Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

MENTIRAS EN TIEMPO DE GUERRA

Un ejército poderoso dispara sin piedad, destroza sin piedad, hiere sin piedad, mata sin piedad. Un estado poderoso justifica los crímenes, permite las violaciones de las leyes de guerra, prohíbe la atención y evacuación de los heridos y miente en tiempos de guerra a su población. Sin piedad. Sin vergüenza. Sin derechos. Sin testigos.


Llevan años justificando las matanzas de civiles con excusas repugnantes que sus propias comisiones de investigación acaban rechazando años después. Más de 17.000 libaneses, en su mayoría civiles, murieron en la invasión del Líbano de 1982. Permitieron la masacre de casi dos millares de mujeres, niños y ancianos en Sabra y Chatila. Bombardearon una base de la ONU en 1996 en el sur de Líbano, matando a un centenar de civiles, la mitad niños. Mataron a 1.200 civiles en el verano de hace dos años y destrozaron las infraestructuras del país vecino para vengar la captura de dos soldados israelíes por milicianos de Hezbolá.

Sus dirigentes políticos y militares han institucionalizado la mentira. Han acusado a los combatientes enemigos de utilizar a la población civil como escudos humanos y de hacer montajes con las víctimas civiles. Como si fuese necesario escenificar el dolor y la muerte.

Si existiese un Tribunal Internacional Penal sobre crímenes de guerra en Oriente Medio, varios líderes políticos y militares israelíes estarían cumpliendo largas condenas en celdas cercanas a las de algunos líderes enemigos, como ocurre en La Haya con los criminales de la antigua Yugoslavia.

En los cuatro meses que transcurrieron entre julio y octubre de 2008, el alto el fuego pactado entre israelíes y palestinos sólo fue violado en contadas ocasiones. Apenas una docena de cohetes artesanales perturbó la tranquilidad en los pueblos israelíes vecinos a Gaza. Un enfrentamiento entre soldados israelíes y miembros de Hamás provocó esta nueva fase de tensión que ha desembocado en la masacre actual. Una acción de guerra perpetrada por Israel con el resultado de seis palestinos muertos volvió a abrir la caja de Pandora.

Las cifras de muertos son demoledoras. Desde el inicio de la Segunda Intifada en septiembre de 2000, casi 5.000 palestinos han muerto frente a 1.100 israelíes. En el año 2008, 650 palestinos murieron frente a 25 israelíes. Desde el inicio de los actuales ataques contra Gaza, casi un millar de palestinos han muerto frente a una quincena de israelíes (varias víctimas por fuego amigo). En la llamada Primera Intifada, que se inicio el 9 de diciembre de 1987 y que concluyó el 13 de septiembre de 1993, 1.162 palestinos y 160 israelíes perecieron en los enfrentamientos.

La repulsa contra el uso indiscriminado de la fuerza por parte de Israel es generalizada en el mundo entero. Incluso personas simpatizantes del el estado hebreo son muy críticas con este nuevo capítulo de violencia descarnada.

Una explosión en Rafah. REUTERS

Xavier Rubert de Ventós, en La Vanguardia, admite su empatía con el pueblo judío pero “me duelen sus errores”. El filósofo es muy claro: “El bombardeo de un sitio cerrado como Gaza es comparable al gueto de Varsovia, pero ahora con aviación”. También en La Vanguardia Fernando Savater afirma que el estado de Israel tiene el derecho y el deber de defender a la población de los ataques terroristas. Pero agrega sin cortapisas que “nada justifica la aniquilación de la población civil de Gaza”.

Joan B. Culla i Clara, conocido por sus simpatías proisraelíes, admite en El País que aún siendo parciales, “las imágenes de Gaza reflejan una situación cada día más insoportable para la conciencia universal”. En este mismo diario Mario Vargas Llosa afirma que “los cadáveres y ríos de sangre de estos días sólo servirán para levantar nuevos obstáculos y sembrar más resentimientos y rabia en el camino de la negociación”.

Pero las críticas más contundentes son realizadas por la minoría judía asqueada de la utilización permanente de la violencia para diezmar a la población civil. El enviado especial de la ONU para los derechos humanos en Palestina, el académico judío estadounidense Richard Folk, ha acusado a Israel de cometer “un crimen contra la humanidad” y ha pedido que se cree un tribunal internacional penal para determinar las responsabilidades de los dirigentes israelíes.

El columnista Roger Cohen escribe en The New York Times que “nunca me he sentido tan descorazonado respecto a Israel, tan avergonzado por sus acciones, tan pesimista respecto de algún tipo de paz que pueda acabar con el dominio de los muertos y dar una oportunidad a los vivos”. Y continua: “Sí, es necesario darle una respuesta a Hamas, pero hacer volar en pedazos Gaza es la repuesta equivocada”.

El periodista israelí Gideon Levy ha escrito en Haaretz: “Cualquiera que justifique esta guerra justifica todos sus crímenes y quien la vea como una guerra defensiva debe cargar con la responsabilidad moral de sus consecuencias”.

David Hammerstein, eurodiputado español de origen judío, ha explicado después de visitar la franja de Gaza: “Decir que no hay crisis humanitaria es de un cinismo increíble. Y decir que la población está siendo utilizada como escudos humanos es hipócrita”. Además, ha criticado la cerrazón a la prensa internacional porque “una guerra sin testigos es la llave de la impunidad”.


En un debate radiofónico entre dos ex pilotos de guerra israelíes, Jonathan Sapira le dice a su interlocutor partidario de la mano dura: “Hablas de arrasar. Ten en cuenta que muchos del 1.5 millón de habitantes viven en míseros campos de refugiados que tu no desearías ni para el peor de tus enemigos. Cada ves que matemos a más civiles, habrán más extremistas y la solución a la paz será más difícil. Hay dos opciones: o hablar con ellos o como tu dices arrasar y destruirlos. El pueblo judío no puede elegir la destrucción de Gaza. Es un crimen de guerra que además no sería efectivo”.

Un correo electrónico enviado por un judío (“joven piadoso de Ashdod”, tal como el mismo se describe) al parlamentario árabe israelí Ahmed Tibi (recogido en La Vanguardia del domingo) refiere la historia del rabino Yehuda Amital, superviviente del holocausto quien, prisionero de un campo de exterminio, le preguntó a otro rabino qué le parecía lo que estaban viviendo. “Gracias adiós, no somos los asesinos sino las víctimas”, le contestó. Y el joven judío añade en referencia a la tragedia actual: “Ahora somos nosotros los asesinos”.

En su hermoso alegato contra el olvido titulado “El canto del pueblo judío asesinado”, Itsjok Katzenelson empieza su noveno canto de la siguiente manera:



“Así empezó todo, desde el comienzo mismo…

¡Cielos, digan por qué, oh digan por qué!

¿Por qué nos merecimos ser tan humillados

en esta ancha tierra?

La sordomuda tierra se hace la ciega…

pero ustedes, cielos, lo vieron;

¡ustedes lo observaron todo desde las alturas,

y no se trastornaron!


Y más adelante sigue:



¡No hay un Dios en ustedes! Abran sus portones, cielos,

ábranlos de par en par

y dejen entrar a todos los niños de mi pueblo

asesinado, martirizado;

abran para ellos el gran portón del cielo; un pueblo entero

cruelmente crucificado, dolorido,

tiene que entrar en ustedes….¡Oh, cada uno de mis niños masacrados

puede ser un Dios!


Katzenelson se enfrentó al mal durante el gueto de Varsovia y alabó a la resistencia frente a la exterminación de su pueblo. Sus poemas también sirven hoy en el gueto de Gaza.

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