Primarias

El Ayuntamiento de Zaragoza, en la plaza del Pilar.
El Ayuntamiento de Zaragoza, en la plaza del Pilar.
Oliver Duch

Ya tenemos encima las primarias del PSOE para decidir la candidatura al Ayuntamiento de Zaragoza, banderazo de salida para una larguísima campaña preelectoral hasta las autonómicas y municipales del próximo año. Con el más que probable adelanto de las andaluzas de por medio y quién sabe si con otro anticipo para las generales, la contienda se podría eternizar. No es la mejor noticia para el país, que viene de situaciones similares en las que la vida administrativa tiende a quedar en suspenso, como si no hubiera ciudadanos y problemas. España se ha doctorado de paso en primarias, más después de que la derecha se haya atrevido con ellas, y sabe que las carga el diablo. Que se lo pregunten a Susana Díaz, a Sáenz de Santamaría, a Cospedal… Teóricamente concebidas como instrumento para la democracia interna de los partidos, en un primer momento estuvieron controladas por sus aparatos hasta el punto de impedir esa esencia participativa por la vía del candidato único. Hoy no las controla nadie, son más libres. Están gobernadas por las pulsiones de las bases y suelen tener desenlaces sorprendentes cuando se resuelven en el dos contra uno, como vuelve a pasar en Zaragoza.