Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

¿Cinco asesinos para un asesinato?

¿Puede un asesinato haber sido cometido por cinco personas? Sí. Pero, ¿si la víctima falleció tras recibir una única puñalada?

En el caso que reproduzco hoy, de más de 100 años de antigüedad, lo más llamativo es que los investigadores tuvieron difícil llegar hasta el fondo del suceso. Había cinco sospechosos del crimen, ninguno confesaba, y testigos fiables implicaban a distintas personas. Esto es lo que publicaba HERALDO en la primera edición del 24 de agosto de 1903:

Muchas personas que se dirigían anoche al circo taurino por la calle de Pignatelli, viéronse sorprendidas por fuertes voces de auxilio que partían de la de San Martín. Cuando se personaron algunos en el lugar de donde los gritos partían solamente encontraron un sereno en el suelo mortalmente herido de terrible puñalada. El sereno fue conducido enseguida a la farmacia de la calle de Pignatelli con objeto de prodigarle los primeros auxilios. Pero su gravísimo estado requería mayores cuidados y hubo que trasladarlo en camilla al hospital. Cuando llegó al benéfico establecimiento el herido era ya cadáver.

El médico de guardia, Mariano Sánchez, y D. Amalio Roldán, que se hallaba allí casualmente, reconocieron detenidamente la lesión, apreciando una herida profunda de arma blanca en la región torácica en dirección de arriba abajo, que debió originar gran hemorragia interna.

Resulta casi imposible narrar con precisión lo sucedido. El resultado de las actuaciones, según nuestros informes, es muy confuso, por las contradicciones en que incurren los que en el suceso tomaron parte. Pero ateniéndonos a la versión más lógica y racional daremos un relato que no creemos distante a la verdad. Cinco sujetos que no tienen domicilio fijo conocido son los protagonistas del sangriento suceso de anoche:

Silverio Fariñas de Blas, de 33 años, empleado que ha sido en Correos y cesante desde hace mucho tiempo; vino a Zaragoza el 30 del mes pasado y no se sabe cómo atendía a su subsistencia porque no se ocupa en nada.

José Lasarte, de 39 años, madrileño, habla en tono gangoso muy acentuado; trabaja, desde hace tres semanas en la gravera de Torrero.

Isidro Villa, también madrileño y sin oficio conocido.

Gregorio Carrudo Valle, de 24 años, operario en la gravera.

Pascual Teller, conocido por El Cartagenero, de 26 a 30 años, también empleado en las faenas del desmonte de Torrero.

Los cinco tienen aspecto poco simpático y visten casi andrajosamente.

Parece que estuvieron por la tarde merendando y bailando en un ventorro de Torrero hasta el oscurecer. Entraron después en Zaragoza visitando una casa de comidas de la calle de Escuelas Pías, frente a la de Meca. De allí se dirigieron a una casa de lenocinio, donde solo permanecieron un cuarto de hora.

Al salir el Cartagenero, que parece iba algo borracho, comenzó a blasfemar y a decir a voz en grito inconveniencias en ocasión que llegaba el sereno José Clariana, el cual llamó al orden al alborotador.

Lejos de atender las advertencias del representante de la autoridad le propinó una bofetada.

Clariana se defendió con el palo del chuzo; a los pocos instantes recibía la puñalada que le llevó al sepulcro sin que hasta ahora se sepa quién de los cinco dio el golpe.

Hay un testigo presencial cuyo concurso será muy valioso para el esclarecimiento de muchos puntos oscuros del sumario. Un soldado, corneta del regimiento del Infante, llamado José San Vicente, se hallaba en la citada casa de lenocinio cuando estuvieron los cinco sujetos en cuestión, quedándose allí cuando estos se marcharon; el ruido de voces pronunciadas en tono de disputa le hizo asomar a la calle de San Martín en el momento que ocurría el suceso.

Dice que vio al autor del crimen; lo siguió pero, apercibido de ello el perseguido, volvió el arma contra su perseguidor, sin que afortunadamente alcanzase el golpe al soldado. José San Vicente creyó mejor auxiliar al herido y cesó en su laudable tarea de apresar al agresor.

El muerto llamábase, como ya hemos dicho, José Clariana Guerrero, tenía 37 años de edad, era casado y se dedicaba también a fardero. Era sujeto de muy recomendables antecedentes, muy trabajador y simpático. Deja cuatro hijos. Precisamente cuando acaeció el lamentable suceso que dejó sin vida al infortunado Clariana, su esposa, acompañada de los hijos, estaba presenciando los festejos que celebraban los vecinos de las Tenerías en honor de San Roque, su patrón, ajena a la dolorosa desgracia que la dejaba viuda. En poder del muerto se halló un billete de 25 pesetas, 18 en plata, y 86 céntimos, la cédula personal, un número de El País, varios lapiceros, algunas apuntaciones y un reloj Roscof que marcaba entonces las 11 menos 20.

Hasta ahora solamente hay detenidos José Lasarte, Silverio Fariñas y Gregorio Arrudo. Todos niegan su participación en el hecho.


Como se ve, los periodistas (la crónica no iba firmada) se esforzaron por ofrecer una crónica fidedigna de lo ocurrido apenas unas horas antes. Ese mismo día, pero en la edición de tarde, ya podían afinar un poco más: 

Hasta las cinco de la madrugada ha permanecido el juez D. Gervasio Cruces y el actuario D. Pablo Ojuel, practicando diligencias para esclarecer el sangriento suceso ocurrido anoche en la calle de San Martín. Han tomado declaración a los tres detenidos y a varias vecinas de las casas más próximas al lugar del suceso. Asistió también a las actuaciones el teniente fiscal D. Genaro Barrón. Según nuestros informes, en las manifestaciones de los detenidos abundaron las contradicciones. Varios careos practicados tampoco dieron gran resultado. Antes de retirarse, el juzgado ordenó el ingreso en la cárcel de José Lasarte, Gregorio Cerrudo y Silverio Fariñas.

A la hora señalada para comenzar sus faenas los obreros empleados en el desmonte de la gravera de Torrero, se ha presentado a trabajar Pascual Teller. Uno de los listeros, que había sido anoche interrogado por el Sr. Cruces, sabía que el juzgado buscaba a Teller como complicado en el crimen de anoche y lo ha detenido, entregándolo a a policía. Conducido a las oficinas de vigilancia, ha permanecido allí hasta las diez, hora en que lo ha reclamado el juez para tomarle declaración. Es sujeto de aspecto que previene en contra; de unos 26 a 30 años, natural de Cartagena, sin domicilio fijo; hace poco tiempo que llegó a Zaragoza, presentándose al alcalde, el cual, como diariamente hace con otros, le proporcionó trabajo en la gravera. Viste pantalón oscuro, blusa azul, alpargatas blancas y un sombrero castoreño que en otros tiempos debió ser gris claro. Parece que, como sus compañeros de anoche, lo niega todo; ni sabe quien asestó al sereno Clariana la puñalada que le costó la vida, ni está enterado de lo que pasó en la calle de San Martín.

El juez ha hecho un hábil interrogatorio, que ha durado desde poco antes de las diez hasta las doce, haciéndole incurrir en contradicciones de mucho bulto. Al terminar esta diligencia el señor Cruces ha ordenado el ingreso de El Cartagenero en la cárcel. El juzgado se constituirá esta tarde en la cárcel para interrogar de nuevo a los detenidos y ver la forma en que explican algunos importantes extremos del sumario que están bastante oscuros.

¿Quién es el matador? No es posible hasta ahora precisar quién de los cinco sujetos a nombrados es el que dio la puñalada al sereno Clariana. Los cargos dirígense contra el Cartagenero y contra  Gregorio Cerrudo. Al principio se creyó que el Cartagenero era el verdadero y único autor del delito pero según las noticias que tenemos, esta creencia ha sufrido importante modificación.

Dícese que el Cartagenero es el que indujo a todos a penetrar en la casa de lenocinio de la calle de Meca; es también el que salió de allí alborotando y blasfemando, siendo recriminado por el sereno Clariana, con el cual disputó. Pero hay quien asegura que no fue él quien usó el arma con que fue muerto el representante de la autoridad, sino que Gregorio Cerrudo, al ver que su compañero disputaba con el sereno, salió a la defensa del primero, hiriendo mortalmente a Clariana.

El Sr. Cruces trabaja para capturar a los sujetos más cuyos nombres y señas reservamos por no entorpecer la acción judicial; si bien de uno de ellos, Isidoro Villa, ya hemos hablado está mañana. El otro es uno que no había sido

nombrado en el proceso por casi ninguno de los declarantes, y es quien acompañaba anoche a Fariñas, Teller, Cerrudo y Villa cuando se cometió el suceso. En cambio, parece que se desvanecen las sospechas recaídas en José Lasarte, el cual no iba en compañía de los individuos antes mencionados. 

El alcalde ha dispuesto que se costee por cuenta del ayuntamiento el entierro del sereno Clariana, cuyo cadáver será llevado en coche de primera clase con seis carretelas. Asistirán el alcalde, el teniente de alcalde del distrito, los concejales que quieran y todos los serenos y vigilantes nocturnos. Estos costearán una corona y las cintas del féretro.

La comisión cuarta llevará a la primera sesión del Ayuntamiento un dictamen proponiendo la concesión a la viuda de una pensión de seis reales diarios.


Al día siguiente, el periódico publicaba un editorial en el que clamaba por la inseguridad que se estaba apoderando de la ciudad, porque, al parecer, cuando las autoridades revisaron la lista de trabajadores en la gravera encontraron a algún otro prófugo de la justicia. En un tono durísimo, decía: "Se va formando en Zaragoza, por aluvión, una colonia merecedora de apellidarse penitenciaria. Vagabundos cuya procedencia y destino nadie conoce, viven a sus anchas, disfrutan de jornales 'oficiosos' y pasean sus ruines instintos por la población sin que haya alguien que los someta al régimen obligatorio para el honrado ciudadano. Es irracional e intolerable que existan obreros dependiendo mediata o inmediatamente del municipio y que no tengan residencia fija. Desconocidos en absoluto pueden campar por sus respetos haciendo de una población digna teatro de sus hediondas hazañas. No encuentran, además, obstáculo grave que detenga sus ímpetus. Casas de dormir oscuras e ignoradas les sirven de cómodo albergue, innumerables tabernas les brindan el impuro alcohol con que excitan su degenerado organismo y los refugios asquerosos del vicio les proporcionan mil ocasiones de delinquir".  En fin, que Zaragoza hervía. Mientras se celebraba el entierro de la víctima, el juez seguía con sus indagaciones: cinco posibles asesinos, sin que ninguno confesara. Y, peor aún, con testimonios contradictorios. Por ejemplo, el corneta que estaba en la casa de lenocinio y que salió en persecución del agresor, aseguraba que la puñalada mortal había sido obra de El Cartagenero. Y la 'madame', sin embargo, acusaba a Gregorio Cerrudo. Este, para complicar aún más las cosas, decía que todo había sido obra de Isidoro Villa. Y éste, uno de los que iba en el grupo primitivo, había huido de la ciudad al ver que las autoridades le estaban buscando en la gravera. No se encontró el arma del crimen... En fin, no me extenderé con las crónicas del suceso publicadas los días siguientes. El caso es que el sumario se cerró con El Cartagenero y Cerrudo como acusados del crimen. Y no, lamentablemente, no he podido averiguar si fueron condenados.


Y mañana...

El misterio de la fabulosa herencia de Lécera

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