Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

la voz de mi amo

Bruce Springsteen vuelve a casa (y II)

En ‘Letter To You’, el Boss trilla un triste romancero de ausencias y dolor, cabalgando paradójicamente, la mayor parte de las veces, sobre músicas eufóricas: nunca había compuesto de esta manera.

Concierto de Bruce Springsteen en la Romareda el 5 de junio de 1999
Concierto de Bruce Springsteen en la Romareda el 5 de junio de 1999
Guillermo Mestre

Tal y como comenté en la primera parte de la auscultación del nuevo disco de Springsteen, profundizo un poco más en esta segunda para ubicarlo musicalmente y literariamente, paso a escarbar en ese duro e insólito contraste entre la aflicción lírica y la alegría instrumental, entre el dolor y la gloria almodovariana del LP, que comentaba días atrás, una forma compositiva que nunca antes había modelado el de New Jersey.

El dolor, el romancero de ausencias, que versificaría Miguel Hernández, la preocupación por la muerte, la fraternidad con sus músicos, la religión o el valor de la honradez (“Traté de convocar todo lo que mi corazón encuentra verdadero y te lo mando en mi carta”) son los temas que básicamente sobrevuelan las nuevas canciones de Bruce Springsteen en Letter To You, estructurado musicalmente en cuatro baladas, cuatro medios tiempos, una pieza intimista, casi acústica, y tres himnos eufóricos, de estadio. Parece mentira que un disco así, con un sonido y una solidez tan apabullante se haya creado en tan solo cinco días. Y también sorprende mucho que un hombre ya bien maduro, con 71 años, y una salud aparentemente robusta, pero con una enfermedad subyacente como la depresión que arrastra desde hace unas cuatro décadas, posea la fortaleza y el estado de voz tan fresco y potente que muestra en estas canciones. Casi un milagro de la naturaleza. Si no, de la medicación: “¡Estoy drogado, así que mi humor es bueno!", ha dicho con cierto humor y resignada retranca.

Es el álbum deseado desde hace tiempo por muchos springstenianos que antaño gozaron con los LP’s Darkness On The Edge Of Town y The River, sobre todo con el primero de los citados, que es, se diría, el faro que alumbra musicalmente el disco. Las huellas de las canciones Darkness y The Promised Land están sugeridas, cuando no bien presentes, en la misma pieza que titula el disco, en Janey Needs A Shooter, en Songs For Orphans, en Rainmaker o en Power Of Prayer (esta última, aunque sin armónica, un indisimulado brote primaveral de la mentada The Promise Land).

Dylan también circula por el disco escanciando la santidad mercurial de Highway 61 Revisited en las tres piezas recuperadas del remoto pasado. Es fantástico cómo una pieza del calibre de Janey Needs A Shooter, que merodeó una y otra vez por los grandes clásicos y siempre fue descartada, ahora toma asiento definitivo en disco como una adorable princesa dylaniana. En este mismo formato ha envuelto Springsteen If Was A Priest y Songs For Orphans, que vienen del año 71-72.

Tres piezas que han llegado a este disco de manera casual pero gozosa, encajando perfectamente con el espíritu musical y de la E Street del disco. Springsteen se topó con ellas preparando la edición de una próxima caja de descartes y olvidos como lo fue Tracks (1999) y decidió enfrentarse, como él ha dicho, a sus viejos ‘yoes’, trayendo al presente y con su voz actual aquellas tres canciones. Y bien parado que ha salido, haciéndole justicia a tres piezas que anduvieron pidiendo sitio en los primeros LP’s del pasado y al final nunca entraron en ellos.

La que más cerca estuvo fue Janey Needs A Shooter, que escribió en 1971 y grabó por vez primera en 1973 en las sesiones de su segundo álbum, The Wild, The Innocent & The E Street Shufle. Quedó fuera y volvió a quedar en nuevas versiones en las sesiones de Born To Run, Darkness y The River. Los coleccionistas de bootlegs conocen bien estas versiones a través de su aparición en el volumen 8 de la imprescindible serie The Lost Masters (1996), en Labour Love y en el triple CD The Definitive Darkness & River Outtakes Collection, del sello E. ST. Finalmente vio la luz en 1980, pero no en un álbum de Springsteen sino en Bad Luck Streak In Dance School, de Warren Zevon.

La historia es curiosa. Zevon oyó a Landau hablar de esta canción y tanto le picó la curiosidad que le pidió que Springsteen se la dejara escuchar. Así lo hizo, hasta el punto que le ‘imploró’ que le dejara trabajar en ella; mas, cuando se la presentó a Springsteen, a este le gustó y se ofreció a trabajarla aún más en comandita con él. El resultado fue una canción pop total con nada que ver con la original, o muy poco, solo la letra, y con el título de la protagonista cambiado, Jeannie en vez de Janey. Si en origen era un sucedáneo de la misma Darkness, en la nueva versión entra en el campo del Dylan mercurial, aunque sin despojarse de aquellas ataduras darknessianas. Estremecedora.

Songs The Orphans fue una de las canciones que Springsteen tocó ante su primer mánager Mike Apple para conseguir su fichaje, en 1971, el de la famosa firma del contrato sobre el capó de un coche y a oscuras, sin saber prácticamente lo que firmaba, y que tantos conflictos judiciales le traería años después. Springsteen la tuvo en consideración para incluirla en los tres primeros álbumes, pero finalmente la descartó hasta este disco en que ha aparecido con el título ligeramente modificado, Song For Orphans. Hay una primera versión en el recopilatorio All Those Years, donde suena a frikada psicodélica sobre órgano, y en los famosos Unsurpassed, pero se enmienda, y mucho, en el aclamado ‘bootleg’ Prodigal Son, cantándola en acústico. O sea, nada que ver con la original: lo mismo que la ha metido en músculo dylaniano podría haberla dirigido al mismísimo Born To Run (tiene mimbres para ello).

If Was A Priest fue escrita por Bruce entre 1970 y 1971 y formó parte del paquete de canciones acústicas que cantó ante John Hammond para fichar por la CBS. Interpretada a piano, o no le gustó al famoso ‘descubridor de talentos’ o ni al mismo Springsteen, que enseguida la apartó de su repertorio. Y quizá con razón: no tenía cuerpo, era indecisa, confusa y gritona, amén de la sacrílega letra con que aún hoy la tilda el Rolling Stone (“Jesucristo viste chaqueta de piel, botas y espuelas finas, la Virgen dirige el salón del Santo Grial y el Espíritu Santo dirige el burlesco espectáculo”). Los Unsurpassed (Vol. 3) han dado buena cuenta de ella, entre otras ediciones. La nueva lectura, de nuevo tamizada por Dylan, es escandalosamente bella y emotiva, si nos atenemos a lo estrictamente musical, porque en lo literario, esta, como las dos del pasado, están atizadas por aquella forma tan especial con la que escribía en sus inicios: cripticismo, textos kiloméricos y la carga forzada de ripios que salían pegado a “un diccionario de rimas en una mano y a un bloc en otra”, según confesó en el vídeo Story Teller, lo que le llevó a reconocer que ni él mismo entendía el significado de algunas de aquellas letras.

Hay otras resonancias pasadas seguramente involuntarias, dado el vasto conglomerado de canciones que debe circular por la cabeza de Springsteen, pero que a un buen springsteeniano no se le escaparán. Si Power Of Prayer es, ya queda dicho, un brote de The Promise Land, Last Man Standing, con su nostálgica letra sobre sus correrías juveniles por el Jersey Shore con The Castiles y su palpación de que es el único que queda en pie de aquella pandilla de rockeros de bar, araña curiosamente en las postrimerías intimistas del álbum Tunnel Of Love, en concreto en Two Faces pintada con ecos de The Promise Land, en tanto que I’ll See You In My Dreams lo hace en la cuarta cara de The River y la delicada One Minute You’re Hear, con un Springsteen cantando exclusivamente en tesitura de barítono, como nunca antes lo ha hecho, y abriendo atípicamente el disco, evoca a una de las piezas más exquisitas de Lucky Town, en concreto a Book Of Dreams. Latiguillos, ya digo, no buscados, sino apariciones, creo, involuntarias como esos dejes que a cada cual le brotan sin darse cuenta en sus conversaciones diarias. El cerebro es un gran almacén de reservas pasadas, siempre al acecho y dispuestas a destaparse.

El disco se compuso en abril y se grabó en noviembre del año pasado, por lo que no hay trazas del fatídico bicho que hoy asola el planeta, pero a buen seguro que las hubiera habido como cuando la caída de las torres gemelas marcaron The Rising. Tampoco las hay sobre Donald Trump, al que Springsteen aborrece hasta la médula, aun sabiendo que el disco saldría a la luz en este año electoral y él se haya significado en más de una campaña en favor de los demócratas, pero decidió esquinarlo. “Hubiera sido el disco más aburrido del mundo”, ha dicho estos días, irónicamente. No falta, no obstante, quien ve alusiones, caso de la revista Rolling Stone, al actual presidente en House Of A Thousand Guitar (“El payaso criminal ha robado el trono / Roba lo que nunca podrá poseer”) así como en Rainmaker y ese predicador que engaña a los campesinos de secano prometiéndoles agua (“Rainmaker says white's black and black's white / Says night's day and day's night”). Conjeturas, quién sabe. Si algo le sobra a fanegas a Springsteen en sus letras es cripticismo.

Lo que no se había visto hasta ahora es ese contraste entre muerte y alegría, esa triste añoranza de familiares y amigos desaparecidos en contraposición con la expansividad musical y casi de euforia que traslucen algunas canciones. Por ejemplo, Last Standing Man, tras la intro que remite a Two Faces, como se ha dicho, y luego estalla con un pulso menos acelerado pero cercano al modelo Badlands (¡ay!, los dos solos de saxo de Jake Clemons), es en realidad una evocación de los viejos tiempos del Jersey Shore y un homenaje a su viejo colega de correrías en The Castiles, George Theiss, con el que compartió no solo canciones y aventuras sino rivalidad. Theiss era el cantante y líder del grupo e invitó a Bruce a que su uniera a su grupo como guitarrista, pero poco a poco este fue pisándole terreno vocal, hasta el punto de que quiso quitarle el puesto de cantante, generando un chispazo de competencia que no acabó en enemistad, pero sí en rivalidad, resuelta en el futuro con uno como carpintero y el otro como Bruce Springsteen. Los dos eran amigos desde el instituto, los dos caminaban a clase juntos muchos días, forjando una amistad que perduró hasta que Theiss murió en 2018. Tal fue el sentimiento de pena de Springsteen que, cuando le llegó la noticia de que su viejo amigo estaba muy grave, alquiló un avión y, abatido, pasó las últimas horas de vida a su lado. A la vuelta a casa, permaneció todo el trayecto en absoluto silencio, muy tocado. Esta historia de amistad y desaparición del viejo amigo, dejando a Springsteen como único miembro vivo de The Castiles, es la base de la citada canción The Last Standing Man (El último que queda). “No puedes pensar en esto sin pensar en tu propia mortalidad”, ha confesado al RS.

Ghosts es también otro tema explosivo, con unos contundentes golpes iniciales de bombo de batería y un final coral que destila euforia por los cuatro costados. Sin embargo, la letra es todo un triste ‘romancero de ausencias’, un recuerdo a los amigos fallecidos, en especial, de nuevo, a George Theiss, e indirectamente a Clarence Clemons (“Fantasmas corriendo por la noche / Nuestros espíritus llenos de luz / Te necesito, te necesito a mi lado / Tu amor y yo estamos vivos”). "Vivo con los muertos todos los días en este momento de mi vida. Ya sea mi padre, Clarence o Danny, todas esas personas caminan junto a mí. Su espíritu, su energía, su eco continúa resonando en el mundo físico... Una parte hermosa de la vida es lo que nos dejan los muertos".

Y, finalmente, el bloque de himnos de estadio, que lamentablemente no podrán saltar a escena ni este año ni el que viene, como estaba previsto, si acaso en 2022 —“me daré con un canto en los dientes, si esto llega a ser posible”, ha venido a decir— y con los que se producirán esas explosiones de euforia y júbilo que él tan bien sabe arrancar al público: Letter To You, otro esqueje acelerado de The Promise Land; Burning Train, con un ritmo marcial de batería inédito en su repertorio, y, especialmente, Ghosts, con un final de coros exultantes, eufóricos, para que el personal cante y bote como poseso, esas fiestas de celebración colectivas que estallan en vivo con Badlands, Out In The Streets o Born To Run.

No hay obviamente en este disco piezas como estas, ni la bravura juvenil de los 70-80 pero sí un bello rescoldo a aquel pasado de gloria que a algunos les podrá resultar reiterativo y mímesis de sí mismo, pero ojalá tantos y tantos llegaran a la setentena con el depósito vital y musical tan bien cargado como aquí lo ha hecho el de New Jersey. Es un impagable gozo tenerlo en activo, ¡alive!, como él grita a todo pulmón en sus conciertos, no ejerciendo como leyenda del pasado sino como creador inspirado de hoy; un regalo que solo han podido hacer antes que él o a la par muy pocos grandes en un mundo tan devastador como el musical y el del rock en particular: Cohen, McCartney, Neil Young, Van Morrison, Lou Reed… y hasta los Stones si se quiere, aunque sobrevivan como marca. ¡Aplausos!

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