Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

La escalera de la muerte

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70 AÑOS DEL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (10)


Mauthausen (Austria)


La cantera de granito fue el epicentro de la consternación en Mauthausen, uno de los campos de concentración nazis más brutales. El camino del horror era la llamada escalera de la muerte de 186 peldaños que los deportados tenían que subir varias veces al día cargados con bloques de 20 kilos.


Los guardianes de las SS y los kapos, prisioneros que ejercían de vigilantes y, que a menudo, eran más brutales que sus jefes, hostigaban a los presos y, a menudo, los empujaban al abismo desde el llamado muro de los paracaidistas, situado en la parte alta de la cantera. Las personas asesinadas eran catalogadas cínicamente como paracaidistas por los nazis.


La escalera de la muerte de 186 peldaños del campo de concentración. Fotografía de Gervasio Sánchez


En realidad, Mauthausen, liberado el 5 de mayo de 1945, hoy hace 70 años, era la oficina central desde donde se dirigían varios subcampos por los que pasaron centenares de miles de presos durante siete años. Un mes antes de ser liberado, 84.000 deportados vivían hacinados en sus instalaciones.


Entre 1938 y 1945 más de 90.000 prisioneros perdieron la vida, muchos de ellos bajo un sistema de trabajo esclavista. En los años sesenta los restos de unas 14.000 víctimas enterradas en diferentes fosas comunes fueron concentrados en un único cementerio.


La mayoría de los deportados procedían de Polonia, Unión Soviética y Hungría. También fueron recluidos  grupos numerosos de alemanes, austriacos, franceses, italianos, españoles. La dirección del campo llegó a registrar a hombres, mujeres y niños de 40 nacionalidades.


Mauthausen es conocido por ser el campo donde fueron concentrados la inmensa mayoría de los españoles republicanos que habían huido de España tras el triunfo de Francisco Franco y que fueron hechos prisioneros cuando luchaban en el ejército regular francés contra los ocupantes nazis o en la resistencia.


Portón de entrada al campo de concentración. Fotografía de Gervasio Sánchez


Los primeros deportados llegaron a Mauthausen desde campos de internamiento para prisioneros de guerra en agosto de 1940 después de que el régimen de Franco se desentendiese de ellos y el gobierno colaboracionista de Vichy les retirase el estatuto de militares enrolados en unidades francesas. Fueron considerados apátridas, se les marcó con un triángulo azul y llevaban una S de Spanier al lado del número de deportado.


Según  recoge el periodista Carlos Hernández en su libro Los últimos españoles de Mauthausen, publicado en enero de este año, 9.328 españoles estuvieron recluidos en diferentes campos de concentración nazis, 7.532 en Mauthausen, de los que murieron 4.816, un 64%.


Las autoridades austriacas acondicionaron el campo como un Memorial en 1949. Al campo se accede por un gran portón, el único acceso para los prisioneros en los años cuarenta. En el llamado muro de las lamentaciones, los presos pasaban horas en formación y sufrían los primeros malos tratos por parte de los guardianes. En la plaza de formaciones se hacían los recuentos diarios.


Las barracas, acondicionadas para 300 personas, servían en realidad para hacinar a 2.000 presos en cada una. La barraca 5 era llamada el bloque de los judíos, asesinados en masa al poco de llegar. La lavandería es hoy un espacio para usos religiosos. En los sótanos todavía se pueden ver  las duchas, la sala de desinfección y las calderas.


La alambrada estaba electrificada con corriente de 380 voltios. Numerosos presos desesperados se suicidaron lanzándose contra ella; muchos otros fueron asesinados y sus muertes presentadas como intentos de fuga.


Chimenea del crematorio y torre de vigilancia. Fotografía de Gervasio Sánchez


La cárcel del campo sirvió para alojar a los deportados que iban a ser ejecutados. Podían pasar días y semanas en pequeñas celdas hasta que morían de inanición o eran trasladados al sótano donde eran asesinados en el llamado “rincón del tiro en la nuca”.


El antiguo edificio de la enfermería ha sido acondicionado como museo y desde hace dos años se pueden ver dos exposiciones que describen la historia del campo de concentración y los distintos modos de exterminio.


Unos 10.200 presos fueron asesinados por gas letal Zyklon B en la cámara de gas que funcionaba en el sótano de este edificio o murieron en el llamado camión de gas móvil que hacía el trayecto entre Mauthausen y el subcampo de Gusen, a cinco kilómetros, y cuyos tubos de gases estaban dirigidos hacia el interior donde hacinaban a los prisioneros. Los tres hornos crematorios, de los que se conservan dos, permitieron eliminar numerosos cadáveres y hacer desaparecer las pruebas de los crímenes.


Entre los internos más conocidos de Mauthausen están el fotógrafo Francisco Boix, autor de algunas de las fotografías más célebres del cautiverio y la liberación del campo, que consiguió salvar los negativos con pruebas de cargo contra plenipotenciarios nazis que negaron haber visitado el campo. Fue el único testigo español de los juicios de Núremberg.


Entrada de los libertadores estadounidenses en el campo de Mauthausen. Fotografía de Francisco Boix


El mismo día de la liberación murió el joven Peter van Pels, que vivió escondido durante dos años en Ámsterdam con Ana Frank, la niña judía autora de unos famosos diarios. Aunque Peter sobrevivió a Auschwitz durante algunos meses, no resistió las condiciones brutales de Mauthausen. Simon Wisenthtal, un cazador de criminales de nazis durante décadas, pasó años aquí.


Otro prisionero muy conocido fue el anarquista aragonés Antonio García Barón, miembro de la columna Durruti durante la guerra civil española. Tras la liberación emigró a la selva de Bolivia donde se casó con una mujer de sangre india con la que tuvo cinco hijos.


Manuel Leguineche lo encontró a mediados de los años noventa y escribió un magnífico libro titulado El precio del paraíso. Antonio García rememora su estancia: “Nos dieron un número y un triángulo. Fueron cinco años de ensañamiento, vergajazos y sopa de colinabo, de trabajos forzados. Picamos toneladas de piedra en la cantera. Vimos linchamientos, miles de cuerpos electrocutados, ahorcamientos, deportados despedazados por las jaurías de perros adiestrados por las SS. Al primer síntoma de enfermedad te enviaban al matadero”.


El periodista Carlos Hernández creó el 21 de enero de este año la página de twitter @deportado4443 donde ha ido relatando la historia del campo de Mauthausen a través de la mirada de Antonio Hernández,  “mi tío de Francia”.


El primer tweet  de los 770 escritos hasta ayer está fechado el 21 de enero de 1941 y dice: “Me encuentro en el campo de prisioneros de guerra de Trier (Alemania). Somos unos 700 españoles. Los nazis nos mantienen separado del resto”. El 25 de enero de 1941 describe su llegada a Mauthausen: “Hay una puerta de piedra con un águila que agarra una cruz gamada”. Unos minutos después, un oficial de las SS grita: “Vosotros que habéis entrado por esa puerta, perded la esperanza. Sólo saldréis por la chimenea del crematorio”.


Los últimos tweets relatan la huida de los nazis después de una gran fiesta donde corrió el alcohol, el miedo de los deportados a ser asesinados cuando la libertad está tan cerca y la entrada de los soldados estadounidenses que liberaron el campo.


Entre marzo y mayo de 1946 un tribunal militar americano juzgó a 61 criminales de guerra de este campo. 58 fueron sentenciados a muerte aunque a algunos se les conmutó por cadena perpetua. Otros sesenta juicios posteriores permitieron condenar  a muerte a otros 57 guardianes. Pero la mayoría de los SS nunca fueron juzgados como ocurrió en casi todos los campos de concentración y exterminio.


Frank Ziereis, comandante de Mauthausen, fue herido cuando intentaba escapar. Fotografía de Francisco Boix


El comandante del campo, Frank Ziereis, fue capturado el 23 de mayo de 1945 después de huir de Mauthausen. Fue herido y murió un día después. Los prisioneros que participaron en su captura junto a soldados estadounidenses lo colgaron desnudo en uno de los subcampos y le pintaron una cruz gamada y la frase “Heil Hitler” a lo largo de su cuerpo.


El periodista Carlos Hernández recuerda que cuatro españoles fueron juzgados como kapos en el mismo juicio que los máximos responsables nazis que no consiguieron huir o no se suicidaron. Indalecio González fue ahorcado en 1949 y Moises Fernández pasó 20 años encarcelado. Dos de ellos ganaron sus recursos de apelación.


Otros tres españoles fueron juzgados por complicidad en otros juicios. El que se llevó la peor parte fue José Palleja, condenado a muerte por un tribunal francés. Originario de Reus, con apenas 20 años “pasó en unos meses de víctima a sanguinario verdugo”.


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