ZARAGOZA

Campamento de ratas y olvidados a orillas del Huerva

Bajo los dos puentes de la desembocadura del río en Zaragoza viven una veintena de personas desde hace casi tres años. Ellos limpian y recogen su basura, pero el lugar está infestado de roedores.

Colchones bajo el puente del Huerva
Campamento de ratas y olvidados a orillas del Huerva
P. F.

Arriba, uno de los símbolos de la nueva Zaragoza: la pasarela acristalada sobre la desembocadura del Huerva. Abajo, otra realidad: colchones, ropas viejas, unas sillas y muchas ratas. Bajo el viejo puente y la nueva pasarela ha crecido en los últimos tres años un campamento de 'sin techo'. Una veintena de personas duerme aquí a diario.


Los primeros se instalaron en 2008 bajo el viejo puente del Huerva, debajo del paseo de Echegaray y Caballero. Para algunos es un sitio de paso y para otros, un lugar de residencia. El campamento ha ido creciendo y en los últimos meses se ha extendido también bajo la pasarela, donde hay más colchones y un par de tiendas de campaña.


A media mañana, Ibrahim y Abduftuah, marroquíes de 31 años, se acercan con el pelo mojado y recién peinado al campamento. Vienen de desayunar un bollo de chocolate en un banco y de lavarse en la fuente del parque de la ribera, junto a la nueva pasarela.


Hace tres años, Ibrahim vivía en un piso en las Delicias y trabajaba de fontanero. Abduftuah era albañil y vivía en Huesca. Luego llegó la crisis, perdieron los empleos, se les acabaron los subsidios y se vieron en la calle. Los dos se han conocido y se han hecho amigos bajo el puente del Huerva, donde llevan más de un año viviendo.


«Nunca habíamos vivido en la calle, es la primera vez, siempre es duro. Pero no tenemos otro sitio donde ir. En el albergue solo podemos pasar seis noches. Y no tenemos dinero para ir a otro sitio», afirma Ibrahim, el más hablador. Los dos tienen papeles (la residencia permanente) y llevan más de una década viviendo en Aragón.


«Ahora muchos se han ido al campo a ver si encuentran trabajo. Nosotros fuimos unos días a la Almunia, pero no nos salía nada y volvimos. En invierno lo hemos pasado muy mal, hace mucho frío y humedad», cuenta Ibrahim. Sus compañeros de campamento son marroquíes, subsaharianos, españoles... «También había un grupo de rumanos pero se fueron. Por aquí ha pasado mucha gente. En invierno nos juntamos muchos más», señala.


El campamento no parece un sitio de paso. Hay quince colchones alineados, con las pertenencias de cada uno a los pies de la cama. Del techo cuelgan unas prendas de ropa y un carro con comida «para que no se la coman las ratas». A la orilla del río está la zona de comedor, con unas sillas, mesas y útiles de cocina. «No tenemos problemas entre nosotros, nos llevamos bien. Recogemos la basura y la tiramos a los contenedores de arriba. A las ratas ya nos hemos acostumbrado», apunta Ibrahim.


Los días son muy rutinarios: se levantan, recogen un poco, desayunan lo que pueden, van a comer al comedor de la puerta del Carmen, por la tarde pasean por el parque de la ribera, pescan en el Huerva (y se comen sus capturas) y por la noche cenan a la orilla del río. «A veces viene alguien y nos da comida o un poco de dinero. Y alguna noche pasa la Policía por aquí. Nos dicen que no podemos hacer fuego», cuentan.


Los dos están apuntados al INAEM y esperan -sin mucha esperanza- que salga algún trabajo o algún curso. «¿Volver a Marruecos? No nos lo planteamos. Allí también están mal. ¿Cómo vamos a volver a nuestro país sin nada, sin dinero, sin un negocio?», responden, y se van al comedor de la puerta del Carmen.