Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

CONCIERTO HISTÓRICO

La noche que Ray Charles cantó en La Romareda y no se le oyó

Con cincuenta años, el gran divo del soul y del jazz actuó en el campo de fútbol, dentro de la segunda edición del Festival Internacional de Música Popular; una efeméride insoslayable de la que se han cumplido cuatro décadas en este 2021

Se acumulan los aniversarios. Este ya pasó hace unos meses, pero no quiero dejarlo en el olvido porque, aunque apenas se le nombra y se le recuerda en los rastreos del pasado musical de la ciudad, fue una actuación de mucho rango, y más con la novedad que traía, insertado en el Festival Internacional de Música Popular.

Estábamos en pleno periodo de asentamiento democrático, de búsqueda de un país nuevo, abierto a la democracia y a los usos culturales de otros países europeos más adelantados. El ayuntamiento de Zaragoza, en manos socialistas, fue el primero en coger la manija de aquel cambio, si bien las rémoras del pasado —cantautores, latinoamericanos de antaño, muestras de folclore…— aún pesaban mucho en las programaciones. De todas formas, en 1980, de la mano de Plácido Serrano, programador oficial, se inventó un gran festival en La Romareda, el citado Festival Internacional de Música Popular, que invitó a Silvio Rodríguez, Canzionere Internazionale, Labordeta, Labanda, Mont-Joia, Manolo Sanlúcar, José Afonso, Boys Of The Laugh y Happy Traum.

Pero fue al año siguiente, a finales de mayo de 1981, del 22 al 23, cuando la idea explotó con un cartelazo de aúpa. Primera noche, con Alan Stivell; segunda, con John Renbourn y Baden Powell; y tercera, con Ray Charles, ni más ni menos. Sobre el papel, un programa fantástico que luego quedó algo deslucido artísticamente, como escribí en mi larga crónica de la página de discos del Heraldo del 31 de mayo.

Página de Heraldo
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La decepción mayor fue la de Ray Charles. Tenía entonces 50 años y ya había cosechado todas las glorias habidas y por haber en el campo musical, y a aquella edad, que, en el mundo pop, entonces, era ya edad de derribo, aún se mostraba activo y con ganas de escenario, si bien con muchas taras entre el divismo y la tacañería de tiempo en escena, no digamos con las barreras y controles de sus ‘guardaespaldas’.

Antes de seguir adelante, tres de aquellas muchas glorias:

What I Said, trepidante y coloreada versión de 1964. Espectacular.

Hit The Road Jack, en 1961, con sus inseparables The Raelettes

I Can’t Stop Loving You. Una de sus amorosas baladas más inolvidables, aunque aquí trucada para ensamblar la imagen del cantante con la grabación original de estudio, con unos arreglos de cuerda que resulta difícil reproducir en directo. ¡¡Va por mi hermano Paco, que me acompaña todos los días desde arriba!!

¿Cómo se te queda el cuerpo? Lamentablemente estas glorias no pudieron paladearse en La Romareda. Unas porque no las cantó en el brevísimo tiempo que permaneció en el escenario y otras porque sonaron a un volumen muy bajo, apenas audible, especialmente su piano y la orquesta, lo que provocó las protestas del público. Primer y asombroso detalle: en plan divo extravagante, Ray Charles fue trasladado al escenario en un gran cochazo de matrícula francesa que le recogió a la salida del túnel de jugadores al campo, y tras moverse unos metros por la hierba, subió a la escena colocada frente a la grada de la Feria de Muestras. Increíble. Y luego, lo peor: el sonido. La organización había sembrado el escenario de micros para albergar a la gran orquesta, las Raelettes y al propio Charles, pero un poco antes del concierto, el técnico de sonido del cantante ordenó retirar la mayoría de ellos, alegando que Ray Charles no era un artista de rock. Resultado: tras las protestas del público y, aunque se hicieron unos pequeños retoques sobre la marcha, añadiendo algunos micros, aquello fue insuficiente, malogrando el recital.

A Ray no se le oyó. O tan apenas. Y, sin embargo, yo lo pude oír minutos después frente a frente en el camerino de árbitros de La Romareda, como puede apreciarse en la foto de apertura de la entrada. Algo que nunca me ha ocurrido en mi dilatada carrera periodística. Finalizado el concierto, llegó hasta la grada donde yo estaba un técnico del ayuntamiento y me dijo que Ray Charles quería hablar con un periodista y que acudiera al camerino. Sorpresón enorme, como puede imaginarse. Diligente me fui al lugar indicado donde ya estaba el artista acompañado de una intérprete, y sin mi habitual casete y sin preparación alguna de la entrevista, salí del trance lanzándole unas breves preguntas para llenar los diez minutos que concedía el cantante.

Y así, me comentó que estaba preparando un disco en su línea tradicional —“porque llevo haciendo lo mismo durante muchos años y ahora no voy a cambiar”—, se estaba refiriendo al hoy difícil LP de conseguir Wish You Were Here Tonight (1984), y que no había cantado sus peculiares y alabadas versiones de Los Beatles, porque él no consideraba a los autores de las canciones sino el concierto en sí; por lo que “cinco minutos antes elijo las canciones que me apetecen”.

Sobre la brevedad de su presencia en el escenario se justificó comentando que una hora de recital era el tiempo correcto, “porque hay que tener en cuenta que divido el show entre mi big-band, y ambos hemos permanecido en el escenario durante dos horas y media”. No dio tiempo a plantearle el asunto polémico del bajo volumen del sonido y se despidió incensando al blues, sobre el que basó su recital: “Es una historia triste cargada de dolor y soledad que todavía me hace llorar”.

Dos millones de pesetas cobró por aquella relampagueante actuación, que, pese a todo, pese a las deficiencias y las cuentas deficitarias, debe figurar en los anales de la música en directo en la ciudad como uno de sus grandes hitos. Asistieron 21.000 personas a lo largo de las tres noches del festival (10.000 con Ray Charles) y se recaudaron 3.650.000 pesetas, que, por muy poco, no cubrieron el total de gastos, pero obviamente se logró plasmar una idea fabulosa que, sin embargo, e increíblemente, en años posteriores perdió brillo, audiencia y carácter, al trasladarse, primero, a la plaza de toros y después al Palacio de los Deportes, para acabar sus días en el anfiteatro del Rincón de Goya, si la memoria no falla.

Lloremos un poquito por aquel malogrado festival, por aquella deslucida presencia, aunque histórica, del mito en La Romareda y de emoción con este Seven Spanish Angels, un maravilloso dueto que, en 1984, en el álbum Friendship, se marcó Ray Charles junto a Willie Nelson, aquí en directo.

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