La plaza del Pilar se rebajó tres metros

Las grandes desgracias y las grandes alegrías conmueven a las gentes, pero es más raro que esa emoción la produzca una necesidad de otra clase, como sucedió en 1718.

El Pilar barroco fue inaugurado en 1718.
El Pilar barroco fue inaugurado en 1718.
HERALDO

Cuando se edificó el Pilar barroco, inaugurado en 1718 (aún no estaba hecha la Santa Capilla de Ventura Rodríguez), no se presupuestó un capítulo de importancia: el suelo del templo nuevo quedaba entre uno y tres metros por debajo del ras de la plaza en su lado sur. Entre otras cosas, porque el claustro en que se había venerado la Columna era semisubterráneo. La mezcla de tribulación y ridículo fue, sin embargo, resuelta de forma asombrosa, que relató, muy poco después (en 1719), el franciscano José Antonio Hebrera. Apenas cabe dudar de su veracidad, porque hubiera sido arriesgado inventar tal cosa a solo meses de distancia y porque el autor era persona socialmente respetada y cronista de su orden.

Para que las dos puertas meridionales -las actuales- fueran accesibles había que encarar el rebaje de una plaza que entonces medía de largo "735 palmos y 288 de latitud", para lo que no alcanzaban "ni las fuerzas ni los caudales disponibles". Había más: era preciso derribar las casas que rodeaban la plaza, so pena de dejarlas con los cimientos al aire. Los sabios discutían y había una insólita "división de opiniones entre maestros de matemáticas y de arquitectura sobre sus proyectos y arbitrios sin que se resolvieran nada". En auxilio de la obra, cree Hebrera, vino "la Soberana Reyna" del Cielo, que inspiró "el medio para ganarlo todo sin gastar un#real del tesoro de la fábrica".

La cosa fue así. El 26 de noviembre de 1710, se juntaron en la plaza el arzobispo y el deán del Cabildo con los regidores municipales. Habían reunido "buen número de zapas y de espuertas" y un puñado de peones que picaban y llenaban de tierra los capazos. Las autoridades, en dos filas, se las iban pasando y las vaciaban en el Ebro. El primero era el arzobispo, a quien le pasaba sucesivas espuertas el deán y así, por orden de protocolo, canónigos y prebendados.

Empezó a unirse a la cadena "innumerable concurso de nobleza y personas de distinción con otras de todos los estados" sociales. Corrió la voz y a la mañana siguiente se juntó "tanta gente que no cabían en la plaza".

Mujeres y labradores

El fraile señala, con encomiástico asombro, cómo concurrieron "señoras de la primera nobleza de la ciudad con otras muchas que no lo eran", intercalándose en las laboriosas filas sin reparar en quién tuvieran por vecino, de modo que se pusieron «a tomar las espuertas de la mano de cualquiera que tuviesen a su lado". Y, en todo el tiempo que duró aquello, «ni se oyó la palabra menos compuesta ni hubo ademán que no fuera decente muchísimo ni acción que se atreviese a profanar su decoro".

El capítulo siguiente en el rebajamiento del amplio solar correspondió a los gremios. Como no querían servir de estorbo, pidieron al arzobispado que les hiciera un calendario. Lo cumplieron de forma que «los que principalmente adelantaron la obra fueron los labradores, pues sobre ser numerosa su asistencia personal todos los días por parroquias llevaban sus carros y yuntas para arar la plaza y tener así suelta la tierra para acabarla con más facilidad".

Quienes no podían ayudar físicamente "daban una limosna conforme a su posibilidad. Y esto subió tanto que hubo lo bastante para pagar a tantos peones y carros como se buscaron para los empleos más trabajosos y que no podían hacerlo los que iban por devoción", pero con pocas fuerzas.

Fueron jornadas de raro fervor comunitario, que desbordó las murallas de la ciudad. "Las villas y lugares de los contornos de Zaragoza" reunieron sus concejos y consiguieron su propio calendario para el desmonte de la plaza, "dejando llenas de santa envidia a las más distantes". Con este sorprendente procedimiento, que debía ser hoy más famoso por su excepcionalidad, quedó completamente allanada la plaza "el día 14 de enero del año 1718, habiendo comenzado el día 26 de noviembre del año 1717, entre los que no hay más que 38 días".

Un montón de metros

El trabajo fue medido científicamente "con los instrumentos de medir la distancia, pesar los fondos y la altura de la tierra, con el suelo de la nueva iglesia". Se sacaron "12.960 estados de tierra", que no me atrevo a verter con precisión a sistema métrico decimal, pero que no andará muy lejos de los 60.000 metros cuadrados.

En cuanto a las casas sitas en la plaza, a cuyos propietarios hay que imaginar preocupadísimos, "sucedió lo que no podía dejar de suceder, porque para igualar los suelos se hubo de profundizar más abajo de donde se fundaban". Lo cierto es "que ni cayó ni peligró ninguna, sino que antes bien se repararon todas y se fundamentaron de nuevo, aumentando a cada uno un buen patio y un cuarto bajo que antes no tenían doblándoles la hermosura y la estimación" (el valor). Todos ganaron.

Fue una sorprendente conjunción espontánea y organizada de esfuerzos por una causa común. Y acaso sea aún más pasmoso el olvido en que la hemos dejado caer.