Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El secreto mejor guardado de Vicente Salas, rey del maratón

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Hoy quiero rendir un pequeño homenaje profesional. El periodismo es una labor del día a día, y por eso la mayor parte del trabajo que hacemos cae enseguida en el olvido. Pero el periodismo de calidad es atemporal. Da igual que uno lea una crónica cincuenta o cien años después de que se produjeran los hechos; da igual que uno no conozca a los protagonistas. Si el informador se ha puesto en los ojos del lector, si ha sabido captar la emoción oculta de las cosas y lo cuenta todo con un estilo personal, su trabajo permanecerá brillante para siempre. Es el caso de la crónica que reproduzco hoy aquí, y que va mucho más allá de la anécdota de qué es lo que comió y bebió Salas para ganar la maratón, aunque también ello tenga su gracia.

La crónica es sencillamente magistral. La realizó Miguel Gay, que la firmó con uno de sus seudónimos, 'Emegé', porque no era hombre de vanidades. Les pongo en situación: octubre de 1940, apenas año y medio después de acabada la guerra civil. Zaragoza alberga el campeonato de España de maratón. El favorito es Justo Borrás, aragonés pero preparado por el Español de Barcelona. Casi nadie piensa en Vicente Salas, de Helios. Y entonces... 

La salida se tomó en plena carretera de Logroño, próxima a una 'torre'... Pocos testigos. Dos mozos de vaquería, una buena labradora, que temía por la 'salú' de los corredores, casi desnudos; y el marido, intrigado, que seguía las operaciones preparatorias de la salida tras una gruesa pipa que aspiraba profundamente.

Los corredores tienen designados unos ciclistas que les ayuden. Cada cual entrega a su ciclista sus provisiones, quién unos higos secos, quién, como Martínez, frutas en dulce. Ramos, paquetes de terrones de azúcar... Borrás tiene en el veterano Cutie un auxiliar poderosísimo con un morral de costado con botellas llenas de extrañas mezclas...

Salas, más baturro que nadie, mientras se alinean los corredores, saca un envoltorio manchado de grasa y desenfunda un trozo de pan y dos costillas que va engullendo entre los 'alaridos' de alarma de los técnicos... Y las carcajadas del presidente de la Federación Nacional, incontenibles.

Solemne el momento de la salida. Alineados los marathonianos, todo músculo y nada más que músculo. El comandante, señor Águila, estrecha la mano de los participantes y lanza el saludo nacional, que se contesta en la soledad de la carretera. Salen todos, sin pensar más que en correr. Ya tendrán tiempo de ir pensando en cuánto les falta cuando lleven treinta kilómetros.

Ramos, con un estilo inadecuado, se lanza a un tren vivo, demasiado flexible sobre la punta de los pies. Pronto se pierde de vista. Borrás, con Hernández y con Monge, le dejan ir.

Borrás corre con sentido de la economía física admirable; se desliza más que corre, apenas levanta los pies del suelo. Cutie, a su lado, cronometra tiempo y espacio, cuenta pisadas por minuto, calcula y va aconsejando. Ramos debe ir muy lejos ya. Los aragoneses con los catalanes forman un pelotón que pierde pronto a Monge, que se adelanta, y a Fernández, el Cantábrico, que lleva marcha de 'chispa' y arma un enorme ruido con sus zapatones y se queda muy rezagado. La mayoría corre en alpargatas. Borrás lleva unas zapatillas especiales de 106 gramos de peso y que han costado 65 pesetas... Casi

las sandalias de Mercurio...

En los pueblos y en las 'torres' del camino la gente sale a contemplar a los marathonianios sin comprender el esfuerzo. En Pinseque todo el mundo está en la calle.El pueblo está intransitable a consecuencia de la lluvia de estos días. Los coches se hunden en el fango y los ciclistas, con la máquina al hombro, corren tras los marathonianos que se escapan. Se organiza un pequeño lío de ciclistas

que han perdido a sus corredores. Por fin, en la carretera del Canal, se deshace el lío.

Ramos ha tomado ocho minutos de ventaja. Pero Victoriano Pérez llega al grupo que forman Borrás, Salas y Monge, y avisa del estado de desfallecimiento del castellano, cuya marcha maravillaba.

"¡Va a caer redondo!" -dice Pérez-. El aviso anima demasiado pronto a Borrás y hace un esfuerzo imprudente. Salas le sigue 'alegremente' y, frente a Garrapinillos, Borrás y Salas dejan atrás a Ramos.

Los catalanes que animan a Borrás, Cutie que sigue aconsejando, creen que la victoria es segura. Pero Salas sigue a la altura de Borrás. ¡Bah! No resistirá. No es marathoniano, tiene demasiada corpulencia... Pero Salas sigue pegado.

Borras toma del frasco mágico de Cutie, pero Salas sigue a su lado y le pasa... Le pasa... Gana más ventaja. Ambos tienen impresa la huella de la fatiga. Pero Salas tira con una potencia emocionante. Por Casablanca Salas se reanima con gaseosa y va ganando más ventaja a Borrás. Los seguidores de Borrás explican, ahora, su ventaja: la corpulencia le favorece ahora cuesta abajo... Salas llega a la meta  triunfador.

Cutie explica el fracaso de Borrás; le falta mes y medio de entrenamiento. Llevaba Borrás nueve meses de preparación para esta carrera. Salas había perdido hace quince días ante Martínez una de 30 kilómetros. Milagros del temple baturro.


Pues eso. Es de suponer que las chuletas fueran de ternasco y que la gaseosa llevara algunas gotas de vino; así que ya ven cuál era la 'gasolina' que empleaba Salas. Hoy seguro que lo patrocinaba el Consejo Regulador de Ternasco de Aragón. Salas, por cierto, fue uno de los grandes atletas españoles después de la guerra, una de esas fuerzas de la naturaleza que escribió alguna de las más bellas páginas del deporte español. Ganó algún campeonato más.

¿Y de la crónica? ¿Qué quieren que les diga? Se podría escribir una tesis doctoral...


Y mañana...

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