Como un piano de gorda

Un momento de la actuación de Ventura
Como un piano de gorda
CARLOS MONCÍN

Los experimentos, con gaseosa. Cada uno debe saber el sitio que le corresponde y aceptarlo. Una corrida de rejones es el lugar menos indicado para escuchar un piano. Atronador. Machacante. Insultante. Faltó el violonchelo porque los violines los pusieron los rejoneadores. El del piano, que se guarde el instrumento donde le quepa.


Pues, eso, lo del titular. Es lo que se imaginan. Bronca como el sombrero de un picador al músico. Otro llenazo de público variopinto con ganas de regalar. Y de chillar. Más que el del piano. Un público que echó de menos al Fandi para que compitiera, a galope tendido, con los caballitos. Tres orejas se cortaron, tres, como las hijas de Elena, y ninguna fue buena.


La tarde comenzó mal. El carrusel de los rejoneadores se perdió en el horizonte porque el tiro de mulillas -caballos, en este caso- se desbocaron al oír los primeros acordes del piano (y eso que no lo vieron) y sembraron el pánico entre los areneros que recogían aperos. Un caballo se rompió el pecho contra una pilastra y cayó _cuan largo era en el pasillo de arrastre. Pobrecillo. No sé si se recuperará, pero prometo llevarle al hospital un cedé de música clásica donde no intervenga el piano. El primer caballo dejó el ruedo como un patatal a punto de siembra y de ahí, se levantó toda la polvareda del mundo. Adiós cubata. Y traje. La arenilla cundió. Embozaremos la ducha.


La corrida de Fermín Bohórquez tuvo caja, carne y menos cuernos que un soltero. Una cosa es despuntar y otra muy distinta desmochar. De haber tenido más punta, casi todos los caballos hubieran salido heridos. Agujereados de metralla, porque los toros tuvieron eso, metralla. Bombas con muchos pies. Sin relojería. La corrida lució tipo, badana y culata. Encastada y, por momentos, fiera. De raza. Solo el primero pidió tablas y pegó arreones de manso. El resto, desiguales de presencia, salieron con pies y embistiendo a todo lo que se movía. Con duración pese a los hierros y las vueltas innecesarias que les dieron.


Álvaro Montes es un caballero joven, pero triste. Frío. Incapaz de calar en el tendido pese a que intenta realizar todas las faenas del campo en el ruedo. Perfecta doma de Latino, un castaño de cola recogida y trote de dehesa. Montes aró el suelo con la garrocha en un intento casi baldío de parar al toro. Clavó muy despegado y siempre a la grupa, con ventaja. Otra vez, que no se olvide el arco. Reunirá más y mejor. Se inventó una vuelta al ruedo mientras yo rumiaba el polvo. Al quinto lo dejó llegar más para clavar peor. Para no desentonar con el del piano, clavó al violín. Mató muy mal. Rematado de mal.


Andy Cartagena está curtido en mil batallas. De casta le viene. Magnífica cuadra la del alicantino, en la que sobresalen Bisbal, Cuco, Maravilla y Cisne, capaz de girar tres veces consecutivas, recuperar el tranco y no perder la cara. Andy clavó forzado y muy atrás. También recurrió a las ventajas. Los violines, en este caso, le salieron violones. Oreja paisana que acaba la feria.

Diego Ventura se equivocó con su primero, al que le partió los riñones a base de cortarle los primeros viajes. El de los cuernos se paró dolorido y aun así fue franco en las embestidas. Le formó un lío a su manera. Al de la jota, sin piano de por medio, lo cuajó en banderillas con el tordo Distinto, el mejor caballo de su cuadra. El más torero. Distinto quiebra a un par de metros de los pitones. Sensacional caballo. Mató mal Ventura y se perdió la puerta grande. ¡Vaya tela de feria!