Una feria exenta de cornadas hasta el trágico cierre

Las manos del doctor Val-Carreres, de nuevo esenciales en la última tarde de abono del Pilar. 

Mariano de la Viña, en el momento de la gravísima cogida.
Mariano de la Viña, en el momento de la gravísima cogida.
Raquel Labodía

La feria de festejos mayores venía exenta de cornadas. Apenas un par de resbalones vinculados al mal estado del albero en los ocho festejos previos. Ni un solo parte médico emitido antes de una corrida que arrancó con retraso por los atascos en las puertas de acceso a la plaza. Las apreturas de un nuevo llenazo y el calor, plasmado en el goteo de la frente de un Enrique Ponce que pasó un calvario para dar muerte a su primer toro, dieron paso a los bostezos.

Parados y descastados los oponentes de Juli y Perera. Tanto que se nos olvidó que el peligro seguía ahí. Encubierto. Sigiloso, como así se llamaba el cuarto de Montalvo que volteó el desarrollo de la corrida y del ciclo entero.

Colaboraba en las labores de brega Mariano de la Viña, subalterno de máxima confianza de Ponce, cuando el animal se le cruzó al pecho y lo atropelló de manera sobrecogedora. Los gritos de pánico que acompañaron a la posterior paliza en el suelo, con cornadas en el Triángulo de Scarpa -con trayectoria ascendente- y la zona de los riñones, se tornaron en silencio.

El reguero de sangre anunciaba la gravedad: Mariano iba a tener que ser reanimado hasta en tres ocasiones en la enfermería tras entrar en parada cardiorespiratoria. La Misericordia rezaba por que las manos de Carlos Val-Carreres, una vez más, obraran el milagro. Poco importaba ya lo que ocurriera en la arena, rastrillada por el compañero Perera para camuflar la tragedia. Todos los pensamientos se dirigían a la vida en liza.

Giro repentino

De golpe, el alborozo de la feria de las figuras y el público de aluvión se acalló. La dureza de la profesión de torero, omitida por momentos, sobrevino de sopetón. Ya nadie iba a atender la siguiente labor del Juli. Tampoco se protestó como es debido el inexplicable cambio del de la jota, interrumpida a petición de los presentes. Solo queríamos escuchar noticias tranquilizadoras emitidas desde el quirófano. Pero tardaban y eran inciertas. Como el sobrero que hirió a Perera en la parte baja del muslo y acabó siendo lidiado por Ponce entre división de opiniones.

Unos demandaban faena; otros, que abreviase hacia el reencuentro con su fiel camarada, que pasadas las 21.00 era trasladado en ambulancia a la Clínica Quirón de Zaragoza. Aguardaba noche larga y crucial, antes de que el propio centro sanitario anuncie hoy a primera hora un parte médico concreto sobre las heridas de De la Viña y Perera. Que la Virgen del Pilar los proteja con su capote.

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