Blog - Al Alba

por Mariano Gistaín

El vestido de Anne Hathaway

En esas estamos. El vestido sigue. El vestido rosa palo es la alegría del mundo y por eso nos agarramos a él. No queremos que desaparezca con todo lo demás.


Se ha ido al Papa pero el vestido sigue. El vestido que inflamó Twitter con las costuras. El vestido de Anne Hathaway ha engendrado un comunicado oficial.


Es una noticia global, quizá la única que se puede entender un poco. Lo demás es mix. Italia es top mix. Europa es retro out mix. Todo es un juego de duopolios en vaga y atroz competencia. En Aragón tenemos el duopolio de las autopistas sí o sí, que consagra la ruta de la muerte: NII y N232 (ya piden un rap).


El Papa se muda al castillo de al lado pero sigue conservando el nombre de "Papa" y el apellido de Benedicto XVI. Ha creado la figura del Papa emérito. Y seguirá vistiendo de blanco. Habrá un duopolio simbólico papal.


El vestido de Hathaway ya se vende en todos los mercadillos ambulantes, excepto en Venezuela, que no admite la velocidad de Zara. Venezuela ha nacionalizado la moda sin pagar. Pero todo el mundo acata el leve vestido sin espalda. Corea del Norte podría quebrar a causa de ese trapo que se coló por sorpresa en una fiesta.


El vestido nos permite hablar de algo. Globalmente unidos sin problemas. El tema de conversación universal por excelencia son los móviles, o smartphones (el primer móvil fue el del Superagente 86 y Barbara Feldon era una Hathaway avant la lettre).


Los móviles nos humanizan en el ascensor global, hablar de smartphones y sus apstitudes es hablar full time de comunicación: el medio y el mensaje se han fundido.


Pero el vestido es mucho más accesible. Por eso el vestido sobreescribe el caos (la agencia malvada a la que se enfrentaba el Superagente 86 se llamaba Caos).


Ese vestido es un lujo populista. Lo tiene todo. Elitismo efímero, máxima tuiteabilidad, mínima jerga esotérica. Ni una app. Y una pizca de misterio.