Hay vida después de la muerte

La técnico de disección de la Facultad de Medicina es la encargada de los cadáveres donados. Una ciencia que "salva vidas a largo plazo".

Sala de disección de la Facultad de Medicina
Hay vida después de la muerte
A.M.

Su primer cara a cara con la muerte fue hace nueve años. Desde entonces más de 120 cadáveres han pasado por sus manos. Silvia Andrés jamás imaginó trabajar en el sótano del edificio A de la Facultad de Medicina. Una sala fría donde se respira olor a medicamento, los cuerpos donados reposan en cámaras frigoríficas y una nueva generación de futuros médicos se forma.


Ella es la encargada de la recepción y cuidado de los cadáveres donados a la ciencia que llegan cada año a la Universidad de Zaragoza. “Ni siquiera sabía que existía este puesto de trabajo”, confiesa Andrés. En el verano del año 2006 comenzó su periplo en esa sala como técnico de disección humana.


“El primer día que tuve que atender la primera donación estaba sola, era el segundo muerto que veía en mi vida y no sabía qué hacer con él. Llamé a mi jefe y me dijo que lo conservara en congelación”, recuerda esta zaragozana de 36 años. En septiembre le enseñaron la técnica de embalsamar con ese primer cadáver. “Después de superar ese episodio supe que podía llevar a cabo este trabajo”, asegura, aunque recalca: “Hay cosas a las que nunca te acostumbras”.


De hecho, este tipo de puestos de trabajo son los más “conflictivos porque hay mucha gente que abandona y cuesta cubrir las plazas”, señala. Cuando Silvia realizó la entrevista para esta plaza otras 14 personas la acompañaban, pero al informarles de que podrían trabajar con cadáveres “diez se fueron sin querer saber nada más”, cuenta.


Andrés no niega que es un “trabajo duro”. Por varias razones: "pasas muchas horas sola rodeada de cadáveres", comenta. A ello se suma la inmensa carga emocional a la que tiene que hacer frente. “El momento de mayor aprensión es cuando hay que desvestir y afeitar el cadáver para comenzar el embalsamado”, declara. Pero antes, debe “despersonalizar”. Es decir, meterse en su papel de técnico de disección, olvidar la condición de persona del cuerpo y darle noción de “resto humano” para poder trabajar.

La ciencia que "salva vidas a largo plazo"

El lado gratificante existe: “Tengo la oportunidad de descubrir cirugías y técnicas de todas las especialidades que quizás un médico en toda su trayectoria profesional no puede ver”, cuenta Andrés. Pero, lo más importante es que en este sótano y, gracias a su trabajo, “se salvan vidas a largo plazo”, coinciden en destacar Andrés y el profesor de anatomía Juan de Dios. “La base de la medicina del futuro está aquí porque si no tenemos unos médicos bien preparados difícilmente se avanzará en esta ciencia”, explican la joven. 


Además de la formación en anatomía de los alumnos de medicina de primer y segundo curso de la UZ, los cadáveres donados también se destinan a cursos de cirugía. Para este tipo de ejercicios el cuerpo debe estar fresco. Es decir, no se embalsama sino que se conservan en la cámara a menos quince grados.


Para las prácticas de anatomía, el cuerpo se embalsama en formol. Proceso que dura 24 horas. Después el cadáver tiene que estar en conservación durante dos años. La normativa europea establece que el formaldehído es un agente cancerígeno, por lo que la tendencia es reducir su presencia. “Es un componente corrosivo y muy irritante”, comenta Silvia.


“Un antiguo compañero murió de cáncer de pulmón”, cuenta Andrés, aunque apunta que las condiciones han mejorado mucho: “Antes había una piscina de formol donde se sumergían los cuerpos en esta misma sala”. Ella recalca que siempre trabaja con una máscara para gases y que se somete a controles de salud cada año. En el caso de los alumnos, su exposición es mínima, nada comparable con la de la técnico de disección. Además, las mesas donde practican cuentan con un motor extractor.

El cuerpo donado se incinera

La formación de los alumnos sobre un mismo cuerpo se pueden alargar hasta cinco años. Después, ese cadáver se incinera. Y en este punto la Universidad cerró un debate que traía polémica: “Se decidió no entregar las cenizas a la familia del donante, ni comunicar cuándo se iba a proceder a su incineración”, explica Silvia. La experiencia de los años demuestra que “no es sano para las familias mantener la incertidumbre de cuándo será incinerado su familiar en un proceso que se alarga demasiado. Hay heridas que deben cerrase", sentencia Andrés. 


Los familiares y los propios donantes en vida tienen que entender la donación de cuerpo como un gesto altruista. “Una vez donado ya no se tiene derecho sobre ese cuerpo”, recalca Silvia.


Las cenizas de los cuerpos incinerados son depositadas en el campo santo. El Ayuntamiento de Zaragoza cedió a la Universidad una sepultura en el cementerio de Torrero. El familiar que lo desee puede pedir que se incluya una placa con el nombre del donante recordando que esa persona dio su cuerpo en beneficio de la ciencia. De esta manera, comenta Silvia, "cualquier familiar que quiera rendir culto puede acudir a esta sepultura". 


Por otro lado, hay familias que cuando fallece una persona que en vida ha tramitado los papeles para ser donante de cuerpo no se comunican con la Universidad. "Aunque sea la voluntad del fallecido, existen los que por creencias religiosas, por pudor o por desconfianza no ratifican la donación". En estos casos la Universidad cuenta con capacidad legal para hacer que el cuerpo les llegue. Pero, "si los parientes dicen que no, nunca les vamos a arrebatar el cadáver porque entendemos que el duelo es para el que se queda, nunca para el que se ha ido", concluye Andrés. 


La normativa estatal dicta que no pueden ser donantes ni de órganos ni de cuerpo personas que han padecido enfermedades contagiosas; intervención quirúrgica con heridas que no han cicatrizado; accidentes de tráfico o personas con obesidad llamativa o delgadez extrema.


Además, cada universidad puede poner cláusulas adicionales. Un salvoconducto que Silvia y sus compañeros agradecen. Y, pone un ejemplo: "Mi madre quería ser donante de cuerpo, pero cuando comencé a trabajar aquí le dije que no. Es imposible trabajar con el cadáver de un familiar", sentencia. 


Pero, tras su reflexión personal Silvia deja claro que "no cambiaría de trabajo". La joven alega razones de peso: "se forma futuro, se está en constante aprendizaje  y, sobre todo, valoro que profesionales médicos todavía en activo aprecien y agradezcan mi labor", concluye.