"Noté cómo el alumno me apuñalaba. Era tan increíble que no fui capaz de reaccionar"

María Asunción Miranda Asensio es la profesora zaragozana agredida con una ballesta por un alumno en el instituto Joan Fuster de Barcelona.

María Asunción Miranda Asensio
María Asunción Miranda Asensio

María Asunción Miranda, Asun, no podrá olvidar la mañana del 20 de abril de 2015. Mientras daba clase, como todos los días, en el instituto Joan Fuster de la Ciudad Condal, resultó herida en la cara y en el cuello por un alumno de 13 años que entró armado con una ballesta y un puñal, y que poco después acabó con la vida de un profesor. La hija de esta zaragozana de 54 años también estaba en el aula y se llevó una puñalada en la rodilla. Ambas se recuperan estos días en su casa tanto física como psicológicamente. En esta entrevista a HERALDO, Asun relata por primera vez en un medio de comunicación qué ocurrió aquella mañana.


- Lo primero de todo: ¿cómo se encuentran usted y su hija?

- Yo, cada día un poquito mejor. Mi hija me preocupa más. Confío que físicamente quede bien. Cuando le quiten la escayola tendrá que hacer rehabilitación para volver a poner en funcionamiento la rodilla. Pero lo que más me inquieta es cómo todo esto le va a influir psicológicamente. No debemos olvidar que además de haber sido agredida, ha presenciado cómo apuñalaban a su madre. Esto ya es tremendo para cualquier persona adulta. Me da terror pensar las posibles secuelas psicológicas que tendrá mi hija, una niña de 13 años.



- ¿Cómo han vivido estos últimos días?

- Han sido muy intensos. Parecía que cada día tuviera 48 horas. Al principio, no eres muy consciente de lo que ha pasado, no te lo puedes creer. Parece una historia que no te ha pasado a ti. Y es que realmente es increíble. A medida que pasan los días, aunque pueda parecer lo contrario, creo que lo vivo peor. Quizás porque soy más consciente. He vuelto a la realidad.



- ¿Qué recuerda de aquel día?

- Los lunes entro a trabajar a las 9.00. Ese día, como todos los lunes, llegué al instituto y pasé por la sala de profesores. Cuando sonó el timbre, que indica el cambio de clase, me dirigí a la segunda planta, a la clase de 2º B para impartir la materia de castellano. Entré en la clase, saludé y pedí a los alumnos que sacaran el libro de castellano y los cuadernos, como siempre. Nos pusimos a corregir los deberes.



- ¿Cuándo apareció el agresor?

- Estábamos preparando un examen que tendríamos esa misma semana cuando llamaron a la puerta de la clase. Yo me giré y vi a este alumno. Entonces, miré la hora en mi reloj y exclamé: "Las 9.20". ¿Cómo ha venido este alumno a esta hora? ¡No lo debería dejar pasar! En teoría, no pueden entrar a mitad de clase, a no ser que traigan un justificante médico o de su familia. Generalmente avisan si ese día por algún motivo van a llegar tarde.



- ¿Qué pasó entonces?

- Un alumno me dijo: "Asun, ¿quieres que salga y le diga yo que vuelva a conserjería?". En un principio le dije que sí, pero menos mal que cambié de opinión. Le dije: "Da igual, ya voy yo". Me dirigí a la puerta y mientras abría le pregunté: "¿Cómo llegas a esta hora?". Por supuesto, no obtuve ninguna respuesta. En lugar de ella, noté un dolor muy fuerte en mi mejilla y algo incrustado en ella. El impulso que llevaba la carga de la ballesta me empujó hacia atrás, lancé un grito de dolor y de manera totalmente refleja, sin pensarlo, tiré de lo que llevaba en la cara. A día de hoy todavía no sé si era una flecha o qué. Todo esto fueron fracciones de segundo. Y acto seguido, noté cómo me apuñalaban en el cuello en repetidas ocasiones.



- En esos momentos, ¿era realmente consciente de lo que pasaba? ¿Cómo reaccionó?

- Sinceramente, no reaccionas. Yo gritaba: "¡Pero, ¿qué haces?! ¡¿Qué haces!?". Lo llamaba por su nombre, el cual no quiero ni repetir, e intentaba protegerme con los brazos. Es curioso, pero ni siquiera intenté pegarle, ni darle patadas... Nada, no me defendí. Estamos tan mentalizados de que no se debe tocar a un niño… No reaccioné hasta que vi mi blusa teñida de color rojo. No sé qué hice ni cómo, pero logré escabullirme.



- ¿Adónde fue?

- Me paré ante una clase pero, rápidamente, sin esperar ayuda, giré y bajé las escaleras. Ya te puedes imaginar en qué estado de nerviosismo me encontraba. Enseguida, una profesora que me vio vino a ayudarme.



- ¿Qué hicieron entonces?

- Se comenzaron a escuchar gritos por todo el instituto. Oíamos que decían: "¡Encerraos, escondeos!". Mi compañera y yo nos encerramos en el cuarto de baño. Y minutos después, otro profesor nos avisó para que saliéramos. Cuando llegué a secretaría yo gritaba que alguien subiera a por mi hija, que iba a ir a por ella. Tenía muy claro que al haberme escapado yo, iba a ir a por mi hija. Lo que no sabía es que ya la había apuñalado.



- ¿Cómo fueron los minutos posteriores?

- Como es de suponer, en un principio, de sorpresa y desorientación. No se entendía qué estaba pasando. No obstante, rápidamente sonó el timbre para poner en marcha el protocolo de urgencias. Cada curso hacemos un simulacro de este protocolo. Y he de reconocer que funcionó. Se evacuó rápidamente a los 500 alumnos. Aunque mis compañeros seguro que estaban nerviosísimos, y no es para menos, actuaron con diligencia y serenidad.



- ¿Cómo es el alumno que lanzó el ataque?

- Querrás decir que atacó y agredió directamente, entre otros hechos. Y sin el típico ‘supuestamente’. Todos sabemos que existen unas leyes que protegen y defienden al menor. Y yo, siempre he estado de acuerdo con ellas. Pero, me sorprende que en casos como este se sea tan estricto y no se pueda ni siquiera hablar de estos menores porque están sumamente protegidos por la ley. En cambio, las instituciones actúan con mucha más lentitud para proteger y favorecer a otros menores que se encuentran en unas circunstancias muy desfavorables y que, además, ellos no se han buscado.



- ¿Pero había algo en su comportamiento que sugiriera que podía agredir a profesores o compañeros?

- Es evidente que algo así nadie se lo espera. Lo único que puedo comentar es que sus padres habían recibido la semana anterior un documento que firmaron en el que el alumno se comprometía a cambiar de actitud. La tutora tenía ya fijada hora para una reunión con su familia, casualmente al día siguiente de los hechos. Y yo, aprovechando el cariño que profesaba y profeso a su hermana, ya que había sido su tutora durante dos cursos, también le expresaba mi inquietud y preocupación.



- Está con la baja laboral, pero por lo que le cuentan, ¿cómo es la vida ahora en el instituto?

- Al día siguiente, según me han explicado mis compañeros, se personó un grupo de psicólogos enviados por el Ayuntamiento y con los tutores respectivos reunieron a los grupos y hablaron con ellos. El miércoles se reanudaron las clases con ‘normalidad’. En el instituto siguen estando dos o tres psicólogos por si alguien los necesita en un momento determinado.



- ¿Qué trabajo hay que hacer con los alumnos después de sufrir una experiencia como esta?

- De momento, ya han recibido ayuda psicológica. También va a ser importante la colaboración de los tutores y demás profesores. En las primeras tutorías supongo que se hablará del tema. Yo misma, cuando vuelva al instituto, el primer día tengo pensado hablar con ellos sobre el tema antes de dar clase. Y esto lo haré con todos los grupos, pero, naturalmente, más intensamente con el grupo en el que yo me encontraba cuando ocurrieron estos hechos.



- ¿El ambiente en el instituto era bueno?

- Sí, yo había trabajado en la periferia de Barcelona durante muchos años, en zonas muy conflictivas. Cuando llegué al ‘Fuster’ estaba contentísima: un alumnado de clase media, con ganas de trabajar, y unas familias súper colaboradoras. Y a pesar de lo ocurrido, sigo pensando que es un buen instituto, con un equipo de profesores muy competente y motivado. Y la verdad que la mayoría de los niños también son buenos alumnos. Hay casos de alumnos difíciles, como en todos los centros, pero en un porcentaje muy bajo.



- Al ser menor de 14 años, no puede ser imputado. ¿Cree que en casos así los menores deberían tener responsabilidad penal?

- Tengo entendido que la ley dice que los últimos responsables civiles de un menor son los padres o tutores legales. Pero, de una u otra manera, ante un hecho semejante, alguien debería asumir la responsabilidad.



- ¿Cree que los agredidos han sido tratados correctamente?

- En algunos medios se ha hablado de las víctimas, pero se han olvidado de las víctimas reales, que son el profesor Abel y su familia, los profesores y alumnos que hemos sido agredidos y todo el centro que hemos tenido que vivir unos momentos espantosos, que no vamos a poder olvidar jamás, y que han podido dejar secuelas físicas o psicológicas.



- ¿Sabe si ha habido alguna denuncia de los hechos por parte de la Generalitat o del instituto?

- Creo que no ha habido ninguna. Realmente es algo sorprendente. Supongo que en la Policía y el Juzgado se ha cursado el expediente correspondiente, pero, que yo sepa, no ha habido ninguna denuncia ni desde el Departament d’Ensenyament ni desde el centro.


- ¿Le han ofrecido al menos asistencia jurídica?

- Nada, ni prestación ni asesoramiento legal de ningún tipo.



- Abel Martínez, el profesor asesinado, apenas llevaba una semana en el colegio. ¿Le dio tiempo a conocerlo?

- Sí. Lo conocí el primer día y nos vimos en varias ocasiones. El último viernes tuvimos la oportunidad de estar hablando un rato. Él estaba muy contento aquí. Felicitaba al instituto porque creía que realizábamos una buena función con las actitudes y normas que habíamos incorporado en la vida cotidiana de los alumnos. Pequeñas normas de respeto y educación que se cumplían. Pensaba que había un ambiente agradable entre los compañeros y también entre estos y el profesorado. Y realmente, parecía un buen profesor. No hace falta decir que toda la comunidad educativa y en particular, el instituto Joan Fuster, sentimos profundamente su pérdida. Es una gran injusticia y un hecho incomprensible.



- ¿Cree que el profesorado está lo suficientemente protegido?

- Está visto que no. No obstante, quizás, la manera de protegernos sería respetándonos y valorando el trabajo que realizamos día tras día con nuestros alumnos. Las #aulas son el reflejo de la sociedad. Los alumnos repiten y emulan lo que han visto y oído en sus casas, lo que flota en el ambiente. La sociedad, o al menos parte de ella, parece no ser consciente de que estos alumnos son nuestros hijos, el futuro de nuestro país, de nuestras comunidades, de nuestros pueblos… de todos nosotros.



- ¿No se valora a los profesores?

- A veces somos criticados, supongo que unas veces con razón y otras sin ella, como todo. La gente solo se fija en las vacaciones que tenemos. Me gustaría que nos vieran a final de cada trimestre. Muchas veces tengo la sensación de que no voy a poder llegar. Muchos nos llevamos el trabajo a casa, y no digo solo a nivel psicológico, sino a todos los niveles. En el instituto solo tenemos tiempo para clases y reuniones. Tenemos que llevarnos a casa las redacciones, los trabajos, los controles, etc. Hay que preparar las clases, actividades, controles, preparar trabajo extra para algunos alumnos... ¿Realmente creen que todo esto lo hacemos en las horas del cole? Pues no. Mucho de todo esto nos lo llevamos a casa. Yo tengo 150 alumnos. Multiplica por redacciones, trabajos, controles…



- Con todo esto que cuenta y tras la experiencia que ha sufrido, ¿le dan ganas de dejar las aulas?

- A pesar de todo esto, considero que es una profesión muy gratificante. Estás en contacto directo con los niños, compartes, hablas, educas, transmite valores... Ellos también te dan otras cosas: alegría, ganas de vivir, puntos de vista diferentes y más actuales… Estás en contacto directo con la juventud. No cambiaría de profesión. Comencé por vocación y tras todos estos años sigo teniéndola.



- ¿Cómo es usted como profesora?

- Los niños son muchas veces más justos y listos de lo que somos los adultos. Hay algún profesor que va de colega, pero no se da cuenta ni de la edad que tiene ni del papel que debe ejercer. Se muestra con comentarios y actitudes típicas de adolescentes porque considera que de esta manera se los va a ganar. Pero los alumnos, la gran mayoría de ellos, son muy listos y tienen estas cosas muy claras. Sus amigos y compañeros son sus colegas y con ellos utilizan un lenguaje y unas actitudes determinadas. Pero, de igual modo que sienten la necesidad de que sus padres ejerzan de padres, no de amigos, sus profesores han de ejercer la función que les corresponde: profesores y educadores.



- Hay que ganarse el respeto.

El ser exigente y disciplinado no quiere decir que no se pueda ser amable con los alumnos, que no se puedan hacer bromas en un momento determinado, que no puedas reírte con tus alumnos. El ser exigente no es ser peor profesor, al contrario, es enseñar a los alumnos cómo se han de hacer las cosas, es enseñar valores, es enseñar a comportarse en la sociedad. Al final, los alumnos, que no son tontos, valoran más a estos profesores que imparten sus clases con corrección, que ponen orden, que enseñan, que dan y piden cierta exigencia que a aquellos que van de colegas. Yo me siento querida y respetada por mis alumnos y ellos saben que, de igual manera, yo los quiero y respeto.



- ¿Se ha sentido arropada?

- Mucho. Lo que más agradezco y valoro son todas las personas, que han sido muchas, que han estado a mi lado, bien sea vía telefónica, por Whatsapp, viniendo a casa a visitarnos, preguntando por nosotros cada día, alumnos, compañeros, vecinos, familia, algunos que se han desplazado desde otras ciudades para estar con nosotros y darnos su apoyo... Quiero dar las gracias a todos ellos.