Centenario de la reforma y ampliación de La Misericordia

El 21 de marzo de 1918 se firmó la liquidación final de las obras, aunque los trabajos continuaron.

La plaza de toros de La Misericordia, antes y después de la reforma.
La plaza de toros de La Misericordia, antes y después de la reforma.
Archivo DPZ

La inminente llegada de un nuevo gestor centra hoy la actualidad en La Misericordia, pero, hace justamente 100 años, las informaciones iban dedicadas a la profunda remodelación a la que estaba siendo sometida la plaza. El estado ruinoso de las instalaciones, el nuevo Reglamento de la Policía de Espectáculos -establecía condiciones muy precisas en este tipo de eventos- y el aforo, insuficiente para sostener los duelos entre Herrerín y Ballesteros, obligaron a acometer esta obra.

El proyecto -pensado por los arquitectos Miguel Ángel Navarro y Manuel Martínez de Ubago- fue aprobado en octubre de 1916, aunque los trabajos no comenzaron hasta finales de ese mismo año y se prolongaron más allá de los seis meses previstos. La neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial no evitó que se diesen importantes dificultades para realizar presupuestos ajustados. De hecho, Navarro y Martínez de Ubago habían adelantado que, teniendo en cuenta que el precio de las materias primas variaba día a día, la solución mínima no podía bajar de las 330.000 pesetas.

“El material sustancial de la ampliación de la plaza fue el hormigón armado. La elección debió estar condicionada por la coyuntura económica internacional derivada de la Gran Guerra, pero también por las ventajas constructivas, tales como su resistencia, el grado ignífugo o la escasa necesidad de mantenimiento”, recoge el archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza, donde se reconoce que el “carácter antiestético de la construcción llevó a forrar todo el exterior con ladrillo rojo a cara vista, exceptuando la interrupción de los pilares de la calle de Pignatelli, que debía dejar libre el paso para los peatones y el tranvía”.

La antigua fachada exterior, de cal blanca, se usó de apoyo para los tendidos; la nueva, se edificó en estilo neomudéjar. “La superposición en altura de los arcos y la alternancia del ladrillo rojo y la piedra artificial han contribuido a que la plaza de Zaragoza haya sido calificada como neomudéjar, estilo bajo el que se han etiquetado otras plazas de toros españolas. No obstante, la bicromía de los materiales responde más bien a un estilo neoárabe”, describe la obra ‘El coso de la Misericordia de Zaragoza (1764-2014)’, editada con motivo del 250 aniversario del recinto.

Respecto a la ampliación de la capacidad, en ese mismo texto se indica que “hubo que rebajar la rasante del ruedo en 50 centímetros y disminuir su diámetro”. Así, utilizando asientos de 45 centímetros, el aforo pasó a superar los 12.500 espectadores. “La nueva Misericordia continuó teniendo las mismas puertas principales: la grande frente al Hospicio y la de cuadrillas en la calle de Ramón Pignatelli. Se numeraron los tendidos del 1 al 8; la presidencia se subió al último piso -sobre la meseta de toriles- y bajo esta se instalaron los chiqueros conectados a los corrales por un pasillo o manga por donde salían las reses”, precisa el especial que, para conmemorar el mencionado 250 aniversario del coso, HERALDO publicó en 2014.

Y buceando en el archivo de este periódico también se puede comprobar que, a pesar de que el 21 de marzo de 1918 aparece como fecha oficial de la liquidación final de las obras, hay varias fases que se completaron a posteriori. “En reunión de la Comisión Permanente de la Diputación, se decide ampliar el préstamo para activar las obras de la plaza de toros. Asistieron el empresario Nicanor Villa, el aparejador y los arquitectos, cambiando impresiones acerca de los medios para acelerar los trabajos”, recoge el HERALDO del 3 de septiembre de 1918, una semana antes de que se anunciara que era necesario un nuevo préstamo hipotecario.

En febrero de 1919, el propio Nicanor Villa hizo una donación de 65.000 pesetas para terminar las obras y que así pudieran celebrarse con normalidad las corridas de las fiestas de mayo. Aunque no hay información sobre la inauguración oficial de la reforma, las crónicas de los festejos de los días 18, 19 y 25 de mayo hablan de “la plaza nueva”. Denominación que no se había utilizado en las corridas organizadas hasta entonces. Entre ellas, la que sirvió para recaudar fondos para la familia de Florentino Ballesteros.

A lo largo de 1919, según contó entonces HERALDO, se mejoró la instalación eléctrica de la plaza y se colocó un teléfono en el interior.

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