Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

25 años de periodismo e independencia

billetes avión en baja
billetes avión en baja

La primera vez que llamé a Heraldo de Aragón para ofrecer mis reportajes me sorprendió la celeridad con la que me citaron. Estaba acostumbrado a la arrogancia de responsables de la prensa madrileña y barcelonesa que nunca tenían tiempo para visionar los trabajos de los periodistas desconocidos.


Me recibió su subdirector, José Luis Trasobares, poco después de haberle explicado por teléfono la razón por la que solicitaba una entrevista. Leyó mis reportajes realizados en Chile y me dijo: “Me gustan, vamos a publicarlos y pagártelos”. Era marzo de 1987 y empezaba una relación que este jueves cumplirá 25 años.




El Papa Juan Pablo II viajaba unos días después al Chile del dictador Augusto Pinochet. Había pasado tres meses en el país austral y escrito dos reportajes, “El Chile que no verá Juan Pablo II” y “Así golpea Pinochet”. Eran muy largos porque en aquel diario sábana cabían muchas líneas (años más tarde los caracteres hicieron acto de presencia). Si el lector tenía la paciencia de leerlos podría enterarse de los entresijos de uno de los regímenes más nefastos del Cono Sur.


Unas semanas antes me había instalado en Zaragoza por “imperativo del amor”, tal como lo describió el gran Alfonso Zapater en una entrevista posterior. Hasta entonces la capital aragonesa era simplemente una ciudad fantasma que había atravesado una madrugada de finales de los años setenta camino de San Gregorio para realizar unas maniobras de fuego real con la bandera paracaidista en la que hice el servicio militar. Sólo en dos países he pasado más frío que en la estepa siberiana aragonesa: Bosnia-Herzegovina y Afganistán.


Un día pregunté a un amigo que me describiera los diarios que en aquel tiempo se vendían en Aragón. “Hay uno progresista (El Día) que vende poco y otro liberal de larga trayectoria (Heraldo de Aragón) que llega a los puntos más alejados de la comunidad y que lo lee todo el mundo”, fue su resumen.


Pensé que lo mejor era publicar las cuitas de los chilenos en el diario líder de audiencia. Además, ¿de qué servía publicar los desastres de Pinochet en un diario comprado por progresistas? Era más interesante llegar a un público de todo tipo de ideologías, incluidas aquellas personas que podían simpatizar con el pinochetismo. Quizá también tuvo que ver el ego del autor: prefería  que me leyese el mayor número de lectores.


Hace unos meses le comenté a Mikel Iturbe, director de Heraldo de Aragón, que podría ser una buena idea desempolvar aquellos artículos primerizos y contar a los lectores todo aquello que no aparece en los textos. Explicar cómo se planifica una cobertura, los problemas que surgen al poco de aterrizar en un país alejado miles de kilómetros de tu casa, cómo se consigue atravesar las líneas en una zona conflictiva, cómo transmitíamos hace dos décadas y media. Es decir, la sal y la pimienta del periodismo, el condimento que hace que una historia tenga más trascendencia que otra.


A mi director le pareció una excelente idea y eso es lo que vamos a hacer en los próximos meses. Cada domingo escogeremos una de mis crónicas, reportajes, artículos de opinión, entrevistas realizadas en los últimos 25 años y contaremos a los lectores cómo es la trastienda de una historia que quizá se haya perdido en la desmemoria colectiva, pero que en su momento fue resaltada en su portada y que supuso una demostración palpable de que la prensa regional española puede ser tan competitiva como la nacional.


Empezaremos por las guerras centroamericanas de El Salvador, Nicaragua y Guatemala y los conflictos de Colombia, Perú, Chile en los años ochenta.  Seguiremos con la guerra del Golfo de 1991 y los conflictos balcánicos que convirtieron la antigua Yugoslavia en un matadero. Continuaremos con las tragedias africanas de Ruanda, Somalia, Sudán, Liberia, Sierra Leona, República Democrática del Congo. Afganistán, Irak, Camboya, Oriente Medio, Timor Oriental tendrán un gran peso específico. Incluiremos los proyectos fotográficos y documentales Vidas Minadas y Desaparecidos que me han permitido asomarme a más de una docena de países en los últimos quince años.


Heraldo de Aragón es uno de los escasos diarios regionales de todo el mundo que ha mantenido un interés permanente por la información internacional y ha contribuido con su apoyo a que este humilde informador haya llegado a lugares imposibles para la mayoría de los periodistas que no cuentan con el apoyo de los grandes medios de comunicación.


Siempre he dicho que aprendí a escribir para equilibrar la balanza económica de coberturas que suelen ser muy caras. Sin el espacio que ha otorgado este diario a mis reportajes no hubiera podido mantenerme en esta especialidad durante un cuarto de siglo. Y si hubiese trabajando para cualquier otro medio no me queda la menor duda de que mi independencia hubiese sido socavada a las primeras de cambio.


Los textos nuevos serán publicados en el diario cada domingo acompañados de fotografías de la época,  y el texto de referencia, escrito hace años, podrá ser consultado en la web de Heraldo de Aragón en el blog Los Desastres de la Guerra. Los lectores podrán mandar sus comentarios a la web o a la sección de cartas al director.


Hemos decidido utilizar el blog Los Desastres de la guerra que inicié el 1 de enero de 2009 porque Francisco de Goya dedicó cinco años de su vida (1810-1815) para realizar la mayor aproximación de toda la historia del arte al descomunal sufrimiento y el dolor que provoca las guerras y a la incapacidad de los seres humanos para vivir sin ellas.


ESTADO DE SITIO EN SANTIAGO


Mi primer viaje a Chile duró tres meses. Empezó el 5 de noviembre de 1986 y finalizó el 4 de febrero de 1987. Volé con las líneas aéreas paraguayas vía Asunción e iba acreditado para un diario tarraconense llamado Catalunya Sud. Llegué a un país bajo Estado de Sitio y toque de queda. Dos meses antes el dictador Augusto Pinochet había sufrido un atentado del que había salido ileso milagrosamente.


Pero apenas había presencia militar en el aeropuerto. Me sorprendió el orden general y la exquisitez como que me trató el policía del control de pasaportes. Cuando le dije que era periodista me informó que tenía que presentarme en la Dirección Nacional de Comunicaciones lo antes posible para acreditarme ante el gobierno chileno.


Conseguí una habitación en el hotel España, me di una ducha y salí a pasear por la Plaza de Armas. Quería ve con mis propios ojos aquella ciudad convertida en la capital del crimen pinochetista. En una esquina me topé con un cartel sorprendente: “Sáquese la polla”. Después supe que en Chile se denomina polla a la lotería, que la quiniela es la polla gol y que, incluso, hay una polla de la beneficiencia.


La tranquilidad era pasmosa. Algunos vendedores voceaban los nombres de los diarios vespertinos. Patrullas de Pacos, tal como se conocía a la policía militarizada, dispersaban a los grupos de más de cuatro personas. Muchos chilenos se cambiaban de acera para evitar a estos hombres malcarados. Poco antes del anochecer decidí regresar al hotel para dormir de un tirón.


Lo primero que hice al día siguiente fue acreditarme. Recibí una tarjeta que me convertía en corresponsal extranjero en tránsito. Me advirtieron que diese parte si la extraviaba y me recomendaron que la llevase siempre encima para evitar problemas.


La Vicaría de la Solidaridad, que acababa de recibir el Premio Príncipe de Asturias de la Libertad, estaba en un edificio colindante a la Catedral de Santiago. Era el único lugar de Chile donde las fuerzas de seguridad pinochetistas no podían entrar. En sus instalaciones los familiares de los desaparecidos, los ejecutados y los prisioneros políticos se sentían protegidos.


Mi intención era preparar una serie de reportajes que empezaría a publicar unas semanas después. Hablé con varios responsables que me citaron para el lunes siguiente. Una secretaria me aconsejó que me lo tomase con calma. “La dictadura continuará el lunes, no te preocupes. Hay otra periodista española que llegó hace unos días. Se llama Maruja Torres y está alojada en el hotel Carrera. Creo que es famosa”, me informó cuando me despedía. Visto el panorama decidí acercarme al hotel mítico. Desde su terraza habían sido grabadas las imágenes del bombardeo de La Moneda, la residencia presidencial donde se atrincheró el presidente constitucional Salvador Allende, en septiembre de 1973.


Llamé a Maruja a su habitación y no la encontré. Cuando estaba a punto de marcharme escuché la voz de una mujer: “¿Me estás buscando?”. A los pocos segundos de iniciar mi presentación me cortó con gracia: “Me estoy meando. Espérame que voy al baño”.


En pocos minutos congeniamos. “Mañana me voy con unos amigos a Isla Negra a visitar la casa de Pablo Neruda. Si te apetece puedes venirte. Hay sitio en el coche”, me ofreció.


Mi tercera jornada en Chile fue una de las más relajadas que pasaría en el país austral durante mis viajes continuos de los años siguientes. Aquel sábado 8 de noviembre de 1987 pude entrar en la casa cerrada de Neruda, pasear por su biblioteca, husmear en sus rincones favoritos. Sentir la belleza de un lugar mágico ventilado por una brisa aún fría aunque estábamos en plena primavera. Y como colofón Maruja nos invitó a una mariscada.


Los días posteriores empecé a conocer a personas que serían imprescindibles en mi vida profesional durante los siguientes 25 años. Sola Sierra, Carmen Vivanco y Viviana Díaz eran familiares de desaparecidos. Ellas me introdujeron en aquellos ambientes opositores y me mantuvieron informado de los actos de protesta que se organizaban en las calles.


Para evitar filtraciones los periodistas teníamos que llamar a unos números de contacto media hora antes de que empezase la protesta para concretar el lugar exacto de la cita. Los fotógrafos esperaban camuflados entre los ciudadanos y empezaban a disparar las cámaras en cuanto se producía el primer griterío. Los Pacos tardaban muy poco en llegar y casi siempre utilizaban la fuerza bruta para disolver los grupos de manifestantes formados en su inmensa mayoría por mujeres de edad media. “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, era una de las principales consignas.


Un día había decidido ya marcharme cuando una patrulla me dio el alto y me llevaron retenido a un autobús policial sin atender mis quejas. Estuve allí unos 20 minutos hasta que llegó el oficial. Al enseñarle mi acreditación me ordenó que me marchara. Como no tenía ninguna cita regresé al hotel.


“Estás vivo, Gervasio. Gracias a Dios”, me asaltó Lucho Toro,  miembro del equipo jurídico de la Vicaría de la Solidaridad a la mañana siguiente. Al ver mi cara de sorpresa me explicó que la esposa de un desaparecido había denunciado mi detención. Para hacer más creíble el relato lo exageró bastante. Los Pacos me habían golpeado y trasladado casi a volandas.


Alarmados los abogados de la Vicaría habían llamado al ministro del Interior que les negó varias veces la detención de un periodista extranjero. La ola empezó a crecer y el gobierno chileno recibió una petición oficial de la Embajada de España y de Amnistía Internacional desde Londres para que se investigase mi desaparición. También apareció en un recuadro en The New York Times.


Aquello era una locura aunque obedecía al miedo a que se volviese a producir un caso similar al de José Carrasco. Este periodista había sido asesinado la noche del atentado a Pinochet por un grupo armado que había salido a la calle a matar a opositores para vengar la muerte de cinco escoltas del dictador. Su cadáver apareció con trece balazos en la cabeza.


Mis primeros textos los publique en Cataluña Sud a partir del 23 de noviembre de 1987. El 10 de diciembre otro reportaje aparecía con el título: “Chile no quiere ser un pueblo de desaparecidos”. A mediados de enero de 1987 escribí un serial titulado “El año que Chile vivió peligrosamente” pocos días después de que finalizase el año del cometa Halley. El primer texto llevaba un título vistoso: “La dictadura de Pinochet sigue firme pese a las presiones internacionales”.


Dediqué jornadas maratonianas a visitar las poblaciones marginales de la capital, donde vivía un millón y medio de personas en condiciones extremas. Todo este material lo fui guardando y sirvió para publicar varios meses después en Heraldo de Aragón mi primer reportaje “EL Chile que no verá Juan Pablo II” dos días antes del inicio de su polémico viaje.


El Chile que no verá Juan Pablo II  (publicado el domingo 29 de marzo de 1987)


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