OBRAS DEL TRANVÍA

La pequeña puerta de la Gran Vía

La grúa se 'come' estos días buena parte de la acera de la Gran Vía
La pequeña puerta de la Gran Vía
JOSÉ MIGUEL MARCO

La calle que ha sido uno de los escaparates más privilegiados de la ciudad vive días extraños. La Gran Vía renuncia estas Navidades a su nombre, ya que las obras del tranvía obligan a que sea más estrecha que nunca. Los trabajos de sustitución de la cubierta del Huerva han hecho que las vallas queden, en el mejor de los casos, a poco más de dos metros de portales y comercios. En el sitio donde la gran grúa retira las vigas del cubrimiento, el espacio para pasar es de un metro escaso, lo que convierte el lugar en una pequeña puerta de entrada a la Gran Vía.

 

Allí, el día a día está condicionado por las obras, especialmente en el lado de los impares, el del sentido entrada a la ciudad. Los curiosos se acercan a las vallas para observar y fotografiar un Huerva desconocido, el que baja por un bulevar de la Gran Vía descubierto parcialmente junto a la plaza de Paraíso. Mientras, el ajetreo propio de las calles del centro en Navidad también aquí se nota aunque, dicen los comerciantes, en un volumen menor al que había antes de que llegaran las máquinas.

 

"La verdad es que no invita mucho a entrar, porque el paso es pequeño y no puedes cruzar a la otra acera. Eso sí, es curioso venir por ver cómo van las obras", comentaba ayer Silvia, vecina de Valdespartera, junto al cruce de Arzobispo Doménech. Esta vía, como la vecina calle Royo, es de un carril y ha quedado como fondo de saco, cerrada al llegar a la Gran Vía. Los coches que entran a buscar aparcamiento deben ingeniárselas para evitar a los que salen.

El debate de la calle

Sin embargo, la principal queja de los que viven o trabajan en la zona es la estrechez de la acera. Junto a la enorme grúa, el paso es mínimo. Cuando los peatones llevan paraguas, como ayer por la tarde, deben hacer encaje de bolillos para superarlo. En el resto de la calle el espacio se amplía, pero no lo suficiente para los comerciantes de la zona. "Esto es un claro desprecio hacia nosotros", señaló Rafael Albero, de Sombreros Albero, quien mantiene que la acera podría ampliarse.

 

Este empresario valenciano instaló su local en julio, poco antes del comienzo de las obras y, por la afluencia de gente, cualquiera diría que está siendo todo un éxito. Sin embargo, afirmó que en Valencia, con una climatología menos propicia para su producto, "se vende un 300% más".

 

Al contrario que él, Antonio Sabater, de la tienda de muebles Mobel, es todo un veterano de la Gran Vía. En sus 30 años en la zona afirma que "nunca" había vivido momentos tan duros. "Vendemos el 60% menos", explica. Los comerciantes, muchos de ellos reunidos en la asociación de afectados por las obras (Atranza) han creado una especie de camaradería en torno a lo que califican de "dramática situación".

 

Fuera, en la calle, la grúa sigue retirando vigas con una precisión milimétrica y ante la mirada de decenas de curiosos. El debate entre ellos es constante. "¿De verdad merece la pena todo esto para poner otra vez el tranvía?", se preguntaba ayer Joaquín Gracia, que pasaba por la zona. "Lo importante es saber cómo quedará, pero creo que será bueno para la ciudad", apuntaba María Gimeno, de compras navideñas por el centro.

 

El debate está en la calle en los meses más crudos de los trabajos. El único consuelo que queda a quienes sufren las obras en el día a día es que, a partir de ahora, previsiblemente, todo serán mejoras.