El Día del Padre

En 1958, el escritor Noel Clarasó relataba con humor como afronta un padre 'su día'.

El Día del Padre... y de los Hijos
El Día del Padre

El Día del Padre nace de la mano de la maestra y escritora Manuela Vicente ‘Nely’ en 1948, aunque no será hasta 1953 cuando Galerías Preciados inicia una campaña comercial, con éxito irregular al principio. En 1958 el escritor y guionista (trabajó con el director aragonés José María Forqué) Noel Clarasó nos contaba su particular Día del Padre, sirviendo como excusa para realizar una reflexión sobre la paternidad.


Escribo esto el día de San José. No importa que llegue al lector algunos días más tarde. El día del padre me gusta y me inspira por dos razones: porque me gusta el día, ese milagro diario de la claridad del día, y porque me gusta ser padre.


Mi día del padre empezó el lunes, dos días antes del miércoles 19. Empezó por la tarde, después de comer. Mi hijo mayor, que aún no es bastante mayor para arrancar riqueza de las canteras del mundo, me dijo:

Necesito dinero.


Una frase que los padres oímos tantas veces al año que ya nos emociona poco. Quiero saber para qué lo necesita. No me lo puede decir. Le conozco en el rostro que no miente y me acuerdo del día del padre que es pasado mañana. Así compro por veinte duros una primera parte de mi próximo día.


Por la noche del mismo lunes otro hijo me pide dinero. El martes me piden dinero los otros dos. No me gustan las preferencias entre ellos y así, la víspera inmediata del día del padre, he comprado mi participación en el rito por cuatrocientas pesetas. No toda. Ellos ponen la forma. El dinero sólo es el fonde. que, en este caso, es lo de menos.


El día 19 empieza bien. Cielo despejado, anticipos primaverales en el aire, buena mañana de fiesta. En familia no empezamos el día hasta las dos y media dadas. Los días festivos nada hay más difícil que reunir a las seis personas de una familia bien avenida antes de media hora después de la hora fijada para comer. Uno tiene colegio, otro tiene fútbol, otro tiene sueño...


Y el padre ha de comprenderlo todo. Si su rigidez mental le impide comprender, los otros vivirán igual y él será menos feliz. Comprender a los hijos, si se piensa un poco, es fácil. Sobre todo comprender al que tiene sueño, después de levantarse a las siete todos los días de trabajo.


El sueño de los hijos es una de las más entretenidas experiencias de los padres. En casa están los dos extremos: un hijo que tiene el sueño justo y otro que lo tiene injusto. El primero, aunque no le llamen, se levanta a las ocho y se larga a gozar la vida a otra parte. El segundo, si no le llaman, le gritan y le sacuden, duerme hasta la una. Y también se larga, aunque es de presumir que no vaya tan lejos.


A un padre le gustaría que todos sus hijos fueran ejemplares de antología. Nunca es así. Les ve los fallos, trata de enmendarlos, tropieza con esa, inquebrantabilidad de la naturaleza humana y apenas consigue nada. Nada he podido conseguir en quince años, contra el sueño injusto de mi hijo dormilón. Un día le pregunté:


¿Es que has nacido para dormir?


Y muy en serio, hasta respetuoso, dándole razón a la vida, me contestó:

Se ve.


Pues sí, se ve. ¡Qué le vamos a hacer! Por fin, a una hora siempre imprevisible, estamos todos sentados a la mesa. ¿Se acordarán ellos en la madurez, de esta mesa completa, familiar, de los días festivos? En la casa de mis padres éramos siete, entre todos, ocurría igual y me acuerdo poco. Mejor no ponernos este pequeño problema. Es bueno, en la vida diaria, soplar nubecillas y abrir siempre caminos hacia la luz del sol.


Comer bien, beber bien... Acaso sea bueno enseñar a los hijos a comer muy bien, muy de vez en cuando. Y a comer poco los demás días Es un aprendizaje difícil. Todos sabemos los años que tardamos en aprender a comer lo menos posible. Todos conocemos a mucha gente que no lo aprenderá jamás.


Y después de comer, la gran sorpresa del día del padre: ¡dos discos grandes de los de cincuenta duros! (Mis cuatrocientas pesetas, más cien que puso mi mujer del dinero del mes). Dos discos grandes de ‘música de películas’, que es la música que les gusta a ellos. Dos discos que querían comprar hace tiempo y que al fin han comprado para mí, gracias al día del padre.


Es claro que a mí también me gustan. ¡No faltaría más! Conocer los nombres de Víctor Young, de Eddy Arnold y de Johnnie Ray, ha sido una de las asignaturas de mi aprendizaje de padre. Lo ha sido desde que averigüé que una de las más brillantes proezas de un buen padre es gozar con la música que gusta a los hijos.


Si no lo consigue, se expone a que el día del padre no sea precisamente el día más feliz de su vida.


Autor: Noel Clarasó, en exclusiva para Heraldo


Recopilado por Mapi Rodríguez y Elena de la Riva. Documentación de Heraldo de Aragón. Lea otras noticias de Hemeroteca.

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