PILAR 2011

Cómo nacen las actuales Fiestas del Pilar

En sus aspectos religiosos, y también en algunos festejos que continúan, tienen principalmente su referente tres siglos atrás.

Procesión del Día del Pilar, en los años 40
Cómo nacen las actuales Fiestas del Pilar

Las Fiestas del Pilar, como las conocemos en la actualidad, son el resultado del acomodo paulatino de actos, ritos y festejos a lo largo del tiempo. En sus aspectos religiosos, y también en algunos festejos que continúan, tienen principalmente su referente tres siglos atrás. No es el caso de la Ofrenda de Flores, cuyo origen es muy reciente, pero

sí de la procesión que el Cabildo, con acompañamiento del Ayuntamiento, hace por el exterior de la basílica, de los festejos con toros -que se hacían antes fuera de la octava- o de los fuegos artificiales.


El punto de partida de la gran influencia ciudadana que en materia de sociabilidad colectiva han tenido las fiestas son las del siglo XVIII. Especialmente las de 1718 con motivo del traslado del tabernáculo al templo recién construido -la gran ampliación sobre el templo gótico-; las de 1723, auténtica inflexión en la extensión de la fiesta del 12 de octubre; y las de 1765, por la finalización de la decoración de la capilla de la Virgen. Sin olvidar que en 1681 hay demostraciones festivas de singular importancia política y religiosa por la colocación de la primera piedra del nuevo templo. Todas estas celebraciones, demostración más visible, palpable y evidente de la devoción y piedad populares hacia la Virgen del Pilar, son también reflejo político del creciente poder e influencia del templo y de su entorno. Las polémicas sobre la predicación en Hispania del apóstol Santiago, los libros plúmbeos del Sacromonte, los falsos cronicones, los debates inmaculistas de comienzos del siglo XVII, los pleitos por precedencias entre los cabildos de la catedral de la Seo y de la iglesia del Pilar y la persistencia de los canónigos de esta y de las autoridades regnícolas por la ampliación litúrgica de la fiesta con rezos, octavas y lecciones, conforman y contextualizan la efervescencia mariana que sacudió las conciencias y actuaciones

zaragozanas y aragonesas en los siglos de la Edad Moderna, amplificadas por los ecos festivos que las acompañaron, las actuaciones milagrosas que se sucedieron -especialmente el llamado milagro de Calanda en 1640- y la construcción del

nuevo templo del Pilar bajo patrocinio regio.


La Virgen del Pilar, patrona de la ciudad

De todas las fiestas, reviste mayor interés histórico la de 1723, por la celebración de la concesión papal del oficio litúrgico propio por la aparición de la Virgen, largamente peleado en Roma, por el valor de las descripciones festivas que constan en

el libro impreso a ese efecto y por el propio contexto histórico en el que se sumergen el reino aragonés y la iglesia zaragozana: en la Seo -ni en ningún sitio- ya no volverá a jurar los fueros y libertades de Aragón ningún rey y, desde 1675, sólo habrá un cabildo, al unificarlos Roma.


Para el argumento de celebración de la fiesta, es fecha importante el 10 de octubre de 1613, en la que los jurados -munícipes - de la ciudad acuerdan guardar fiesta el 12 de octubre. En 1619 el Concejo hizo voto y juramento inmaculista, así como la Universidad y diversas congregaciones. En 1642 el Capítulo del Concejo la considera patrona de la ciudad, patronazgo que comparte con San Valero y que costó no pocas disputas; en 1653, se renueva el juramento concejil y las Cortes aragonesas de 1678 amplían el patronazgo a todo el reino, tres años después de la unificación de ambos cabildos. La disputa se inició por la catedralidad y la fecha de dedicación y continuó con las precedencias de un cabildo sobre otro. Correspondencia intensa, enviados especiales a Roma y gestiones ante el Rey hasta llegar a una solución salomónica.


Efectivamente, con fecha 1675, el papa Clemente X expide la bula de unión de ambos cabildos de la Seo y el Pilar en uno solo, con dos residencias turnantes, y otorga que la procesión celebrada el 12 de octubre se festeje con la misma solemnidad que la del Corpus Christi. Unos años más tarde, Inocencio XI, en 1680, concede indulgencia plenaria a todos los fieles que asistan a la fiesta del Pilar en ese día. Entretanto, la diplomacia de los canónigos pilaristas ha conseguido la

intercesión de la Monarquía para ampliar la vieja fábrica gótica del Pilar. Con planos del arquitecto real y la aplicación en 1681 de las rentas de la Encomienda de Alcañiz de la Orden de Calatrava, vacante en esos momentos, comienza la nueva obra.


La diplomacia sigue trabajando en todos los frentes; en 1678 se pide a Roma el rezo con octava, firmando la súplica la ciudad de Zaragoza en 1685 y repitiéndose en 1703 y 1720, momentos llenos de dificultades por discusiones romanas sobre la tradición jacobea. Pero el decreto papal llegó con las leccionesdel nocturno y Zaragoza vibró en 1723 con fiestas espectaculares, que costaron al erario la nada despreciable cifra de 25.603 reales, a la que hay que añadir el gasto de los gremios e instituciones en arcos, carros, teatros y comparsas. Unos años antes, en 1717, Lamberto Vidal en sus Políticas ceremonias, recoge los actos a los que los regidores de la ciudad debían ir, siendo la procesión del 12 de octubre uno de los más solemnes. En 1765 se celebrarán otras fiestas, en esta ocasión por la finalización de la decoración de la Capilla de la Virgen y la apertura de la obra artística de González Velázquez. Quizás uno de los aspectos que más llamen la atención sea la multitud de respuestas negativas que recibe el Concejo de los gremios de la ciudad a participar pecuniariamente: muchos consideran que son pocos los agremiados para las colectas y que están empobrecidos; otros, sin embargo, se aprestan a preparar lo que siempre han hecho.


El 12 de octubre, fiesta en todo el Reino

A comienzos del siglo XIX vuelve a renovarse el interés por ampliar la fiesta del Pilar y el papa Gregorio XII recibe del arzobispo de Zaragoza una petición para que sea fiesta colendaen todo el reino. El prelado, para dotarla de mayor sentimiento, pide en carta impresa a todos los eclesiásticos y pueblos de la diócesis apoyo explícito a la demanda. Finalmente, Pío VII concede la petición y la noticia se celebra con fiestas los días 21 al 23 de noviembre de 1807. Y aún más: el 28 de marzo de 1815 un Breve pontificio concede que el 2 de enero -día de la venida de la Virgen, según la tradición- tenga su rezo y sea fiesta de segunda clase con obligación de oír misa. En medio, los Sitios de Zaragoza y el fervor de los zaragozanos en los momentos más cruentos de la Guerra de la Independencia acrecentaron la devoción popular y fijaron las fiestas de octubre en el imaginario colectivo.