Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

No hay quien mate el hard-rock: Black Stone Cherry y The Sword

Hard-rock: no hay quien lo mate. Como no hay quien mate los muchos hijos o ramificaciones que tiene el rock, pese a la una y otra vez repetida cantilena de la muerte del género. No hay más que, por ejemplo, asomarse a las revistas especializadas en el género duro o husmear en Spotify para comprobar que ahí sigue vivito y coleando un estilo que a finales de los sesenta y primerísimos setenta alumbraron, según las enciclopedias al uso, tres grupos esencialmente: Led Zeppelin, Black Sabbath y Deep Purple. Vivito y coleando bajo prácticamente los mismos postulados de entonces: voz aguerrida, ritmo contundente, guitarras afiladas, sonido duro, nunca tan fiero (y hasta estridente) como luego trajo el heavy metal.




Un par de grupos que sirven de ejemplos y que tiene disco calentito en sonido, claro, y edición, recién publicados: Black Stone Cherry y The Sword. No son nuevos, ciertamente, ambos grupos norteamericanos llevan en esto desde prácticamente los inicios del milenio, pero ahí están con el testigo de sus predecesores bien cogido en la mano.


El de Black Stone Cherry, grupo procedente de Edmonton (Kentucky), se titula 'Family Tree'. Es el sexto de su cosecha y reproduce a la perfección el formato del género, y por aquello de su ascendencia sureña, hay trazas de Lynyrd Skynyrd y Black Crowes, añadiendo gotitas de soul. Free y Bad Company también se mueven en el recuerdo al pincharlo.


El de The Sword, tejanos de Austin, y éxito consolidado, es su noveno álbum. Se titula 'Used Future'. No es hard-rock estricto sensu, puro. Tiene un punto de experimentación o ciencia ficción y, de vez en cuando, saca el escarpelo para rascar en el heavy. De hecho, lo suyo se ha calificado como 'doom metal', 'stoner metal', 'metal alternativo', 'retro metal' y otros etiquetajes. También se desenvuelve atractivamente en los tiempos lentos, como muestra 'See Of Gree', y en los blues progresivos ('Brown Mountain'). Muy bien.


El problema principal con estos grupos, pese a su irreprochable efectividad y solvencia, es que, sobre todo en el caso de Black Stone Cherry, no transmiten nada nuevo. Que son clichés tan oídos y requeteoídos que, como comentaba con Nat Simons un par de entradas antes, no extraña que los más tiquismiquis, exigentes, puristas o como quieras llamarles, se aprieten con los originales y de ahí no hay quien los despegue.




Bien está, pero bien está también que la llama siga viva. El viejo rock, afortunadamente, no es propiedad de la carrocería antañona que vivió los sesenta y setenta, sino también de las nuevas generaciones. Y ya no hay unos Led Zeppelin o unos Purple en pleno apogeo y en plena juventud sobre los escenarios, que es lo que demandan los tiempos, los festivales, las revistas del género, los promotores y la gente joven. Es la vida, la evolución generacional. ¿También el negocio?


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