Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

¿Quién robaba el plomo de las torres del Pilar?

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Hoy les voy a presentar a un personaje fascinante. Se llamaba Alberto Muslares, fue jefe de la Policía de Zaragoza durante muy poco tiempo, apenas dos o tres años en torno a 1915, y he podido averiguar muy poquitas cosas de él: su primer apellido no parece aragonés, estuvo destinado en Barcelona y en Santander, y me imagino que Muslares, de olfato fino y ojo perspicaz, haría carrera e iría cambiando con frecuencia de destino. Pero el caso es que don Alberto, como verán por las crónicas que iré publicando aquí, fue el Poirot de la Zaragoza de principios de siglo. Enseguida hallaba dónde estaba encerrado el gato. ¿Que se cometía un crimen? Muslares descubría y detenía en un plis plás al asesino. ¿Que, aprovechando las fiestas del Pilar, llegaban a la ciudad cientos de carteristas? A la plaza de toros se iba Muslares a detenerlos uno tras otro. ¿Que alguien se atrevía a robar el plomo de las torres del Pilar? Lean, lean lo que hizo Muslares:

El plomo ha subido considerablemente de precio por razones que nadie ignora y, como hay sin duda quienes lo compran en Zaragoza con sobreprecio, los robos de ese metal se suceden con una frecuencia que espanta. No pasa día que no cometan los rateros nocturnos alguna barbaridad por robar unos o muchos kilos de plomo, y no pasa día tampoco sin que la policía practique detenciones por ese motivo y vaya llenando materialmente el depósito municipal de estos tomadores de plomo que han encontrado un verdadero filón. El caso registrado ayer tiene singular importancia.

El hambre de plomo ha inducido a los vendedores, bien recompensado por lo visto, a profanar las torres del Pilar para arrancar gran cantidad de los cubiertos de la cúpula. Veamos en qué condiciones se cometió este robo.

Serían próximamente las cuatro de la madrugada cuando el sacristán mayor don Ignacio Naya y el silenciero Tomás Cuartero, oyeron en el exterior da la iglesia la siguiente exclamación: '¡Tira, tira!'. Esto, y unos ruidos que parecían venir de las torres, era más que suficiente para ponerles en guardia. Se levantaron, pero ya no pudieron descubrir al de las exclamaciones ni a los que producían los ruidos.

Sin embargo, como ya venían abrigando sospechas, reclamaron auxilios del cuartelillo de Seguridad. Se personaron en el templo el cabo Francisco Cameo y los guardias Salas y Cristóbal.

Registraron las dependencias correspondientes a la torre vieja, de la que se viene notando la desaparición de algunas cantidades de plomo.

En efecto, la sustracción se comprobó al primer golpe de vista. Lo que no aparecía muy claro es el medio de que se valían los ladrones para subir a la torre y llevarse el plomo. Esto parecía poco menos que imposible.

Llamaron al campanero Lamberto y practicaron un registro en las habitaciones que ocupa pertenecientes a la torre. En un cuarto que  hay a la entrada de la cocina, encontraron una chapa de cobre de 2,20 metros de larga por 0'51 de ancha.

No vieron persona alguna extraña a la familia del campanero, ni punto por donde hubiera podido escapar, caso de haberla. El campanero dijo que no sabía cómo aquel plomo podía encontrarse allí. Pero por el hecho de encontrarse y por otros indicios fueron detenidos el tal campanero Lamberto, su mujer Francisca y dos hijos del matrimonio, llamados Félix y Benedicto, de 16 y 18 años de edad respectivamente.

En cuanto el jefe de la policía, D. Alberto Muslares, tuvo conocimiento del robo, y una vez practicadas las detenciones que anteceden, se personó en el templo del Pilar, y con la actividad y la perspicacia que le caracterizan, practicó una importante inspección ocular. En esta inspección fue acompañado por el albañil mayor de las obras del templo, Joaquín Lapuente. Se vio que el robo sólo podía realizarse en la forma siguiente: saliendo al exterior de las torres por una ventana que pertenece a la maquinaria del reloj. Por allí se descolgaban al balconcillo superior de la torre y recorrían todas las demás de la iglesia por pasos que existen de ladrillo en el tejado. Cogían el plomo y lo subían con unas cuerdas por la misma ventana indicada, según prueban las huellas en la pared exterior de la torre.

Luego, para que no se encontrara el plomo robado, cubrían los huecos con chapas de hojalata, repintadas de negro, que venían a producir un efecto parecido al zinc. La cosa no podía estar, como se ve, mejor preparada. El plomo correspondía a la bóveda que cae sobre el balconcillo superior circular.

Y faltaba también de las demás torres del templo, así como planchas de cobre de las mismas.

Las planchas de hojalata estaban colocadas con alambres, sin duda para evitar el ruido sospechoso que se hubiera producido al clavarlas en las altas horas de la noche. En el interior de las habitaciones del campanero se encontraron residuos de plomo y también un bote de pintura negra con un pincel. En el suelo de la cocina, que es de yeso, había huellas de haber colocado planchas para pintarlas, porque aparecían las pinceladas marcando cuadriláteros, en blanco.

De la visita quedó muy satisfecho el señor Muslares.

En vista de todo lo que antecede, los detenidos, que 'no saben' por qué estaba el plomo en sus habitaciones, quedaron incomunicados, hasta que se haga cargo de ellos el juez de instrucción.

No se sabe la cantidad de plomo que habrán robado los que llevan entre manos este negocio; paro parece que lo venían realizando desde hace ocho o diez meses, lo cual prueba que, a poco más, las torres del templo se hubieran encontrado al descubierto, porque una cubierta de hojalata es muy poca cosa. 

Los ladrones habían encontrado una hermosa mina en explotación.

Y sin duda habían encontrado quien se lo comprase, cosa que se averiguará para poner coto a estos 'negocios' del plomo, que ya van picando en historia.


Ya lo ven. Muslares aparecerá varias veces más en este no-blog y, si he empezado por este caso, es porque ya me parece atrevimiento robar en plena noche el plomo de las torres del Pilar. Bueno, si eres el campanero, el atrevimiento ya es menor. Este suceso lo esclareció Muslares en agosto de 1915, y con él inauguro lo que a partir de ahora será una costumbre: reproducir el titular y los sumarios de la noticia original. He recibido correos electrónicos de lectores que dudan si algunos casos que publico son realidad o ficción literaria. Todo es real, o al menos se contó en HERALDO como si lo fuera. Así que, a partir de ahora, cada texto irá acompañado de la fotografía con la que se publicó en su día o, si la información apareció sin foto, como en este caso, con una reproducción de su titular y sus sumarios.

Por cierto, ya sé que pido un imposible, pero ¿alguien puede aportar alguna información de Muslares?


Y mañana...

La increíble historia de la momia

de la iglesia de San Pablo

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