Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

QUIZÁ ESTADOS UNIDOS DEBERÍA HABER INVADIDO PAKISTÁN

Kabul (Afganistán)      


Hace casi una década Estados Unidos invadió Afganistán como represalia por los atentados del 11 de septiembre de 2001. Necesitaba mostrar su fuerza militar en un tiempo record para aplacar el impacto psicológico del derrumbe de las Torres Gemelas y los tres millares de muertos. En dos meses expulsaron a los talibanes del poder con un coste inédito de víctimas: sólo 12 soldados estadounidenses murieron en aquella operación.


Pero quizá debería haber invadido Pakistán aunque el coste en vidas hubiese sido menos gratificante. Porque la simiente del radicalismo más excéntrico y brutal se encuentra desde hace tres décadas en territorio pakistaní.


Es cierto que tanto en los años ochenta como en los noventa el mesianismo islámico más ultraconservador fue bendecido y, sobre todo, armado por Estados Unidos o Pakistán, su principal aliado en la zona, aunque tantas veces parezca más un socio indiferente que un amigo. Sólo importaba expulsar a los soviéticos, embarrados en la invasión imposible de Afganistán en plena Guerra Fría.


Fueron los años de la llegada masiva de internacionalistas radicales deseosos de enfrentarse al coloso soviético. Los años en los que personajes excéntricos como Osama Bin Laden se paseaban por Pakistán con un cheque en blanco para favorecer la creación de grupos radicales. Cuantos más radicales fueran los combatientes afganos o extranjeros más dinero y armas recibían.


Sabemos que la CIA guarda las fotos de la ejecución extrajudicial de Bin Laden, pero no sería extraño que también tuviera imágenes de sus reuniones con Bin Laden en aquellos años de gloria radical.


El terrorista saudí llegó a Pakistán en 1986 y se relacionó con el grupo de la resistencia afgana más radical, dirigido por Jalaluddin Haqqani, en cuyas filas también combatió el mula Omar, que años después se convertiría en el máximo dirigente talibán.


Este grupo lideró la yihad contra los soviéticos y fue generosamente financiado por Estados Unidos y Arabia Saudí mientras Pakistán, que ejercía de peón, ofrecía su territorio para la aventura militar.


Los talibanes nacieron, se amamantaron, crecieron y se hicieron con el poder en dos terceras partes de Afganistán gracias al apoyo militar de Pakistán, uno de los primeros países que bendijo la ocupación de Kabul ocurrida en septiembre de 1996.


Durante el quinquenio talibán funcionarios de Estados Unidos mantuvieron relaciones consentidas con sus autoridades con el apoyo de los servicios secretos pakistaníes. Querían construir un gaseoducto que atravesara territorio afgano y estaban dispuestos a pactar con el diablo.


Siempre se ha dicho que Osama Bin Laden planeó sus principales atentados desde territorio afgano. Pero también podemos pensar que su residencia habitual estaba en Pakistán y que sólo aparecía por Afganistán en contadas ocasiones para arengar a sus combatientes y realizar las escasas entrevistas que coincidió en su vida.


Los talibanes se evaporaron en noviembre de 2001. Atravesaron la línea Durand, frontera fijada por los británicos en 1893 y no reconocida por Afganistán, y se reconvirtieron en granjeros pacíficos a la espera de tiempos mejores en territorio pakistaní.


El número de soldados muertos de Estados Unidos y de otros países de la coalición internacional no llegaron a sumar 200 en los tres años que pasaron entre 2002 y 2004.


Pero no se quedaron con los brazos cruzados. En la retaguardia prepararon a sus nuevos combatientes. Los cachorros talibanes más jóvenes, que hoy combaten en el sur del país contra los soldados estadounidenses, eran niños cuando las Torres Gemelas se derrumbaron.


El hombre más buscado del mundo vivía plácidamente sin que nadie lo supiera como un jubilado cerca de la capital de uno de los países más convulsos del mundo. ¿De verdad? La letanía pakistaní es imposible de creer. En cambio hay que afirmar que el mejor aliado de Estados Unidos era permisivo con su principal enemigo.


Los pakistaníes se han comprometido a investigar quiénes ayudaron a esconderse a Bin Laden. Quizá busquen un cabeza de turco, pero los verdaderos responsables siempre se mantendrán en la sombra.


Si Estados Unidos hubiese invadido Pakistán en vez de Afganistán en octubre de 2001 con una gran fuerza militar fronteriza, a los talibanes, acorralados y aislados, no les hubiera quedado más remedio que negociar con los demás grupos afganos. Y la frontera no se hubiese convertido en lo que es hoy: la retaguardia de los talibanes y sus aliados de Al Qaeda, santuario permitido por el gobierno y el ejército pakistaníes.


Los gritos a favor de la guerra santa siempre se han escuchado más alto en Pakistán que en Afganistán. El antropólogo y diplomático Georges Lefeuvre escribía en noviembre de 2010 en Le Monde Diplomatique que “en ninguna otra parte Al Qaeda encontraría un terreno tan propicio para su implantación” como las montañas de Pakistán. Fue allí donde Bin Laden proclamó su yihad planetaria en 1996, al hacer pública su “Declaración de guerra contra los estadounidenses que ocupan la tierra de los dos Lugares Santos (La Meca y Medina)”.


Debe ser difícil para los soldados estadounidenses que combaten y mueren en el sur de Afganistán entender que sus enemigos se pertrechan y se pasean como Pedro por su casa por territorio de Pakistán, el amigo de toda la vida de Estados Unidos.


Debe ser patético para el ciudadano estadounidense aceptar que su país crease hace un cuarto de siglo una máquina perfecta de matar que un día se descontroló convirtiéndose en Al Qaeda y que Pakistán, su principal aliado estratégico que es arropado cada año con miles de millones de euros en ayuda militar y económica, se abstuviera de buscar al terrorista que soñaba con desangrar y destruir la cuna del imperio más poderoso del mundo.

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