Un viaje a ninguna parte

Las instalaciones se someten a un mantenimiento diario y una vez a la semana las cabinas viajan de La Almozara al meandro de Ranillas sin pasajeros para comprobar que todo funciona como el primer día

La telecabina pasa revisiones diarias y anuales.
Un viaje a ninguna parte
Francisco Jiménez

Un 11 de julio de 2008 se preparó para su primer viaje. Maquillada de verde y gris, se lanzó a por el cielo de una Zaragoza que esperaba, con ansia y con recelo, esa Expo que sería conocida como la ‘del agua’. Tres años más tarde, el 18 de febrero de 2011, y con cuatro millones de euros de pérdidas acumuladas, la telecabina de Zaragoza dejó de dar vueltas sin saber a ciencia cierta cuál iba a ser su futuro. El contrato de explotación se alargaba 25 años, pero al tercero quedó en suspenso.


Ya han pasado otros tres años –en total seis desde su instalación– y la telecabina de la Expo sigue sin encontrar su sitio. El que fue un proyecto, o un intento, de modernización e impulso del turismo de la ciudad, hoy es el vestigio de una decisión tardía. Así lo califica Salvador Galve, el director de obra de Aramón, quien afirma que al ganar la concesión para instalar y explotar la telecabina aceptaron un "reto difícil". Porque, añadido al de las cabinas, también se enfrentaron al desafío de construir un pabellón en seis meses, "que tenía que estar a la altura del resto de edificios de la Expo en cuanto a estética". Ubicado en Ranillas, próximo a la Torre del Agua, el edificio albergó la exposición ‘El Mundo del Hielo’, del alpinista italiano Reinhold Messner, el primero del mundo en conquistar las 14 cimas de más de 800.000 metros de altura sin oxígeno. En conjunto, telecabina y pabellón acercaron a Zaragoza el espíritu de la montaña y la nieve.


Pese al abandono, la telecabina de la Expo sigue preparándose todos los días como si fuera a recibir más visitantes. Mario Biota, el jefe de explotación, es su ‘estilista’: este técnico se encarga de comprobar que todos los componentes funcionan –ruedas, correas, cables, motores, aceite...– y una vez a la semana la saca a pasear. Eso sí, de buena mañana, para ver el amanecer. Todos los días, a las siete de la mañana, Mario comienza la rutina de mantenimiento, que dura entre 30 y 40 minutos. El día de la semana que la telecabina se pone en marcha tiene que volver al centro de control antes de las 8.00. "Es por una cuestión de ahorro de luz", explica el técnico. El paseo dura cerca de 20 minutos –ida y vuelta sin paradas– y permite ver cómo se levanta la ciudad para comenzar el día. Siempre hay esperanza

La telecabina tiene varias opciones de futuro pero acabar olvidada en un almacén no está entre ellas. "Es más costoso desmontarla y tenerla en un almacén que pagar el mantenimiento y encenderla para tenerla puesta a punto", coinciden Biota y Galve.


Entre todas las ideas, destaca el traslado de la instalación a las estaciones de esquí de Aramón. Sale más rentable que las ofertas de compra que ha recibido el grupo, que rondan el millón de euros "cuando esta instalación cuesta más de seis y siete millones", apunta el director de obra, y la inversión que realizó la UTE Aramon-Leitner fue de aproximadamente once millones. Galve se lamenta de la crisis, una de las causas a las que atribuye que la instalación no tuviera éxito pasada la Expo.