Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

La calle más llena de recuerdos

Pablo2
Pablo2



Retomamos hoy la serie de las calles de Zaragoza, en esta ocasión con una de las más castizas y 'zaragozanas', la de San Pablo. Este es el reportaje que publicaba HERALDO en 1968, y tomen aire porque el texto es especialmente largo:

Es una 'pintura fuerte' la calle de San Pablo, desde su principio a su fin. Una pintura que, si raya con el naturalismo casi siempre, encuentra su contraste en la genial pincelada de la iglesia de San Pablo. De su gótico y su mudéjar, que yace en medio de una increíble ruina llena de mansedumbre. Allí, en la desgarrada y sin embargo hermosa plaza de San Pablo, convertida en cochera donde, al atardecer, se reúnen los colores más imprecisos de la ciudad. Tal vez nimbando la interesante torre octogonal de la iglesia. Quizá para que este nimbo llegue a retener sobre ella la preciosa atención de los señores de la Dirección General de Arquitectura, organismo restaurador.

De la plaza de San Pablo hacia allá, hasta el número ciento sesenta y dos, que topa con el convento de Santa Inés, la calle es un suceder de fachadas sorprendentes, de casas viejísimas y extrañamente contentas de sí mismas. Casas muy pequeñas, con sus tiendas pintadas de colores llamativos, sus puertas con aldabas y llamadores en forma de manos. Con su ropa blanca y de color colgada de ventanas y balcones. Expresivos baluartes de una manera de vivir... Con su olor a comida laboral y sabrosa. Con sus gritos, sus expresiones... Se necesita ser muy duro de oído para pasear la calle de San Pablo y dejar de escuchar que la vida en ella no se limita a deslizarse como dicen los poetas; que la vida, sencillamente en ella, hierve.

Y, sin embargo, hago mi entrada por una puerta chocante: el humor. Se desborda en una tienda de dulces. En su fachada se exhiben bolsas de pipas y cacahuetes de distintos tamaños. Su destino es el de entretener un rato, una hora crucial de la vida. Hay unos cartelitos aclaratorios, muy decorados y muy llenos de intención. Así, por ejemplo, las pipas que caben en un paquetito de tres pesetas se ofrecen "para aguantar el 'La, la, la"; las de cinco, "para perder el día buscando piso"; las de seis tienen un epitafio que dice: "Aquí yacen por comer estas pipas Charito, Marisol, Merche, Fabiola, Clarita... murieron de gusto". Todas las pipas del paquete de ocho pesetas están destinadas "a entretener mientras se ve perder al Zaragoza". El cartelito está decorado con cabezas de mujeres negras, por aquello del color con que algunos se empeñan en pintar la suerte, según me dice el artífice de todo esto; es decir, Ramón Domeque. Que añade:

-Pues aún voy a cambiar el cartelito por otro que diga: "Para ver bajar al Zaragoza a Segunda División".

Decididamente, mi interlocutor no es un hincha. Las bolsas de cacahuetes tienen metas un poco más pacifistas: "Para ir contenta al cole", "para desenfadar a Pili", "para esperar el autobús Tenerías-Salamanca", "para escuchar la novela bien repantingada".

La tienda también vende turrones, y Ramón Domeque, en llamativas carteleras, los envía a los más distintos puntos del globo terráqueo: Canadá, Checoslovaquia, Utebo...

A la calle van a parar, por una y otra ladera, otras calles y callejuelas, tan viejas o más que ella. Su longitud, por los pares, alcanza el 162, y por los impares, el 169; es, por tanto, una de las calles más largas de la ciudad. Tiene, como otras tantas, una hendidura radical: a la altura precisamente de la plaza de San Pablo. Así, vamos a hablar de la calle que va de Escuelas Pías a la plaza, y de la que, más angosta, parte de ésta hasta Santa Inés. Sin embargo, aunque los elementos externos y el alumbrado sean muy distintos en una y en otra parte, creo que es sustancialmente la misma, que no desmiente su condición ni su clase en su pasar estrecho y fachendoso hasta Santa Inés.

De su primer tramo nos va a contar el presidente de la antigua asociación de vecinos de San Pablo, primera sección. Es decir, don Luis Resano.

Don Luis Resano, amante de la calle de San Pablo por muchas razones, vecino desde hace cincuenta años, puede decirse que lo sabe casi todo de ella. Y empieza por hablarme de cuando la conoció.

-Con alumbrado de gas en las clásicas farolas, que después pasaron a humildes bombillas y ahora a nueve puntos de neón, de instalación moderna. Nueve puntos desde su principio hasta la plaza. De esto hace ya ocho o diez años, y todavía no se ha fundido ni uno. ¡Hemos tenido el cielo este Pilar! Con los puntos de neón y la iglesia iluminada...

Don Luis Resano me da una referencia del carácter de la calle. El carácter de siempre: alegre, festivo, pero tranquilo.

-Nunca he sido llamado para ningún escándalo en la calle.

Mi interlocutor se refiere a su profesión sanitaria y a su calidad de presidente del vecindario.

-Fructifica en ella la semilla cultivada por el colegio de las Escuelas Pías, con su ejército de críos de clase gratuita, hijos de gente que lo necesita. Quiero hacer público agradecimiento a este colegio y decir que en San Pablo se le considera como nuestra segunda madre parroquia.

Don Luis Resano vuelve a su punto de partida, cuando conoció la calle de San Pablo.

-Dos notas descollantes tiene la calle: la iglesia, y después de la iglesia, la famosa posada de las Almas. Los bajos de la posada se llenaban de vida con los carros que paraban en ella, los trajineros que venían de los pueblos, especialmente del campo de Cariñena y Daroca. Estos trajineros traían cosas muy diversas: leña, carbón, huevos y, en las épocas de Pascua, sabrosos corderos... Había un hombre, el cebadero, que daba de comer a los caballos por diez reales. Los trajineros dormían dentro. En estos bajos se cobijan hoy los coches de los turistas, que son, algunos, de aquellos viajeros que se hospedaban antes. El cebadero de antes se ha transformado en el moderno guarda-coches.



La calle de San Pablo estaba entonces llena de bodegas, en los bajos de los inmuebles, gran parte de los cuales subsisten hoy.

-Yo he visto pisar uva en varias de estas bodegas. Hasta hace poco, en los bajos del 26 había una prensadora. Antes de pavimentar la calle suponían un problema, porque se inundaban enseguida con las lluvias. Con la nueva pavimentación ha desaparecido el problema.

-Por lo menos, en lo que va hasta la plaza de San Pablo.

-También había muchas de las que antiguamente se llamaban "casas de préstamos". Usureros -me aclara el señor Resano en voz baja-. Eran tiendas de compra y venta de ropas usadas. Estas casas vivían al amparo del juego, cuando éste existia, cuando estaba autorizado. Ahora se han transformado en modernos comercios...

Y había una viejísima fragua, donde se arreglaban camas, que hoy está transformada en una firma nacional. Había tabernas donde por perra gorda daban un palmo de vino sin bautizar. Hoy se han convertido en bares. Y una casa de comidas de largos bancos y largas mesas enfundadas de cinc...

-Los curas se hacían eternos, de viejos, en la lóbrega iglesia... Póngalo usted así: en la lóbrega iglesia...

En la lóbrega iglesia...

Desde luego, la única en Zaragoza que está en hondo. La única de las torres mudéjares de planta octogonal y la más bella sin duda. La iglesia está dotada con una rica colección de antiguos tapices, con un órgano de sonido estupendo, con unas campanas todavía volteadas a mano...

La demarcación de la parroquia se cree que data de 1259. Y es la siguiente: al norte, el Ebro, paseo de Echegaray y Caballero; al sur, General Franco y parte de Agustina de Aragón. Más los porches del mercado, los nones de Escuelas Pías, calle Mayoral, plaza de Santo Domingo, San Felipe y parte del Portillo. Existe en la parroquia una asociación de Veteranos de San Pablo, compuesta por un público conspicuo, unidos sus miembros por el afecto a la parroquia y al viejo recuerdo de mosén Pedro Doset. Por San Antón se bendicen los animales, cada año más reducidos a perros y gatos.

La Iglesia, con el paso de los años, a diferencia de cuanto me ha ido diciendo el señor Resano, no ha sufrido transformación ninguna. Hace cien años la pintaron por última vez. ¿Reformas? El templo las necesita, desde luego, a riesgo, si no las hay, de que se eche a perder su interior, de un gótico severo. En la plaza de San Pablo hay coches aparcados. Causa impresión mala. El señor Resano, sin embargo, me ha dado una cierta explicación.

-El dos de febrero se hicieron las obras. Siendo aparcamiento, por lo menos se evita que se convierta en campo de fútbol y que la puerta de la iglesia sea la portería...

Con todo, la iglesia de San Pablo, con su calidad, su halo de belleza auténtica, su clase, queda subordinada por los siglos de los siglos a la parroquia.

La otra característica descollante de la calle es la Posada de las Almas, fundada en 1705. Un amable vecino, bautizado en la parroquia del Gancho, me va a presentar a su actual propietaria, doña Sabina. Doña Sabina me da toda dase de información, la que abarca en los diecisiete años que hace que su esposo adquirió la posada.

-Figúrese, con una vaca que había en la cuadra y que no nos gustaba, porque pensábamos que olería... Por fortuna, se murió antes de que entráramos...

En la Posada de las Almas se conserva un bando que data de 1908, editado en la imprenta de la parroquia del Gancho, de Marcos Raga, cerca de la iglesia. Dice lo siguiente:

"La Junta organizadora de las fiestas del Centenario de los Sitios en la Parroquia el Gancho, vus hace saber: Que habiendo visto con gran satisfacción lo bien c'an resultau dichas fiestas, c'an dirigido el tío Pascualico Aznárez, el que fue Botigueru en el Mercau, frente a la Horca, y el siñor Albertico Pala, melitar de tropa del Ejército Español, ha acordau celébralo con una comilona o lifara, como hacen tos los mainates cuando le sale bien alguna cosa. Como tos o cuasi tos somos baturros de la buena cepa y no estendemos mu claro esas reglas que se guardan en estos casos, pues aunque las himos aprendido en los Escolapios, las tenemos cuasi olvidadas, la Junta cree en el deber, a fin de que denguno tenga que mermurar de nusotros, de haceros las alvertencias siguientes: Que habís de comer con decencia, procurandu no emporcaros mucho los dedos; Que no hablís juerte ni vus riáis cuando tengáis la boca llena, porque le echaréis un chaparrón al vecino; Que antes de beber vus limpiéis los morros con el revés de la mano, porque los tendréis puercos de lardo; Que si alguno tiene gana de echar un regüeldo se ponga la mano delante e la boca, pa que no se enteren más que los que están cerca; Que denguno s'atraque más de lo regular por aquello de sacar dos escotes porque dimpués se los tendrá que gastar en purgas; Y que dimpués de comer vus marchís prontico a ásiar o a güestras casas, antes que las judías hagun su efecto porque no vus podrís aguantar unos a otros. Con estas alvertencias la Junta espera que denguno meterá la pata y si alguno la mete pagará una perra gorda por cada metidura y todas las perras juntas se entregarán en la Caridá pa los probes. Dau en la posada de las Almas a 9 de agosto de 1908. Por la Junta. El tío Pelaire".

¡Curioso documento, en tiempos prohibido por la censura! No constan las perras que salió ganando la Caridad de la lifara...

Editada en 1955, hay una pequeña obra teatral, de Bonifacio García Menéndez, que lleva su título: 'Posada de las Almas, leyenda aragonesa'. En ella nos habla de cómo las ánimas habitan la posada, mueven los collerones, las sillas, las perchas... Hay por medio un duque, una duquesa, un posadero maduro enamorado, una hermosa doncella, un picadillo entre mozos de la parroquia del Gallo y los del Gancho y coplas como las siguientes:


'Ya sé que gastas de acero

las cuerdas de tu vihuela;

yo lo gasto en mi cuchillo,

pa hacer de tus tripas cuerda...'.


O esta otra:

'No sé la distancia que hay

de la tierra al otro mundo,

pero el galán que ha cantado

pué que llegue en un segundo'.


O esta más:

'Dejaros ya de cantar

coplicas de picadillo:

hacer piazos las guitarras

y que canten los cuchillos...'.


¡Uf...!

Ahora, la posada está tranquila; las almas, mucho más. La leyenda, sin embargo, consigue filtrarse por las paredes. La hija de doña Sabina me cuenta, mientras vemos el típico y formidable comedor de la posada:

-El artesonado de madera estaba pintado antes, pero dicen que se descubrió porque uno de sus antiguos dueños buscaba un tesoro...

Y lo encontró, puesto que el artesonado, con su autenticidad, puede tomarse por tal. En el comedor hay también una cocina típica, que a algunos comensales mal informados, procedentes de algún pueblo, les hace exclamar: 'Pa comer en la cocina, como todos los días en casa, a mi llévame al comedor'.

La clientela de la posada de las Almas es una mezcla de turismo y forasteros de la provincia. De éstos vienen las anécdotas. Como aquel que bajó corriendo, buscando al conserje, jurando que él no había tocado nada, pero que sonaba un cacharrico. Subió el conserje, extrañado, y el cacharrico resultó ser el teléfono... O, también: 'Oiga, que arriba toca un cacharrico y yo no me he atrevido a cogerlo'.



Otra vez el pasado se recorta en la conversación. San Pablo ha sido siempre una calle de labradores. Los carros eran una de sus estampas más genuinas.

-Bajaban los ordinarios, como se les llamaba. Los carros iban guiados por los hombres a pie. Y, cuando les acompañaban las mujeres, ellas iban arriba, dentro.

Hasta hace bien poco los coches de caballos eran cosa natural en la posada. Estaban los llamados de la estación, que salían de la propia posada. Las fiestas de la calle de San Pablo eran sonadas. Había hogueras en San Antón, donde se asaban patatas y otros sabrosos bocados...

Ahora, la posada de las Almas es un hotel; sus bajos, un garaje. Sus platos típicos, los mismos de toda buena cocina aragonesa. Todo en torno a ella, leyenda, pasado, cierto aire sombrío, combinan con la calle de San Pablo como anillo al dedo. Famosos toreros se hospedan aquí, entre ellos 'El Cordobés', que usa el pequeño truco de vestirse el traje de luces en la posada y quitárselo en otro hotel, o al revés, con la sana intención de despistar a los cazadores de autógrafos...

Una juventud pasada en la calle de San Pablo puede resultar imborrable. Es una calle ésta que marca carácter. Los recuerdos de mi informador, que pasó sus más verdes años hospedado en una pensión del número 55, añaden vigor a esta fisonomía de lo que fue y lo que es la calle de San Pablo.

-Resultaba muy chocante y divertida la estampa que componía la funeraria de Andrés Pintado, que hacía esquina con la iglesia. En el escaparate estaba de exposición un féretro lujosísimo. Y, casi siempre, aparecía junto a él una muchacha guapísima, que era la hija del dueño, y que, como digo, era muy joven, muy maja y muy sonriente...

Los viandantes no tenían más remedio que echar una ojeadita... al féretro.

-Entre sus comercios, sobresalía una cerería famosísima, que entonces surtía a todas las iglesias de la ciudad. La confitería de Ginés, cuyo hijo Paco Ginés fue delantero centro del Iberia, después barítono y autor teatral. También la herrería de Andrés Lucía, que ha dado lugar a una firma muy acreditada de muebles y camas...

-Por la Posada de las Almas -continúa mi interlocutor- pasaron entonces todas las figuras de relieve que venían a Zaragoza. Don Joaquín Cerezuela, su dueño, supo dar a la posada un auge y un sello que se hicieron famosos. Personalidades de la política, la literatura, el arte, han comido en el típico comedor de la posada.

Y continúa aún:

-Y lo que impresionaba era la llamada 'puerta de los ajusticiados', de la iglesia de San Pablo. Se llamaba así porque por allí pasaban los féretros de todos los ajusticiados de Zaragoza; los conducían ante un altar cuyo retablo se guarda hoy en nuestro museo. Los últimos ajusticiados que atravesaron aquella puerta fueron los atracadores del paseo de la Mina, por el año 1928, si no recuerdo mal. Constituyó un espectáculo casi patético. Fueron ajusticiados en la vieja cárcel de Predicadores. La gente se echó a la calle. Se recogió dinero para los familiares... Los cuerpos de estos atracadores ajusticiados fueron los últimos que atravesaron la puerta de San Pablo, que ahora creo que permanece cerrada...

El rosario de la Aurora, tan tradicional en Zaragoza, parte de la vieja iglesia de San Pablo. La tradición es importante en la calle de San Pablo. Importante, devota y espectacular.

El tramo más largo de San Pablo corresponde a su parte estrecha, la que va de la plaza a Santa Inés. Esta parte es la que ellos, su vecindario, llaman 'de arriba'. Así, al referirse a la otra, me dice uno de sus vecinos, Enrique Giménez, dueño de una relojería:

-Sí, la parte de abajo ha prosperado un poquitín. Esta es la de siempre, algo oscura, de gente obrera, que también viviría en la Gran Vía si tuviera recursos para ello.

En una mercería me cuentan escenas que se vienen a repetir día tras día y que dan idea del ir y venir de sus compras y sus ventas.

-Una aguja de coser. A ver, otra más larga. No, pues ésta..., un poco más corta, más gruesa... Y se están así veinte minutos, para comprar una aguja. Puede decirse que tienen la lengua suelta. A veces, sin querer, me entero todo. Una mujer está aquí hablando de otra; y, cuando se va, siempre hay otra que hable mal de ella...

Claro que esta pequeña característica, me temo, no es privativa de la calle de San Pablo, sino de la mayor parte de las calles del mundo.

El vecindario, suelto o no suelto de lengua, no es tramposo. Paga sus compras al contado y ajusta su cuenta al presupuesto, que suele ser -¡ay!- corto.

En la esquina de la calle de Cerezo hay una tienda de comestibles. Al entrar en la tienda encuentro a su dueño, el señor Pascual, con un gato pardo rodeándole el cuello. Un pequeño bote de alcohol caldea el ambiente y sirve para calentar las manos de una anciana, madre del señor Pascual. En seguida se convierten en amables informadores. Me cuentan que llevan treinta años en la tienda y cincuenta en el barrio, se lo conocen bien. No se sienten optimistas respecto a la actualidad de la calle.

-Son casas viejas que ya no debieran existir. En algunas se da el caso de tener un solo retrete para tres o cuatro familias. ¡Calle extraordinaria! Y no crea que mi casa, porque está en esquina, no reconozco que sea vieja. Ya lo creo.

Precisamente ahora, el señor Pascual acaba de obtener permiso para hacer reformas, y, después de seis meses de larga petición, me muestra orgulloso la señal de prohibido el paso, que debe colocar en lugar estratégico.

Me hablan algunas compradoras de las basuras. A las ocho pasa el camión de recogida y, a eso de las tres, un carrito, también recogedor.

-Todo queda para él. Muchas tiran la basura en la acera. La bajan y la depositan allí, es una vergüenza... Me gustaría que viese cómo lo ponen, aquí mismo, en esta esquina...

El señor Pascual me habla de las diferencias entre tramo y tramo de calle. Del alumbrado y del no ponerse de acuerdo los vecinos, los comercios.

-Hay dos causas, la tozudez y la cortedad de bienes. Compran un piso, a lo mejor, y no reparan ya en los daños que se ocasionan: las averías de la lluvia, de las antenas de televisión...

El no ponerse de acuerdo perjudica mucho al bien común de la calle de San Pablo, de esta segunda parte, se entiende. Son pequeñas querellas, pequeñas faltas de contacto. En algo hay que entretenerse cuando ya pasaron a la historia aquellas zapatiestas con los de la parroquia del Gallo y aquellas rondas que acababan a cuchilladas. O, por lo menos, a coplas en las que se nombraba el cuchillo...


Confío en que los buenos conocedores de la calle de San Pablo que siguen este blog compartan aquí con todos nosotros sus recuerdos y anécdotas. Y para los que se hayan perdido alguna entrega anterior, publico aquí todas las que han aparecido hasta el momento:


1. La calle más elegante de Zaragoza.

2. La calle obsesionada con mantener la línea.

3. La calle más decadente de Zaragoza.

4. La calle de las muchas verdades.

5. La calle que no tenía nada malo.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión