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por Mariano García

El misterio del crimen de las tres boinas

boggiero
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Dos hombres fueron tiroteados en la madrugada del 3 de abril de 1920 a la salida de una de las salas de fiestas/cabaré más conocidas de la Zaragoza de la Edad de Plata: el Royal Concert, hoy Oasis. Uno o varios desconocidos les tirotearon a corta distancia. Junto a uno de los cadáveres, indocumentado, se encontraron tres boinas. Una, ensangrentada, podía ser suya. Las otras dos... Esta es la crónica de urgencia que publicaba HERALDO el mismo tres de abril:

Esta madrugada ha ocurrido un grave suceso en la calle de Boggiero, cuyo origen se desconoce en este instante. Próximamente a las dos salía del Royal Concert un camarero llamado Agustín Flaños, que prestaba actualmente sus servicios en el café Royalty, en el turno próximo al escaparate de la izquierda. De pronto, frente a la calle de Echeandía, partieron tres disparos de revólver contra el camarero. Desgraciadamente, iba junto al camarero, en aquel momento y por casualidad, según se nos informa, un hombre artesano o labrador por su aspecto. Este sufrió de lleno los disparos. Dos balazos le atravesaron el pecho y cayó muerto instantáneamente.

El camarero recibió otro balazo en el corazón. El desconocido quedó muerto instantáneamente. El proyectil le había cogido de través, atravesándole el pecho de la una a la otra tetilla. Allí quedó, junto a la acera, que en aquella parte de la calle de Boggiero es muy estrecha. No pudo ser identificado. Su aspecto es el de un labrador de pueblo. En el lugar del suceso se rumoreó que era de Arándiga, pero nadie pudo precisar con exactitud su nombre ni su naturaleza.

El camarero Agustín Flaño sobrevivió algunos momentos a la agresión. Los primeros transeúntes que acudieron al ruido de las detonaciones y el vigilante de la plaza de San Lamberto que también corrió presuroso al oir los disparos, encontráronle a la entrada de la misma calle de Ramón y Cajal. Pudieron comprobar que aún tenía vida y dispusieron su inmediato traslado al Hospital. Cuatro de los circunstantes se prestaron a esta piadosa tarea, acompañados por el vigilante. Pero el desgraciado Agustín falleció antes de llegar al benéfico establecimiento. Tenía una pequeñísima herida de bala en la tetilla izquierda, a la altura del corazón.

El vigilante de la calle de Boggiero intervino en un pequeño lío callejero en el momento preciso de sonar los disparos. Corrió hacia el sitio en que habían sonado y pudo ver a un hombre que escapaba precipitadamente. Salió tras él haciendo sonar el pito de alarma y dando voces para que detuviesen al fugitivo. Este cruzó por las calles laberínticas de aquel barrio en dirección a la de la Democracia. Una pareja de la Guardia Civil que prestaba servicio en la puerta de la cárcel corrió tras él, que siguiendo el Postigo del Ebro logró ganar la ribera. Allí le perdieron de vista los guardias. No saben si se descolgó por el pretil o logró escabullirse en una obra cercana. Les hace suponer esto último el furioso ladrido de los perros en las casas próximas a la obra de referencia. Cuando la pareja de guardias civiles regresaba al Royal Concert, encontró en el callizo del Sacramento una pistola automática, con la que indudablemente fue cometido el crimen.


Bien, ahora muchos lectores se preguntarán dónde están las tres boinas.  Tranquilos, que aparecerán, pero vayamos por partes. Porque éste va a ser el texto más largo de los publicados hasta la fecha, pero les aseguro que merece la pena. La crónica de los sucesos que realizó esos días HERALDO es una pequeña joya periodística. Tenemos dos muertos, un hombre que escapa y una pistola abandonada. En principio la cosa parece fácil. Pero no. El juez de San Pablo, del que solo he podido averiguar el apellido, Zaragoza, fue levantado de la cama en plena madrugada. Se dirigió al lugar de los hechos y empezó a tomar declaraciones a los testigos 'in situ' para poco después constituir el juzgado de guardia en la propia comisaría. Las cuatro horas que van desde las tres de la madrugada hasta las siete, cuando el juez se fue a dormir, estuvieron llenas de acontecimientos. Por un lado, apareció un hombre muerto en un montón de estiércol en el Arrabal. En un primer momento se pensó que podía tener relación con el crimen, pero muy pronto se descartó: parecía un accidente.

Una de las víctimas, el de aspecto de labrador, permanecía sin identificar. De la otra, el camarero, se supo que se llamaba Agustín Flaño, que era natural de Bilbao, donde vivía junto a su esposa, que tenía 27 años y que era viajante de profesión. Y que estando en Zaragoza, al declararse la huelga de camareros, se había ofrecido para trabajar en el café Royalty, por lo que había recibido numerosas amenazas.

Mientras se hacían estas averiguaciones, se detuvo a dos individuos, Juan Y. y Domingo M. por su posible relación con los hechos. Al principio se pensó que los nombres que facilitaban eran falsos, puesto que se les intervinieron carnés del Sindicato de la Alimentación (al que pertenecían los camareros) con otras identidades. Y mientras el juez, de tres a siete de la mañana, mandaba detener a todo el que se movía. Así lo contaba HERALDO al día siguiente:

El juzgado de guardia se constituyó, como dijimos, en la comisaría, donde pasó actuando toda la noche. A las siete de la mañana el juez, señor Zaragoza, se retiró para descansar cuatro horas, en tanto que la policía evacuaba algunas diligencias y comprobaba ciertos extremos. La noche fue laboriosa en grado sumo. Tomada declaración a los que intervinieron en los primeros momentos, se procedió a interrogar a los dos detenidos. 

Son estos Juan Y., de 22 años, y Domingo M., de la misma edad. Ambos pertenecen al Sindicato obrero del ramo de la Alimentación, con el que están sindicados los camareros. Juan Y. vive en el número 153 de la calle de San Pablo con su madre, viuda. Es de oficio panadero, pero hace bastantes meses que no trabaja. Le fueron encontrados diez duros y contó que se había gastado en copas algunas pesetas.

Fue detenido en la calle de Aben Aire por tres vigilantes nocturnos y el policía San Martín, cuando iba corriendo hacia la Ribera. Parece que al detenerlo se encontraba sereno; pero al llegar a la comisaría trató de simular el estado de embriaguez. Afirmó que no corría cuando lo detuvieron, sino que se hallaba tumbado sobre la acera durmiendo la curda. Los cuatro que lo detuvieron aseguran que corría y que lo venían persiguiendo desde el Mercado. En el dedo pulgar de la mano derecha se le advirtió al reconocerlo una erosión reciente, de la que provenía la sangre que llevaba en la bufanda.

Cuantas manifestaciones hicieron en su presencia los que lo habían detenido las desmintió. Lo perseguían y lo detuvieron en plena carrera; pero él sigue diciendo que estaba dormido sobre la acera.

También hay quien declara haberlo visto en la calle de Echeandía, cosa que niega igualmente. En un registro practicado en su casa, solo se encontró una novela de autor raro.

El otro detenido, Domingo M., vive en el barrio de Cariñena. Los vigilantes lo sorprendieron en la calle del Postigo del Ebro en actitud de volver de la Ribera. No justifica su presencia en aquel sitio a las dos y media de la mañana y también observa una actitud negativa; pero Vicente Espier, presidente del Sindicato de la Alimentación, declara que Domingo M. estaba a las doce de la noche en el café Moderno.

De los dos detenidos tiene antecedentes la policía. El señor Zaragoza, y el actuario, señor Arregui, continuaron instruyendo las diligencias correspondientes con las declaraciones de los vigilantes

nocturnos, policías, guardias municipales que intervinieron, y el dueño y el personal del café Royalty. También declaró, ya cerca de las siete de la mañana, la florista del Royal Concert, que aportó los primeros datos para la identificación del labrador muerto.

En los primeros instantes y en el propio lugar del suceso fue registrado el labrador que cayó sin vida, pero no le hallaron documento ni papel alguno que acreditase su personalidad.

Cerca de las cinco de la mañana se presentó en la comisaría el guardia municipal que acompañó a la Sangre de Cristo en la conducción del cadáver al depósito judicial. Allí se practicó nuevo registro, más minucioso y se le encontró entre la camisa y la cintura una cartera. Abierta en presencia del juez, se vio que contenía varias tarjetas, 200 pesetas en billetes y una cédula a nombre de Ángel Romero Galindo, de 22 años, natural de  Arándiga, soltero, labrador.

Ya la florista del Royal había dicho que el muerto era un labrador de Arándiga. Con esto quedó identificada la personalidad de la víctima casual del suceso.

Se han hecho muchas conjeturas acerca de la pistola encontrada en la calle del Sacramento por la guardia civil. Es una magnífica arma mecánica de la marca Buffalo y de siete tiros. Llevaba cinco cápsulas en el cargador; pero podía llevar una más en la recámara, y esto explicaría la versión de que fueron tres tiros los disparados. Pero personas inteligentes en la materia han examinado la pistola, asegurando que con ella no se disparó ayer. Uno de los fugitivos, sin duda, al correr abandonó este peso que le comprometía.

El suceso está rodeado de muchos detalles que intrigan a cuantos entienden en su descubrimiento. Uno de los que más sorprenden es el de las boinas. En el sitio donde yacía el cadáver del labrador Ángel Romero, fueron halladas tres boinas. Una, empapada en sangre, podía ser de la víctima; pero había dos más, nuevas y limpias. ¿Habían sido abandonadas por los autores en su fuga? ¿Las llevarían para desfigurarse en el momento de huir sustituyéndolas con una gorra? Todo esto lo ignoramos y lo ignora igualmente el juez y la policía. Pero lo cierto es que al detenido Juan Y. le han encontrado, además de la gorra que llevaba puesta en la cabeza, una boina guardada en el bolsillo. Dice que solía llevarla para ponérsela mientras trabaja. Actualmente ya hemos dicho que no trabaja en parte alguna.

Todo el interés de las primeras pesquisas se concentraba ayer en la detención del hombre que corría hacia la ribera. Cuantos lo vieron aseguran que llevaba gorra obscura, gabán de color claro y botas de tono rojizo. Por unas y otras declaraciones de los vigilantes nocturnos, se ve que hubo un momento en que estuvo capturado. Un vigilante lo sujetaba ya por un brazo. Los que estaban más lejos le gritaron:

-¡Sujétalo bien y ten cuidado!...

Pero el hombre del gabán dio un tirón y escapó a gran velocidad. Fatalmente,  el vigilante que lo había cogido era la primera noche que prestaba servicio y no llevaba ni revólver ni chuzo. Aunque hubiera querido hacerle un disparo no llevaba arma.

Entre paréntesis, y a propósito de esto, sabemos que los vigilantes llevan revólver pero no tienen atribuciones de ninguna especie ni siquiera uso de armas algunos. Esto no puede continuar así cuando la ciudad está infestada de malhechores nocturnos. Es preciso que el mal quede remediado.

Prosiguiendo el relato, diremos que el hombre del gabán claro tomó rumbo hacia la ribera. Por frente a la Alcoholera es por donde desapareció. Hay allí unas obras y en la orilla del río los escombros llegan casi hasta el pretil. Por consiguiente, es fácil deslizarse hasta la arboleda y allí muy fácil continuar huyendo a favor de la noche. El hecho es que ayer al amanecer se vieron huellas de pisadas recientes en la escombrera que citamos.

Todos los antecedentes reunidos hasta la fecha permiten reconstituir el suceso en la forma siguiente: El camarero Agustín Flaños salió a las doce de la noche del café Royalty, donde prestaba sus servicios, perseguido por alguien. Mientras estuvo en el Royal Concert, acecharon su salida desde el patio o desde algún punto a propósito. Cuando lo vieron salir, corrieron a emboscarse en la calle de Echeandía. Es fácil realizar esta maniobra sin infundir sospechas a la víctima por el recodo que en aquella parte tiene la calle de Boggiero. Luego, desde la esquina de la calle de Echeandía hicieron los disparos, según todas las probabilidades. Están hechos casi a quema ropa.

Un funcionario del Gobierno Civil que se hallaba anteanoche en el Royal Concert, da una versión que modifica mucho las primeramente conocidas. Dice que el camarero Agustín Flaños salió del Roya! con el labrador Ángel Romero. Pero no salieron juntos casualmente, sino conversando. Habían estado juntos sentados a una misma mesa tomando cerveza. Les acompañaba un sujeto desconocido, de poca estatura, que llevaba cuello planchado, un lazo negro de corbata y la pechera muy blanca. Esto le hizo suponer al que refiere la nueva versión, que se trataba de un camarero. Sabe que llevaba bufanda, lo que no puede asegurar es si llevaba una pelliza o si iba a cuerpo. Afirma que estuvieron manejando unos duros sobre la mesa y después salieron los tres juntos.

Si esto fuese cierto, y no, como se supone, una de tantas versiones de las que circularon en los primeros momentos, lo importante sería buscar a ese tercer desconocido, que si no tenía culpa alguna en los asesinatos no habrá razón para que desapareciese dando lugar a la sospecha. También pudo ocurrir que huyese asustado y no haya querido presentarse después para evitarse molestias.

Con todo, el hecho de más importancia, puesto que lo comprueban varios, es el de la fuga desesperada del hombre del gabán claro, perseguido desde los primeros instantes y a partir del lugar en que

se cometió el crimen. 

Por la tarde, desde las cuatro, volvió a constituirse el juzgado en la comisaría. Hubo nuevas declaraciones de los dos detenidos, tal vez en sentido más expresivo a juzgar por ciertas nuevas diligencias que se practicaron. Varios camareros, de los más significados, comparecieron en la comisaría a requerimiento del juez. Las declaraciones de éstos parece que no aportaron luz alguna al sumario.

Las declaraciones posteriores de los vigilantes nocturnos determinaron una medida enérgica adoptada por el juez. Fueron conducidos a la cárcel, donde quedaron incomunicados, los vigilantes nocturnos Federico Palacián, de la calle de las Armas, y Mariano Planas, de la calle de la Democracia. Este, según declaración de los otros, tuvo un momento entre las manos al fugitivo. Pero no concretan la personalidad de éste, incurriendo en contradicciones acerca de cómo iba vestido.

Por la responsabilidad en que incurrieron fueron conducidos a la cárcel, donde quedaron incomunicados. ¡Vaya unos vigilantes que no ayudan a la acción de la justicia!

Anoche el señor Zaragoza ordenó también la detención de Vicente Espier, presidente del Sindicato del ramo de la Alimentación. También fue detenido Juan Aramburo, camarero, que vive en la calle

de Echeandía. A última hora estaba el juez tomando declaración a estos detenidos, que ingresaron, con los otros, en la cárcel esta mañana. Es posible que el señor Zaragoza tenga hoy que trasladar todas sus gestiones al señor Valverde, para que continúe instruyendo la causa. El señor Zaragoza intervino solo como juez de guardia; pero el suceso ocurrió en el distrito de San Pablo y le corresponde a este  juzgado. A no ser que se nombre juez especial al señor Zaragoza, ya que, habiendo intervenido desde las primeras horas, posee todos los elementos de juicio y habrá de serle más fácil terminar con éxito el completo esclarecimiento de este bárbaro atentado.


Bueno, pues parece ser que hubo más detenidos en días siguientes, aunque las sospechas siguieron centradas sobre Juan Y. y Domingo M., que una y otra vez negaron su participación en los hechos. No he encontrado, o no he sabido encontrar, una noticia en la que se diera cuenta de que el suceso estaba totalmente aclarado y detenidos los culpables. Así que me entra la duda razonable de si al final el doble crimen no quedó impune. Todo apunta a que el labrador murió por mala suerte, y que el, o los asesinos, iban a por Agustín Flaño por esquirol. Pero el relato de los hechos deja numerosos enigmas. ¿Quién era ese tercer hombre que abandonó el Royal Concert junto a las dos víctimas? ¿Cómo se explica lo de las tres boinas? La pistola que fue encontrada en el callizo del Sacramento, ¿a quién pertenecía? ¿Cómo puede ser que dos vigilantes nocturnos persigan a un fugitivo, e incluso forcejeen con él, y luego lo describan de muy distinta manera? ¿El hecho lo cometió una persona, o dos? Porque si uno de los dos principales sospechosos podía tener coartada, como parece, no se explica lo de las tres boinas ni lo de la pistola abandonada sin uso.

En fin, un lío. Voy a volver sobre mis pasos y repasar los periódicos de los días siguientes al suceso para ver si encuentro alguna luz que se me haya pasado inadvertida hasta ahora. Si me entero de algo nuevo se lo cuento.

Y, por último, y perdónenme la frivolidad, ¿qué es lo que entendería la policía zaragozana de 1920 como "una novela de autor raro"?


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