Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

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Las primeras canciones de Pink Floyd refulgen de la mano de Nick Mason

El batería del grupo, acompañado de curtidos músicos, publica un magnífico doble CD+vídeo en recuerdo de Syd Barret y del Fluido Rosa previo al popular LP ‘The Dark Side Of The Moon’.

Muralla percusiva de un batería con brazos de pulpo.
Muralla percusiva de un batería con brazos de pulpo.
Archivo M.U.

Si no es tan difícil. Es cuestión de perspicacia para encontrar las piezas adecuadas, ensamblarlas, dominar la materia y ser lo más fiel al modelo original. Entonces pisamos en el terreno de las bandas tributo. Por eso abundan, casi son infinitas, y algunas han llenado bien sus cuentas corrientes. Pero si quienes alientan esa revisión del pasado no son cuatro advenedizos con devociones fetichistas, sino uno de los protagonistas de la historia removida, es decir, uno de los miembros originales del grupo ‘tributado’ o revisionado, ¡ah!, entonces la cosa cambia. Y mucho, si además el resultado no es pura masa madre, sino sabroso pastel recién salido del horno, capaz de despertar el olfato y el hambre de hasta los más puristas y exigentes seguidores del grupo. Estamos ante algo de más crédito y proyección.

Estamos ante Nick Manson’s Saucerful Of Secret, un quinteto pinfloydiano con vida propia alentado y pilotado por el que fuera batería interestelar del grupo (¡cuánto cuesta meter en el saco del pasado a Pink Floyd estando vivos tres de sus cuatro miembros!). Mason reunió a un cuarteto de músicos con carreras secundarias, excepto la de Gary Kemp, que circuló por las grandes pistas del pop como guitarrista de Spandau Ballet, donde además de las seis cuerdas aportó voz, coros y grandes éxitos del grupo neorromántico, tales como True o Gold. Contó, además, con Guy Pratt (bajista de sesión para docenas de artistas de primera clase, incluidos los mismos Nick Mason y David Gilmour, amén de Madonna, Michael Jackson, The Smiths, Blondie o Iggy Pop); Lee Harris, ex miembro de los Blockheads de Ian Dury, y finalmente con el teclista y programador electrónico Dom Beken, miembro del grupo techno The Orb y excolaborador de Rick Wright. O sea, gente cercana al mundo pinfloydiano y curtida en mil batallas, algunos incluso como comediantes, actores y compositores de bandas sonoras. Y con ellos, Nick Mason armó este Platillo Secreto, que vuela sobre las cabezas de viejas y nuevas generaciones con esplendor y expectación.

Mason, el único miembro que se mantuvo en Pink Floyd desde el principio al final, no fue, pese a su pesar, amigo íntimo del fallecido Syd Barret (2006) porque este nunca se dejó querer ni quiso, ni pudo, tener amigos. Su carácter alegre, extrovertido, de su primera juventud se evaporó abruptamente al calor del LSD, que consumía vorazmente, hasta desollarle el cerebro. Mientras Waters lo evocaba por su locura y hasta componía canciones retratando su mundo de tinieblas, Mason encerraba en su mente la amistad fallida y su pena por el amigo que quiso tener y nunca lo logró. Por eso, pasadas varias décadas de aquella relación nunca olvidada, decidió rescoldar en la memoria de Pink Floyd, no para mostrar un brillante tablero de rutilantes canciones del grupo cual banda tributo, sino metiendo un gran pellizco a la prehistoria del grupo, es decir, a los años con Syd Barret y posteriores hasta Dark Side Of The Moon.

En 2018 inició una gira por Inglaterra y Estados Unidos que este año debía haber llegado a Europa de no haber sido por el coronavirus, y ahora Sony ha editado el concierto que el grupo ofreció en el icónico Roundhouse de Londres (allí los Floyd se desvirgaron ante una audiencia masiva), un doble CD y un vídeo, que supura con solidez y mucho atractivo lumínico y sonoro aquellos ecos lisérgicos del Barret de los dos primeros LP’s de Pink Floyd, The Piper At The Gates Of Down (1967) y A Saucerful Of Secrets (1968), más varias piezas de la época pre-Dark Side Of The Moon. Psicodelia de entonces, fiel a sus raíces, pero elaborada y abrillantada por las posibilidades instrumentales y de grabación que ofrecen los tiempos tecnológicos presentes, y con un gran despliegue de luces. O sea, como en los tiempos del UFO, pero sin la lisergia interna, rompamos tabúes pasados, que nunca circuló entre los miembros del grupo, excepción hecha de Syd Barret, aunque el LSD corriera a mares entre el público del histórico club londinense. Música y más música pura de un tiempo pretérito e innovador que aún sacude los pulsos. No extraña que esta haya sido bendecida por los propios Gilmour y Waters (este incluso se unió como extra en uno de los conciertos del quinteto, en Nueva York) y que seguramente será un artefacto mimado y admirado por los seguidores de la banda. Solo por volver a ver a Mason amurallado en aquel bloque de tambores, platos y bombos…

Un tipo listo, astuto, además de íntegro este Nick Mason, de 76 años. Podía haber seguido cultivando su profunda devoción de coleccionista y piloto de coches de carreras, viviendo como un jubilado de oro dedicado al dolce far niente, pero ahí ha estado, casi en la sombra, aunque entregadísimo, como firme pilar de la memoria de Pink Floyd, ejerciendo como su mejor testaferro. Publicó en 2004 una excelente, o como opinaría Peter Gabriel, “divertida y fascinante”, historia personal del grupo; fue el impulsor en 2017 de la aclamada exposición sobre el cuarteto montada en el Victoria & Albert Museum de Londres, que luego llegaría también a Roma, Dortmund y Madrid, y ahora remueve el pasado primerizo del cuarteto con esta excelente entrega.

Todo un ejemplo de fidelidad al grupo que le dio todo y de astucia para no quedarse colgado de la brocha tras la disolución de Pink Floyd, algo muy habitual en muchos componentes de grupos estelares cuando se rompen o el líder abandona. Basta con repasar la historia: por aquí tenemos ejemplos cercanos. Y, por supuesto, un emotivo recuerdo al gran amigo de juventud sónica que nunca tuvo, como no lo tuvo ninguno de los componentes del grupo, pero sí admiró y respetó, pese a sus zancadas de locura y obscuridades mentales.

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