recompusieron la vida de Wilson a través de los dos carriles cronológicos citados mediante una interpretación actoral fabulosa en la que lo que lo que menos importaba eran las caracterizaciones sino la plasmación de la vida de un ser humano atosigado por la enfermedad mental y por sacar a la realidad el torbellino de ideas musicales enjauladas en su cerebro, algo así como un Mozart del siglo XX, aunque suene a exageración.

No llegó a tal nivel The Runaways (2010), con música original, tanto del grupo como de otros artistas, y la resultona caracterización del primer gran grupo femenino de rock-punk de la historia, aunque quizá le sobrase algo del histrionismo, la exageración y los excesos de su mánager, Kim Fowley; características estas muy comunes en estas dramatizaciones, especialmente en las americanas, que son casi todas, para impactar al público y hacer que la ‘mercancía’ llegue con más carga a la pantalla y a las taquillas.

No estuvo mal, por otro lado, la caracterización de Serge Gainsbourg por parte de Éric Elmosnino en Gainsbourg, vida de un héroe (2010), pero la verdad es que lo que me partió y me sigue partiendo el alma (y la vista) fue la fenomenal personificación de Brigitte Bardot por parte de Laetitia Casta, con un striptease demoledor y una belleza que parecía la de la misma B. B., además de la radiante encarnación que Lucy Gordon hizo de Jane Birkin. Debilidades personales hacia lo francés con tragedia de por medio: el año previo al año de estreno de la película, Lucy Gordon se ahorcó dos días antes de su 29 cumpleaños.

Cuatro damas con aceptables ‘biopics’, si no grandes: Billie Holiday, Loretta Lynn, Nina Simone y Celine Dion. La primera, Billie Holiday, es pionera en este mundillo de las biopelículas: en 1972 Diana Ross ofició estupendamente su papel en Lady Sings The Blues, no solo reencarnando a la memorable cantante de jazz sino que además se hizo cargo maravillosamente de las interpretaciones musicales, lo esperable una gran voz como la suya.

Pero hete aquí que, en 2021, una cantante de jazz, desconocida para el gran público, como Andra Day, hizo lo mismo que Diana Ross de manera superlativa en Estados Unidos contra Billie Holiday. No era un ‘biopic’ en la misma línea del de Diana Ross, sino que fundamentalmente, aun retrocediendo en el tiempo en muchas ocasiones, se centraba en el acoso al que fue sometida a lo largo de su vida la cantante de color por la policía norteamericana para destruirla por su lucha racial, con símbolo mayor en su pieza Strange Fruit, prohibida por los federales y que junto a la drogadicción acabó llevándola a la cárcel… Total, solo hablaba del linchamiento de un negro ahorcado en un árbol como ‘fruto extraño’. ¡Qué ignominias ha visto el mundo!

El de Nina Simone, titulado simplemente Nina (2016), no estuvo a la altura de los de Billie Holiday. Fue un fracaso cinematográfico, comercial e incluso crítico. Y no faltaron razones. Aparte de sus trazas de culebrón negro, había poca música, dejando apenas un esbozo de su gran éxito, My Baby Just Cares For Me, pero al menos solo por oír, ¡ay! no en su rugosa voz de ébano sino en la de la misma protagonista, aquellas grandezas que fueron, y seguirán siendo eternamente I Put Spell On You, que tan buena recreación del viejo tema de Screamin’ Jay Hawkins hizo la Creedence, esa maravillosa balada, Wild Is The Wind, que popularizó Johnny Mathis en 1957 y Bowie llevó a los espacios siderales, así como el remate de la peli con Feeling Good, ya recompensa.

Quiero ser libre (1980) recreaba atractivamente la vida personal y obviamente musical de una de las grandes damas del country, Loretta Lynn, pese a la tardía edad en que empezó a grabar. Sissy Spacek, pese a su negativa inicial, se metió en el papel principal, sacando a flote el 'biopic', excelentemente recibido por crítica y público. La misma Biblioteca del Congreso lo laureó como un significante hecho cultural e histórico y Spacek, que cantó con soltura las más relevantes canciones de las muchísimas que ‘la hija del minero’ grabó desde 1963 hasta se llevó el Oscar a la mejor actriz.

Aline (2020), título elegido por la directora y también protagonista Valérie Lemercier para disfrazar la biografía de Céline Dion, que no dio consentimiento a la puesta en marcha de este 'biopic', resultó pastelero y con no pocos aspectos fabulados pero eficientes, toda vez que su destino eran, ante todo, los numerosos fans de la cantante canadiense. Todo un lujoso espectáculo visual logrado con muchos medios e inversión económica que se resarció fastuosamente en las taquillas con su gran acogida, pero un tanto pesadita para no-fans. La curiosidad mayor: se dobló la voz de la cantante y de la misma actriz con una imitadora que clavaba las canciones de la potente intérprete de la pieza de ancla de Titanic, My Heart Will Go On.

Dejo para el final el que quizá haya sido el ‘biopic’ más logrado de la historia, aunque su éxito comercial fuera muy discreto, o sea, Control (2007) en el que el actor Sam Riley no solo clavó físicamente a Ian Curtis, sino que, aunque sea atrevida tal afirmación, superó al mismo Curtis cantando sus canciones, dándole más gravedad tímbrica, al lado de un grupo que doblaba al original de manera también insuperable. Algo insólito, que envuelto en la tremenda ambientación en blanco y negro con la que el reputado fotógrafo musical Anton Corbijn subrayó el descontrol mental, las infidelidades y el suicidio del líder del grupo adalid del pop gótico, Joy Division, llevó a una película de un alto nivel estético y de dura crudeza cinematográfica.

P.D. ¡Ah! Por fin me atreví a ver Elvis (2022), bueno, a aguantar un rato. Imposible llegar hasta el final. Un telenovelón de luxe, barroco, sensacionalista, exagerado, que en la forma narrativa reproduce, obviamente en otra formulación, el duelo Salieri-Mozart de Amadeus. Y que, como me esperaba, no solo la caracterización parece sacada de un concurso de imitadores, sino lo peor: la voz es infumable. Este no es Elvis ni por asomo. Ya lo advertí en la primera toma: ni él ni Sinatra son imitables, sí parodiables, pero nunca alcanzando los timbres y coloraturas de sus voces. Eran y siguen siendo únicos, pero, aun así, no falta quien sigue dándose cabezazos contra el yunque de lo imposible.

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