Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

El Réquiem de Leonard Cohen

Pocos días antes de la presentación de su nuevo y reciente álbum, este nuevamente glorioso 'You Want It Darker', Leonard Cohen pareció hacer una despedida de este mundo cruel: “Estoy preparado para morir”, dijo en una entrevista con David Remnick para el New Yorker. Si es así, que supongo que sería un 'pronto' ante sus problemáticos achaques de salud, si no un juego provocador como luego dio a entender en la presentación oficial del disco (“Estoy dispuesto a vivir hasta los 120 años”) o quién sabe si un puñetazo de autosalvación, se irá envuelto en un torbellino de serenidad.


Ya de por sí los discos del canadiense son sublimaciones del espíritu, monacales melodías que invitan al recogimiento, pero este nuevo disco, el número 14 de su carrera, supera el listón máximo de esa paz mística que, salvo alguna bulliciosa sacudida, suda su discografía. La entrada en el disco, casi con un coro gregoriano detrás, es sintomático de la balsa de quietud espiritual a la que invita a remojarse el de Montreal.


Soy de la opinión, obviamente muy discutible y quizá tajante, de que la cima mayor de la música de Leonard Cohen está recogida, por muy extraño que parezca, en su álbum en directo de 2009 'Live In London', procedente del Grand Tour, como él denominó a su gira de retorno en un disco de recuerdo editado en 2015. La majestuosa reinterpretación de su repertorio que hizo en aquel disco, junto a una grandísima banda, con el zaragozano Javier Mas poniéndole un refulgente color azul mediterráneo, ampliaba sus esencias hasta límites subyugantes, nunca conseguidos antes ni en su conjunto de discos en estudio ni en su colección de directos.


Nada nuevo y superior por tanto, espero ya de Leonard Cohen, más si me coloco ante el televisor para volver a ver una y otra vez el vídeo de aquel concierto, luego reiterado con el directo de Dublín. Lo que no quita obviamente, que siga postrándome ante todo, o casi todo (ay, esas programaciones que ensuciaron su penúltimo trabajo) lo que fabrica “el próximo Nobel de Literatura” y que me maraville ante discos como este nuevo, en el que vuelve a tocar fibra sensible pese a las limitaciones que el fatigado poeta muestra ya en su canto, más recitado que cantado.


La canción 'You Want It Darker' introduce, si se quiere, un nuevo concepto de interpretación y arreglo, alejado del melodismo habitual para apoyarse en el loop de ritmo que una vez más le ha preparado Patrick Leonard mientras sobre él y el liviano manto de órgano y cuerdas, brotan el 'coro de monjes' y las voces femeninas, así como un raro africanismo vocal, y Cohen recita y recita, susurra, desbroza los versos en su garganta carbonizada, ofreciéndose resignadamente a dar el paso final con palabras hebreas de por medio: “Amplificado, santificado, sea tu santo nombre, vilipendiado, crucificado, en el cuerpo humano, un millón de velas ardiendo por la ayuda que nunca llegó, lo quieres más oscuro, hineni, hineni, estoy preparado, mi señor”.


Es una canción fúnebre, de réquiem. Mozart recibió el encargo de escribir una misa de difuntos por parte de un personaje misterioso, que más tarde se supo que era el enviado de un conde, pero enseguida entendió que lo que estaba componiendo y no llegó a terminar era su propia misa de despedida, el majestuoso y sobrecogedor Réquiem de 1791. En el pop, que se sepa, Bowie ha sido el único que hasta ahora ha sufrido una impresión parecida con su también majestuoso 'Black Star'. Esta canción de Leonard Cohen destila las mismas sensaciones, se asienta sobre las mismas bases espirituales, de llegada al último puerto de la vida. Hasta ahora nadie había escrito algo semejante, un testamento tan explícito, aunque él mismo ya se acercara en viejos textos de su novelas como 'Beautiful Losers' o en 'Hallelujah'. Conmueve en la intención y en la sonoridad. Como lo hace en todo el disco, a través de frases como 'dejo la mesa, estoy fuera de juego' ('Leaving The Table') o 'viajo ligero, es mi adiós, fui brillante en otro tiempo, ahora mi estrella ha caído” ('Traveling Light'), siempre persistiendo en lo religioso o en lo inescrutable, aunque por momentos se abra al amor femenino.


'Treaty' podría ser su nuevo 'Halleluya' si hubiera venido enmarcado en mayor aparato orquestal y él mismo hubiera estirado más dramáticamente el registro vocal hasta las zonas superiores del pentagrama, algo que ya le está vedado, lo que no le quita grandeza. Parece un desquite amoroso: “Lo siento por el fantasma en que te convertí, pero solo uno de nosotros era real y ese era yo”. Al final del disco, la retoma en una insólita (en él) y refinadísima versión orquestal con solo un verso final cantado.




En 'Traveling Light', con la entrada de las voces femeninas, hace un guiño a 'Dance Me To The End Of Love'. El burbujeo femenino y la presencia de un bouzouki griego y la mandolina, ponen el punto más alegre del disco mientras 'Leaving The Table' se recoge en sí misma, recurriendo al esquema de 'Bird On The Wire', si bien con curiosas pinceladas de guitarra sixties y un pequeño riff de piano muy a la italiana, sí, el patrón 'Non ho l'età' de Gigliola Cinquetti.


En la misma tesitura de intimismo doliente se repliegan 'If I Didn´t Have Your Love' y 'It Seemed The Better Way', esta encalada con un hermoso violín de resonancias hebreas y de nuevo los coros monacales y un texto de desconfianza, de reproche y engaño al de arriba, una antiplegaria: "Parecía la mejor manera cuando primero lo oí hablar, pero ahora es demasiado tarde para poner la otra mejilla, sonaba a verdad, pero hoy no es verdad”.


'Steer Your Way', también con violín y esas ansiadas voces femeninas que tan bien le vienen a la voz y a los discos de Leonard Cohen, es otra de las piezas cautivadoras del álbum.


Antes, en la tercera pista del disco, se ha quedado la, para mí, CANCIóN del álbum: 'On The Level', con, ¡qué hermosura!, coros femeninos y un ritmo de vals entrecortado que me traen a la memoria aquel 'Tower Of Song' (del 'I'm Your Man') y hasta el festivo y pizpireto 'Closing Time'. Ahí está el Cohen altivo en el amor, el seductor irreductible: “Soy viejo y he tenido que conformarme con un punto de vista diferente, luché contra la tentación pero no quise ganar, a un hombre como yo no le gusta ceder a la tentación”.


Solo nueve canciones y 36 minutos. Cohen suda cada palabra, como él mismo dice, ordena sus pensamientos, porque de lo contrario, es tal su desorden mental, que no podría ir a la habitación de al lado, y regresa del desconocido lugar donde habitan las canciones –“si supiera donde está lo visitaría más a menudo”- con otro fardo de belleza.


Y de nuevo vuelvo a preguntarme por qué no cuenta con la banda de directo para grabar en estudio. Esa belleza subiría más peldaños. Pero quizá será otro de los enigmas que Cohen se lleve a la tumba si su réquiem se materializa.




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