Huelga de taxis

En el sector del taxi de Zaragoza hay convocada una huelga indefinida, en solidaridad con los taxistas de Barcelona.

Taxis en el paseo de la Independencia de Zaragoza durante una protesta, el sábado 28 de julio.
Taxis en el paseo de la Independencia de Zaragoza durante una protesta, el sábado 28 de julio.
José Miguel Marco

Los taxis son en Zaragoza un servicio fundamental y, junto a autobuses y tranvías, un componente esencial de la red de transporte público. El contagio del conflicto suscitado en Barcelona, que en algunos momentos ha colapsado la capital catalana, genera una fuerte inquietud. La regulación de los nuevos sistemas apoyados en la tecnología que hacen la competencia al taxi es necesaria y debe hacerse de manera negociada, no tomando al ciudadano como rehén.

Es cierto que en Zaragoza, por ahora, no han hecho acto de presencia las empresas que, como Uber y Cabify, compiten con el taxi tradicional. Pero se comprende la preocupación de los taxistas en todas las ciudades ante la penetración creciente de unas compañías que, a veces con gran capacidad financiera y de presión, están trastornando el sector al margen de las normas que, mejor o peor, lo han regido durante décadas y a las que los profesionales siempre han tenido que sujetarse. No obstante, no parece justificado extender a toda España un conflicto que en Barcelona tiene circunstancias locales concretas; y que además se ha desarrollado con episodios de violencia y amagos de colapso de la ciudad que no son aceptables. Por añadidura, la convocatoria de la huelga en Zaragoza seguramente no se adapta a la legalidad, al no haberse cumplido el plazo de preaviso. Y tratándose de un servicio público municipal, necesario para muchos ciudadanos, no cabe que el Ayuntamiento se desentienda.

Las nuevas tecnologías están revolucionando muchos aspectos de la economía, lo que supone beneficios y también riesgos. No se puede admitir que los nuevos actores reescriban a su gusto las reglas de todo un sector, pero atrincherarse en la defensa a ultranza de los propios intereses, sin tener en cuenta los cambios en las expectativas de los consumidores e incluso enfrentándose a ellos con paros fuera de control, no será a la larga una buena estrategia.