Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El tabernero que miraba la sed de frente, y tras el mostrador

lorenzo
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Hoy vuelvo al costumbrismo. En 1976 Milagros Heredero le dedicaba un reportaje a Lorenzo, el popular tabernero de El Pozal. Llevaba tras la barra nada menos que 54 años y lo había visto todo. O casi todo.

Como extrañas aves que acuden a beber, no sé qué sortilegios para seguir su paso. O como especie de samaritanos que anhelan calmar su sed de una sola vez para siempre... Un poco así fue la clientela de este establecimiento que, con un atisbo formidable, su dueño llamó El Pozal. Fue en 1922 cuando lo abrió en una esquina de la vieja plaza del Carbón. Años tan pintorescos como la plaza. Y El Pozal, que, como un pozo, guarda amortiguadas resonancias hasta hoy, que se jubila Lorenzo Blánquez. Y las recuerda...

El fue quien puso los esquilos. Se los trajo de la Argentina el año 28. Era una típica costumbre de Buenos Aires. Servía para agradecer con rumbo las propinas. Parece como si la clientela la diese así con mayor placer. Aunque siempre hay quien rotundamente se niega. No a ser generosos, suponemos, sino a que su generosidad se agradezca con el sonsonar de los esquilos. Hay cuatro en total. El más grande procede de nuestra plaza de toros, después de una corrida famosa y trágica. Luego de varias suertes vino a parar aquí, a manos de Lorenzo, que supo valorarlo.

-Y con él, ¿aprecia las propinas más gordas?...

-No. Esas son para el xilofón. Se ponen siete botellas iguales y con un punzón, ¿ve? Do, re, mi, fa, sol...

Sol. Aquí, en El Pozal, lo hubo. Entre los vasos de a palmo y las botellas cuadradas, tan toscas, tan verdes. Un haz de sol que alumbró a muchas gentes. Famosa o descolorida.

-En esa esquina donde ahora está usted, han estado toreros de fama, artistas, legionarios, escritores, de todo. Se abría a las seis de la mañana, y muchas veces había ya una fila esperando. Sobre todo, en los años de guerra.

Y en los de paz. Eran trabajadores que antes de ir a su tajo necesitaban calentar el estómago un poco. Eran gente triste que quería estar alegre. Desanimados que buscaban el ánimo.

-Y otros que empalmaban la noche con el día. Que, a lo mejor, no dormían.

Desvelados que velaban. Que buscaban.

-¿Qué buscaban, Lorenzo? ¿Qué les traía a El Pozal?

-Mire usted: el anisado, los licores, el Málaga, los revueltos... Eso es lo que buscan todos los que vienen aquí.

La alegría, la dicha, el recuerdo, el olvido, la evasión. La felicidad... Lorenzo, el escanciador, con sus ojitos penetrantes y sus muchos años, su mucha experiencia, lo sabe mejor.

-Pues sí, claro, la vida. ¿Que para mi dónde está? Para mí, ahora que dejo esto, con la mujer y los hijos.

Lorenzo lo ve desde el otro lado de la barrera. Para él la felicidad no está, como muchos creen, en el fondo de ese grueso vaso de vidrio teñido de rojo. En el fondo de ese pozal, de ese pozo...

Para Lorenzo, que está al otro lado del mostrador, ese líquido no tiene sugestión ni misterio. Es algo con que se van llenando multitud de vasitos de cristal. Y allá cada cual. Pocas veces habrá caído Lorenzo en la tentación de apagar la sed propia.

La sed, para él, es algo que ha mirado de frente y tras el mostrador. A lo largo de más de cincuenta años. Señalada en los rostros de artistas, toreros, trasnochadores y personajes humildes de la madrugada. Es algo que se pinta en los ojos de cada uno con un color intransferible. Es algo que, la verdad, pocas compensaciones le ha traído a él, que era la mano que la apagaba. La sed...


La entrevista tiene nervio literario (me gusta eso de "la sed, para él, es algo que ha mirado de frente, y tras el mostrador") pero se echan en falta más anécdotas y curiosidades. Quizá algún lector  pueda aportárnoslas ahora, tras leer el reportaje. Sobre El Pozal o sobre cualquier otro bar de los 70.


Y el lunes...

Un cadáver en las obras de embellecimiento del Ebro

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