Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Las ideas del Verano del Amor, pese a su entierro inmediato, perviven

Tal y como anunciaba hace unas semanas, al hacerme eco del Verano del Amor de hace 50 años, vuelvo sobre él y sobre su final. El estío climatológico se acabó oficialmente, en efecto, el mes de septiembre, pero el hippie, en su espíritu más puro e iconoclasta, lo hizo en octubre de hace medio siglo; en concreto, el día 7 de aquel mes del 67 en que los 'diggers' oficiaron las exequias del movimiento y anunciaron el nacimiento de otro nuevo, The Brotherhood Of Freemen, bautizado por la prensa como 'freebie', que realmente no tuvo mucho eco. Fue la puntilla al sueño puramente químico de unos idealistas, ¿o activistas?, que soñaron un mundo sin guerras, fraternal, desalienado, contestatario, anticapitalista, utópico, anárquico.


Como recordaba recientemente Jaime Gonzalo, a propósito de la edición en España del libro 'Una vida vivida a tumba abierta', el mayor cerebro en la sombra de los 'diggers' fue Emmett Grogan, alias Ringolevio, “el más insobornable tumor crítico que le creció a la Contracultura desde dentro”, un exyonki que odiaba la notoriedad y que planificó una sociedad gratuita, con acceso libre a la medicina, la comida o la ropa, y, como añade Gonzalo, “la restauración del pan integral, el establecimiento de las comunas, el retorno a la naturaleza y la celebración de solsticios y equinoccios”. El naciente hippismo era el mejor vehículo transmisor para implantar aquellas ideas, pero estas no tardaron en irse al garete, al menos en un primer momento.


Efectos de la acción: la contrarreacción involuntaria. Inconscientemente, los 'diggers' colaboraron en la transformación del ideario hippy en un circo mediático: atrajeron a los medios y vendieron utopías, con lo que San Francisco se llenó de jóvenes que, al son de Scott Mckenzie, se pusieron una flor en el pelo y emigraron al lejano Oeste pensando que allí se había instalado una nueva Arcadia de sexo, drogas, paz y diversión.


Pronto se encontraron con el anverso de aquel sueño: Ronald Reagan, gobernador entonces de California, con sus métodos contundentes, domesticó de inmediato a toda aquella manada de estudiantes indómitos; la policía, amparándose en las demandas paternas, devolvió a decenas de 'runaways' (chicas jóvenes fugadas) a sus casas, desmantelando casi la totalidad de comunas creadas en torno a la bahía; se prohibió el LSD; las asociaciones estudiantiles, agrupadas bajo el Free Speech Movement, sufrieron la clausura de sus locales universitarios; las redadas por parques y espacios juveniles se multiplicaron; muchos jóvenes, más curiosos que ideologizados, que acudieron a la llamada hippy como si de un imantador anuncio de televisión se tratara, constataron que el paraíso prometido era más ficción que realidad e hicieron rápidamente el petate y se largaron; las grandes discográficas llenaron de talonarios el mundo del rock, absorbiendo a toda aquella pléyade de nuevos grupos al mundo capitalista: la Jefferson, sin ir más lejos, recibió un cheque de 25.000 dólares como anticipo de su primer LP...


Los 'diggers' vieron cómo sus ideales puros e iniciáticos fueron evaporándose poco a poco, convirtiéndose en pasto de termiteras cuando no en sueños estratosféricos, de manera que en el mundo hippy se instaló el mismo detritus que ellos quisieron rechazar. De esta manera, la buena conciencia americana quedó repentinamente salvada gracias al papel de algunos potentes medios, en especial de la revista Life que vendió a la burguesía americana una estampa turística del hippismo, reduciendo el fenómeno contestatario a la apariencia de una simple-crisis-moral-de-la-juventud. Con los años, muchos de aquellos hippies acabaron en yuppies. Y Woodstock, aun emblematizado como la exaltación del movimiento hippy, fue su mayor estampa turística, engrasada por el marketing.


¿Pero murió definitivamente el hippismo? En lo musical, drásticamente, sí. En los ochenta un pelo largo, un punteo, un largo solo de guitarra, eran atentados estéticos y hasta morales contra el tiempo y la moda. Espiritualmente, sin embargo, el hippismo, ante el desprecio de la derecha y el mal ojo de los bienpensantes, siguió y sigue estando vivo, especialmente en este siglo, reactivado por los movimientos alternativos y ecologistas.


Nunca se ha estado más cerca del rearme ideológico, partiendo de cero, que predicaron Borroughs y Alex Tracci e incluso de la estrategia que propuso Zappa, al darse cuenta de que la sociedad norteamericana era un gigantesco Leviatán que lo absorbía todo, de utilizar silenciosamente los medios, algo que ahora ha encontrado su mejor caldo de cultivo con las redes sociales. Por no olvidar aquella contundente declaración de aquel mito no precisamente hippy inmaculado pero sí coetáneo y revoltoso, Jim Morrison, alentando, seguramente que de manera inconsciente, más como pose provocadora que real, pero lanzada al tablero convulso de aquellos años: “Somos políticos eróticos que nos interesamos por todo lo que se refiere a la rebelión, al desorden, al caos y a la actividad que parece carecer de sentido”. ¿No están estas palabras incrustadas, sin ir más lejos, en activistas antisistema de este siglo como las CUP?


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