Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El hombre que vendía golosinas en el paseo de Ruiseñores

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A estas alturas los lectores fieles ya habrán adivinado que siento predilección por este tipo de personajes humildes, olvidados. A Felipe Martín no llegué a conocerlo, pero imagino que muchos lectores sí. El día de su 'jubilación', si es que se puede llamarse así a dejar el trabajo a los 83 años, le entrevistaba Heraldo. Era el 8 de octubre de 1971:

Hoy comenzarán las vacaciones escolares con motivo de las fiestas del Pilar. Y ayer mismo, el abuelico Felipe Martín Marco, que lleva cincuenta años vendiendo golosinas para la chiquillería, decidió jubilarse.

-Es mi último día aquí.

Lo encontramos en su puesto, a la entrada del paseo de Ruiseñores, en la acera que linda con el parque de Pignatelli.

-Antaño me ponía en la acera de enfrente, cuando había un banco y todos los de mi quinta acudían a tomar el sol...

Tiene ochenta y dos años cumplidos y va para ochenta y tres. Su vida ha permanecido próxima a la de todos los niños. Primero fue su esposa; después, él. A lo largo de medio siglo desfilaron ante sus ojos, sin asombro, porque la verdad es que ya no se asombran de nada, dos y hasta tres generaciones de niños. Los primeros, los que entablaron familiar y campechana amistad con el abuelico de los caramelos -de las pipas, del regaliz y de los chicles-, vlvieron años después llevando de la mano a sus hijos que iban al colegio.

-¿Se acuerda de mi? —le preguntaron.

-Ya lo creo; usted me pedía siempre caramelos de menta.

-Nada de usted; tú, tú...

-Bueno, es que han pasado tantos años...

-Mis hijos van a seguir siendo sus clientes.

Cuando le hablamos de nuestros propósitos, don Felipe Martín Marco se niega. Se resiste a salir en los papeles.

-¿Para qué?

-Es el abuelo mas popular de este sector; además, hoy es su último día de venta.

-Pero algunos se reirán cuando me vean...

Tiene ochenta y tres años juveniles, aunque en el calendario no los haya cumplido todavía. A fuerza de tratar diariamente con los niños, se ha identificado con sus gustos; está lleno de ilusiones juveniles.

-¿Por qué se jubila?

-Yo no quisiera. Pero en casa se empeñan en que no y en que no...

Nos explica que pasó cuarenta años de su vida al servicio de don Pedro Dolset.

-¿Qué oficio tenía?

-Cocinero.

Murió su esposa. El matrimonio no tuvo descendencia. Y el abuelo Felipe -abuelo de todos los niños- siguió firme en su puesto de siempre.

-¿Nació en Zaragoza?

-No; en Orcajo, que pertenece al partido de Daroca. Pero llevo más de sesenta años en la capital.

Vive en la calle de Bailén. Y todos los días, incluso en los últimos, ha recorrido andando el camino que le separa de su domicilio hasta el paseo de Ruiseñores. Todo ello, después de hacer sus provisiones, también andando. La carga le ha parecido liviana. Sabía, por propia experiencia, que los niños le esperaban siempre, antes de entrar al colegio.

-Cuando salen compran menos; por lo general, se han gastado ya todo antes de entrar.

Pese a su avanzada edad, está ágil y fuerte. No siente cansancio alguno. Gusta de caminar por las calles y plazas de la ciudad. Sobre todo, antes de iniciar su jornada diaria. Luego, al terminarla, emprende también largas caminatas.

-Para mi -confiesa- sobran los automóviles y los tranvías; me gusta ir andando a todos los sitios.

Recuerda al rey Alfonso XIII, que pasó por delante de su puesto de caramelos.

-También lo vi en la plaza de España, cuando se casó y vino en viaje de novios.

Nos habla de los niños, que siempre hacen un alto en el camino al llegar junto a él, cuando van al colegio o cuando regresan.

-Muchos de ellos vienen acompañados de sus padres, que también fueron mis clientes cuando eran niños.

-¿Han variado mucho los precios de sus artículos?

-Antes contábamos por céntimos. De todas maneras, todavía tengo cosas de perra gorda.

-Los niños de hoy, ¿tienen los mismos gustos que los niños de ayer?

-Idénticos. Sus inclinaciones no han cambiado.

-¿Qué ha cambiado entonces?

-Los niños de hoy tienen más perras. Compran más cosas.

Pasó su último día en su puesto de siempre. Ahora le esperan otros días distintos, sin los niños formando cerco en torno a su puesto de golosinas.

El abuelico Felipe no quiso despedirse de su clientela. Sin embargo, los niños seguirán buscándole sin encontrarlo.

-¿No le duele dejar de ver a los niños?

-Me costará mucho hasta que me acostumbre.

Desde hoy, los niños que iban al parque de Pignatelli y a los colegios del paseo de Ruiseñores echarán en falta la presencia del abuelico.

Con él desaparecen cincuenta años de relación con todos los niños, muchos de los cuales son ya padres y hasta abuelos.

-No sé por qué desean sacarme en el periódico.

Creemos que también tienen su importancia estos pequeños sucesos donde se condensa la vida común y diaria de la ciudad. No es frecuente que un hombre consagre cincuenta años de su existencia al frente de un puesto de golosinas junto a los niños zaragozanos de tres generaciones.

-Tomen un caramelo. Es mi último día y se lo regalo...

Es posible que la entrada del paseo de Ruiseñores sea, desde hoy, un poco más tarde que antes.


Lo que más me gusta de toda la entrevista es que hay un momento en el que se le aplica el 'don'. Pues sí. Si uno ha dedicado 50 años de su vida a endulzar la de miles de niños -y hay que pensar en lo que son las mañanas de enero y febrero en Zaragoza- tiene sobradamente ganado el 'don'. ¿O no?

Y ahora es el turno de los lectores. ¿Recuerdan a Felipe Martín? ¿Cómo era? ¿Qué vendía? ¿Recuerdan a algún personaje similar de la Zaragoza de su infancia?


Y mañana...

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