Zafadola, el último rey moro

Alfonso I tomó Zaragoza hace ahora nueve siglos, pero no la ganó a su rey moro, exiliado y bajo su protección, a quien dio amparo y tierras en Rueda y Borja.

La Aljafería debe su nombre a Ahmad Abu Jafar.
La Aljafería debe su nombre a Ahmad Abu Jafar.
HERALDO

El rótulo zaragozano dice, a la antigua usanza (mucho más inteligente que la moderna, muy embrutecida), "Calle Alfonso I. Rey Aragonés. En 1118 conquistó Zaragoza a los almorávides". En efecto, el belicoso Alfonso Sánchez, rey de Aragón, conquistó el reino musulmán de Zaragoza cuando ya no era reino, porque el rey había sido destronado ocho años antes y andaba en el exilio. Los almorávides, rigoristas islámicos del Magreb profundo, habían expulsado a la refinada familia yemení de Ibn Hud, de pura cepa árabe.

Pero la victoria les duró poco, por obra del contundente Alfonso, deseoso, como antes su padre Sancho y su hermano Pedro, de adquirir la totalidad del territorio que había gobernado el derrocado rey hudí y que constituía la dilatada frontera norte del islam en Europa. La capital, bien resguardada por sus murallas, cayó por etapas. El 11 de junio, Alfonso se hizo con la acastillada Aljafería, desde la que pudo controlar el Ebro por las dos orillas y cerrar el cerco a Saraqusta. Aislada de posibles refuerzos, sus gobernantes la rindieron el 11 de diciembre (el martes hará nueve siglos exactos) y convinieron en que el aragonés entrase como vencedor a los siete días. Y así fue.

No había ya rey moro en Zaragoza, pero el rey moro de Zaragoza existía, solo que huido. Los almorávides se apoyaron en zaragocíes rebeldes que los consideraban más capaces de oponerse al constante embate de los tres últimos reyes aragoneses. En pocos años, habían arrebatado a la dinastía hudí las significativas plazas de Huesca y Barbastro, con sus distritos y los almorávides, ya asentados en Valencia, quisieron asumir la lucha que elrey Abd al-Malik no sabía dirigir. Tampoco ellos supieron. El desdichado se había titulado Imad al-Dawla (‘Pilar de la dinastía’), mote copiado a su bisabuelo, el sabio y victorioso Ahmad Abu Jafar (de donde Al-jafería), llamado también al-Muqtadir billah, ‘El Poderoso por la gracia de Dios’. (Los apodos de todos los hudíes fueron muy devotos: el hijo de Ahmad fue Al-Mustain, ‘El Encomendado a Dios’, y su nieto, Al-Mutamin, ‘El que fía en Dios’).

El último hudí

El rey moro huido en 1110 murió trasterrado en 1130, rigiendo un pequeño señorío centrado en Rueda de Jalón y en Borja. Allí, con la interesada venia de Alfonso I, mantuvo su reivindicación y molestó en la medida de sus fuerzas a los almorávides, combatiendo junto al Batallador.

Su hijo también se tituló rey, pero nunca pisó la añorada Zaragoza: Abu Jafar Ahmad ibn Abd al-Malik ibn Hud, al-Mustansir billah Zay al-Dawla, motes que valen por ‘El que busca la ayuda de Dios’ y ‘Espada de la Dinastía’, respectivamente. Los cristianos convirtieron el segundo cognombre (que sonaba como ‘zaifaldaula’) en Zafadola y así se le conoció entonces y se le llama hoy. Detestaba a los almorávides. Se sometió a Alfonso VII de León, que lo invitó a su coronación imperial en 1135 y diez años después estaba buscando por su cuenta apoyos para reinar en Córdoba, Jaén, Granada y Murcia. No tuvo mala acogida y se creyó con fuerza para alzarse contra Alfonso VII, espejismo que le costó ser preso en combate, en Chinchilla de Montearagón, junto a Albacete. Tras la batalla, fue ejecutado.

La académica María Jesús Viguera recuerda que aún aparece en la historia un último hudí, descendiente del desventurado Zafadola. También cayó en batalla, en 1238, contra los almohades, la oleada de integristas africanos que sucedió a los almorávides en el dominio de Al Ándalus.

Cosas de Saraqusta

Son muchas las anécdotas que los cronistas arábigos recogen sobre el reino zaragocí. Por ejemplo, esta. Abu Bakr Yahyá al-Gazzar as-Saraqustí, escribía en árabe y también en romance, idioma de los cristianos vencidos. Enamorado de un mozo forastero, que le correspondía, pero cuya presencia le era vedada por el arraquibe o tutor del muchacho, sonaba así su verso nostálgico, que traslado fonéticamente, a partir de una transcripción de Alberto Montaner: "C’adaméi filiol alieno ed éll ad mibe /quérello de mib vetare seu arraquibe". ‘Porque amé a un chico forastero, y él a mí, me lo quiere vedar su mentor’.

Y también puede destacarse la que narró, doscientos años más tarde de estos episodios, el historiador marroquí Ibn Idari, sobre el triste final del gran al-Muqtadir, hacedor de la Aljafería. Algunos dicen que murió a causa de un perro, quizá infectado de rabia. Pero Ibn Idari describe una muerte humillante y temible, sobrevenida como castigo de Alá. En palabras del investigador libanés Afif Turk, "Dios lo afligió en su cuerpo con una enfermedad que le hizo perder la razón y la inteligencia, y murió ladrando como los perros, porque había ordenado matar a un hombre piadoso que fue a amonestarle por los muchos impuestos que ponía en su país". Hacienda siempre dando problemas a la gente.