Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Territorio Comanche

MIGUEL GIN EN SARAJEVO CON ARTURO, CARMELO E IMANOL
MIGUEL GIN EN SARAJEVO CON ARTURO, CARMELO E IMANOL

A finales de febrero de 1995 tenía muy claro que se acababa un ciclo de mi vida profesional. Hacía más de una década que pasaba más tiempo inmerso en guerras de todo tipo y conflictos políticos en América Latina, Balcanes, Oriente Medio y África que en mi casa.


Ni entonces ni ahora he permitido que alguien maneje mi agenda de trabajo. Nunca he preguntado a un responsable de un medio de comunicación: “¿Os parece bien que me vaya a….?”. Siempre he dicho: “Mañana llego a tal lugar. Esperad una crónica”. Pero  tenía la sensación de que cubría las guerras mediáticas de cada época.


Sí iba donde quería, pero me preguntaba a menudo: ¿Por qué vas a El Salvador, Bosnia o Ruanda y no a Haití, Mozambique o Timor? ¿Por qué cubres guerras de primera página y no viajas a zonas oscurecidas mediáticamente? ¿Por qué no regresas cuando se ha firmado la paz para documentar los estragos que provocan el desorden bélico? En la angoleña Kuito sentí vergüenza como periodista cuando me enteré de que aquella localidad sufrió un cerco tan salvaje como el de Sarajevo del que nadie informó.


Hacía mucho tiempo que había llegado a una conclusión: una guerra no acaba porque unos diplomáticos anuncien un acuerdo de paz. No es un partido de fútbol que se decide con el pitido final del árbitro. Un conflicto sólo finaliza cuando sus consecuencias se superan. A veces es necesario que pasen años o décadas.


A principios de 1995 había presentado mi primera exposición, El Cerco de Sarajevo, con bastante éxito. Era muy emocionante ver a muchas personas llorando ante las imágenes bosnias o comentando que les recordaba sus vivencias en la guerra civil española.


Había empezado a recibir mis primeros premios. Qué más podía desear si, además, había sobrevivido a la guerra de Bosnia sin un rasguño. Miento: no mucho después supe por unos análisis que sufría estrés postraumático, una grave enfermedad que puede destruir a una persona para siempre.


Pensaba en cómo encauzar mi carrera profesional cuando me enteré de que una productora española preparaba el rodaje de Territorio Comanche, basado en el relato de mi amigo Arturo Pérez Reverte. Le llamé un viernes por la mañana y me explicó: “El martes me voy con todo el equipo de producción y los dos actores principales a Bosnia y Sarajevo a buscar escenarios reales para la película. ¿Te quieres venir con nosotros y así haces un reportaje en exclusiva?”, me dijo Arturo. Le di las gracias y le pregunté los horarios de los vuelos para hacer mis reservas.


Volamos a Zagreb y viajamos a todos los escenarios de la guerra de Croacia antes de  llegar a Sarajevo. Arturo parecía un chico con zapatos nuevos cuando rememoraba sus hazañas periodísticas. Carmelo Gómez e Imanol Arias prestaban atención a todos los consejos. Yo intentaba dar un contrapunto menos mítico sobre esta especialidad del periodismo.


Le expliqué al director Gerardo Herrero que no me gustaba ninguna película basada en corresponsales de guerra porque todas tenían los mismos defectos: los periodistas parecían cubiertos por una capa de inmortalidad que poco tenía que ver con la triste realidad.


“En las películas los periodistas corren por los tejados, sobreviven a bombas que caen a pocos metros y acaba teniendo relaciones pasionales con las mujeres más bellas de circo cinematográfico. En la realidad los periodistas pasan mucho miedo, se esconden cuando caen bombas y están más solos que la una. Si quieres hacer una película de referencia, tus personajes tienen que ser de carne y hueso y expresar todas las contradicciones que provocan la guerra en el ser humano”, le dije un día de carrerilla.


Carmelo Gómez, Imanol Arias y Arturo Pérez Reverte escuchan las explicaciones de Miguel Gil en Sarajevo en 1996. Fotografía de Gervasio Sánchez


También le comenté a Carmelo, que era el actor de moda en el cine español, y a Imanol que el dinero que sacase vendiendo mis reportajes sobre aquel viaje lo iba a invertir en un proyecto que ya funcionaba en mi cabeza sobre las víctimas de las minas antipersonas. Ambos se mostraron entusiastas con la idea y me facilitaron las cosas. “Ojalá se lo vendas a alguna revista del corazón que son los que verdaderamente pagan una buena cantidad”, me dijo Imanol.


La noche que llegamos a Sarajevo cenamos con el cámara de televisión Miguel Gil, un periodista singular. Había abandonado una buena carrera como abogado en Barcelona y había llegado en moto a Mostar tres años antes en plena guerra. En poco tiempo había aprendido los secretos de la profesión y ya trabajaba como cámara para la agencia estadounidense Associated Press. Moriría en mayo de 2000 en una emboscada en Sierra Leona.


Algunos barrios de Sarajevo estaban en llamas. El acuerdo de Dayton, que se había firmado unos meses antes, obligaba a los serbios a abandonar sus posiciones en la capital bosnia. El miedo a las represalias también provocó que muchas familias serbias recogiesen sus pertenencias y se marchasen con los soldados. Algunos desenterraron a sus familiares muertos y cargaron los ataúdes destrozados en las bacas de sus coches. Los paramilitares serbios incendiaban las casas antes de abandonarlas.


Arturo tenía muchas ganas de marcha aquella noche. Imanol y Carmelo se sentaron junto a Miguel Gil en la parte blindada de su todo terreno y Arturo y yo no pusimos en la parte de atrás. Había que tener mucho cuidado porque la tensión se palpaba en cada metro cuadrado. Nunca olvidaré la cara de los dos actores cuando se bajaron del vehículo y empezaron a escuchar disparos muy cerca. Conseguí hacerles una fotografía delante de una casa ardiendo, resumen de aquella locura que veían en directo.


Al día siguiente visitamos el depósito de cadáveres. Una de las escenas de la película sucedía en un lugar como aquel y el director quería que los actores sintiesen la tensión real. Había media docena de muertos. Alguna víctima de ajustes de cuentas entre grupos paramilitares mafiosos, muertos por accidentes de tráfico (algo improbable durante el cerco) y una mujer que había saltado por los aires al pisar una mina. Para los actores fue una experiencia inolvidable y se notaría en sus buenos trabajos en una película muy irregular.


Seguí, sigo y seguiré viajando a Bosnia, pero aquel regreso de principios de 1995 me sirvió para cerrar un ciclo vital en mi vida profesional. Unos días antes de regresar a casa acepté escribir un reportaje para Heraldo de Aragón en primera persona sobre lo que había significado aquella guerra.


Me había negado a hacerlo durante todo el tiempo que duró el cerco porque nunca he aguantado a los periodistas que ocupan el espacio periodístico para hablar de sus cuitas, como si fueran los protagonistas, y desplazan a las víctimas a un segundo plano.


Aquel texto, que se publicó el 24 de marzo de 1996, acababa con las siguientes palabras: “La ciudad ha dejado de bailar al son impuesto por los lobos esteparios y fanáticos que quisieron convertir el corazón de Europa en una pradera de muerte y desolación. La guerra ha terminado, pero queda un país exhausto, con el modelo económico, social y familiar destruidos. Con secuelas psíquicas que afectan a centenares de miles de personas. Pero eso es la postguerra. ¿A quién le interesa.”


Sarajevo. escenario para una película Reportaje publicado el 17 de marzo de 1996


Regresar a Sarajevo para cerrar un ciclo vital (1) Texto publicado el 24 de marzo de 1996


Regresar a Sarajevo para cerrar un ciclo vital (y 2)


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