Las Vajillas de Martha abre en Zaragoza: los platos de nuestros sueños, a precio de ensueño

La tienda llega al Actur tras triunfar en Madrid con su concepto: vender cerámica portuguesa… al peso.

Martha Blanco, en su establecimiento en Pablo Ruiz Picasso 37, en Zaragoza.
Martha Blanco, en su establecimiento en Pablo Ruiz Picasso 37, en Zaragoza.
Francisco Jiménez

Vajillas, piezas de lino, cristalerías, pequeños objetos de decoración como candelabros, pies de lámpara o bandejas… Todos esos tesoros, y muchos más, envuelven al visitante de Las vajillas de Martha y le transportan a tiempos pretéritos, en los que el refinamiento y el ‘savoir être’ eran una forma de vida. Una vida que adora Martha Blanco, venezolana hija de gallegos asentada en Madrid hace un cuarto de siglo y que acaba de abrir tienda en Zaragoza para hacer llegar su concepto: vender piezas cerámicas muy especiales, esas que visten la mesa con elegancia y un toque chic... pero al peso.

La idea es tan sencilla que resulta rompedora y da lugar a infinitas posibilidades. En su luminoso local en el número 37 de la calle Pablo Ruiz Picasso, en el Actur, se apilan decenas, cientos de platos, bajoplatos, boles, jarras, bandejas o tazas, profusamente decorados o de limpio diseño. Pasear entre sus expositores lleva inevitablemente a dar rienda suelta a la imaginación, y fantasear con una y mil combinaciones posibles para crear una vajilla única, especial y absolutamente personalizada. Y aunque algunos artículos sí se venden por unidades, la mayor parte se coloca a la salida en una balanza y el cliente paga en función del peso de la cerámica elegida. Sin necesidad de comprar aburridas vajillas enteras con todos sus elementos idénticos. ¿Solo un par de platos desparejados? Perfecto. ¿Un servicio completo para cuatro, pero cada plato de un estilo o color distinto? Perfecto también.

“Vendemos producto de marcas internacionales de prestigio que no tienen tienda propia en España, a veces ni siquiera en Europa, fabricado expresamente para ellas en Portugal”, explica Martha, quien da la clave que justifica sus precios, imbatibles y competitivos: todo lo que vende forma parte de lo que se llama ‘roturas de stock’, excedentes de producción que no se entregan a las empresas, bien porque se ha fabricado de más, bien porque ha habido algún fallo en el proceso, como que el color final no es exacto al encargado por el diseñador. “Nosotros compramos palés, cada uno de entre 300 y 500 kilos, y lo hacemos a ciegas, es decir, no sabemos qué nos vamos a encontrar dentro. Yo los llamo ‘palés kinder’, porque son auténticas cajas de sorpresas. Abrirlos es divertidísimo, como entrar en la cueva de Alí Babá”, resume esta empresaria.

Comprando de este modo, al peso, es posible llevarse a casa vajillas de gran calidad por hasta el 80% menos del precio que se pagaría comprando directamente a las marcas. Eso sí, como los productos nunca fueron entregados a las empresas que los encargaron, el sello de la casa no figura serigrafiado ni roturado en ellos. Si tenía pensado fardar entre sus amistades con logotipos de relumbrón, olvídese y presuma más bien de una mesa rompedora y muy, muy especial.

Rastreadora de mercadillos

Recuerda Martha sus incontables viajes a Portugal desde la vecina Galicia, cuna de sus padres y el lugar donde ha pasado temporadas a lo largo de su vida. Allí se enamoró de esa cerámica tan característica del país vecino, llena de colorido y reminiscencias veraniegas. Adoraba, dice, visitar mercadillos y comprar platos y más platos que iba encontrando en sus excursiones. Se convirtió en una experta rastreadora de tenderetes donde rescataba piezas “apiladas y con toneladas de polvo encima”. Así que, sin ser consciente de ello, creaba mesas visualmente bonitas, pero a la vez cálidas y confortables, de esas que invitan al buen comer, mejor conversar, y todo en grata compañía.

“A mis amigos les encantaba mi vajilla, cada vez que venían a comer a casa se la acababan llevando. En dos años, igual compré 50 o 60”, ríe Martha. “Siempre me pedían que, la siguiente vez que fuera a Portugal, les trajera la misma que yo tenía en ese momento. El problema es que se enamoraban de unas piezas que ya no encontraba cuando volvía a visitar los mercadillos, así que adquiría otras diferentes. Es lo bueno de este tipo de compra, que cada vez que vas, el género ha cambiado. Y eso es lo que he querido trasladar a mi negocio: la posibilidad de disponer siempre de productos nuevos”.

Porque en Las vajillas de Martha se reciben palés cada quince días, ya saben, cargamentos de entre 300 y 500 kilos de insospechadas piezas cerámicas, y abren uno cada semana. De ahí que convenga darse de vez en cuando un paseo por el establecimiento si está interesado en encontrar auténticos tesoros que le den un toque de distinción y novedad al rutinario acto de comer.

Una tienda efímera... que ha ido creciendo

La idea de negocio vino por esa costumbre de sus amigas de arramblar con sus vajillas. “Me dije, ‘si a ellas y a mí nos gustan, a los demás también les gustarían”. Así que habló con su esposo, muy emprendedor y acostumbrado a poner en marcha empresas de todo tipo, y se lanzaron. Convenció también a Romeo, Felipe y Patricio, dueños de sus mercadillos portugueses de cabecera, para que le vendieran sus productos a ella, y abrió lo que en principio iba a ser una tienda efímera en San Sebastián de los Reyes, Madrid. Eso fue en noviembre de 2022, y la acogida fue tan buena y el éxito tan grande que no solo prolongaron los cuatro meses para los que abrieron el local, sino que se instalaron también en la vecina Las Rozas, el pasado mes de febrero.

No contentos con eso, se enamoraron de un local “lleno de luz y buenas vibraciones” en Zaragoza, donde llevan desde primeros de julio. ¿Por qué Zaragoza? “Aparte de porque nos gusta mucho la ciudad, en la que tenemos amigos, está lejos de Portugal, y así traemos un trocito de Portugal a los zaragozanos. Y porque mucha gente aquí tiene segundas residencias, en la playa o la montaña, y pueden hacer hueco en ellas para unas vajillas especiales y apetecibles”, razona Martha.

Lo que más le gusta de su trabajo, sin duda, es “el momento increíble en el que ayudas a un cliente a combinar con gusto ese platillo de la abuela al que tiene especial cariño, o esa pieza especial que no sabe cómo ni cuándo usar, reciclando elementos a los que no daba uso para que tengan una segunda vida”. O crear una composición de tantos platos desparejados como quiera, que resulte preciosa y muy personal y que llene la mesa de tesoros… comprados al peso.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión