TRIBUNALES

El violador del tatuaje, condenado a 23 años de cárcel por agredir a 3 mujeres

Este violador reincidente, de 37 años de edad, suma una nueva condena a las 3 que ya tiene anteriormente por otras tantas agresiones sexuales cometidas todas ellas en la capital aragonesa durante el verano de 2009.

Cornel Danciu, conocido como el violador del tatuaje, ha sido condenado a 23 años de prisión por violar a 2 mujeres e intentarlo con una tercera, que logró huir antes de que consumara su agresión. Además, el tribunal le impone 26 años de alejamiento de las víctimas, además del pago de una indemnización a las jóvenes por las lesiones y secuelas que les causó.


De esta manera, este violador reincidente, de 37 años de edad, suma una nueva condena a las 3 que ya tiene anteriormente por otras tantas agresiones sexuales cometidas todas ellas en la capital aragonesa durante el verano de 2009.


El tribunal de la Sección Sexta de la Audiencia Provincial de Zaragoza ha dado total credibilidad al relato de las víctimas y al reconocimiento sin ningún género de dudas que hicieron del agresor, tanto de su rostro como de los tatuajes que lleva en el cuello, pruebas que fueron avaladas además por los resultados del ADN.


Durante la vista oral, que se celebró a puerta cerrada para preservar la intimidad e identidad de las víctimas, el acusado negó las acusaciones y, como ya ha declarado en otros juicios, dijo que no estaba en Zaragoza durante las fechas de las agresiones y que no sabía de lo que le estaban hablando. El hombre, muy violento y peligroso, se encuentra en la prisión de Zuera desde que fue detenido tras su última agresión, cometida el 12 de septiembre de 2009 en un portal del paseo de Cuéllar. Su víctima fue una joven de 18 años de edad que regresaba a casa de madrugada.


Este violador múltiple siempre actuaba de la misma manera. Todas las agresiones las cometía en torno a las 5 de la madrugada y elegía como víctimas a chicas que regresaban solas a sus domicilios, en calles poco transitadas. Después, las seguía hasta sus portales y aprovechaba el momento en que abrían la puerta para empujarlas con violencia y franquear la entrada. Luego, valiéndose de su corpulencia, las atacaba en el ascensor o las llevaba a un lugar apartado.