ZARAGOZA

El Ayuntamiento desentierra sus fantasmas

Cuando en 1999, Antonio González Triviño dejó la cosa pública, no podía imaginarse que en solo nueve años un nuevo alcalde socialista de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, trataría de rehabilitar su trayectoria. Atrás quedaba un estilo de hacer política, que encarnaban él y otros políticos aragoneses, y que abochornó a la ciudadanía. Fueron los tiempos de las adjudicaciones sospechosas, del estilo de vida suntuario, del populismo, del transfuguismo y del derroche. Pese a todo, el Ayuntamiento le concederá su Medalla de Oro, junto al resto de los alcaldes que tuvo Zaragoza desde 1979. Retornarán al salón de plenos viejos fantasmas que parecían olvidados.


El ascenso y caída de este controvertido regidor resume casi a la perfección el vértigo de la vida política de los ochenta y principios de los 90. Nacido en Tetuán en 1951, hijo de un funcionario del Protectorado español en Marruecos, llegó a Zaragoza siendo un adolescente, en 1966. Maestro industrial de profesión, entró en la vida política después de la muerte de Franco, en las filas de la extinta UCD, partido por el cual fue elegido concejal del Ayuntamiento de la capital tras las primeras elecciones democráticas de 1979.


Su carrera fue meteórica. Repescado para el PSOE por Ramón Sainz de Varanda en 1983, tras la muerte del primer alcalde democrático en 1986 y pese a la opinión del "aparato" socialista aragonés, que apostaba por Mariano Berges, fue designado primer edil.


Carismático y populista, se convirtió en una máquina de ganar elecciones. Así fue en 1987 y en 1991, después de haber entrado en una vorágine de inversiones en infraestructuras y equipamientos que le dieron suculentos réditos electorales. Acompañado por su mano derecha, Luis García-Nieto, teniente de alcalde de Urbanismo, abrió una época de grandes obras, como la reforma de la plaza del Pilar, la de la Seo, la construcción del Auditorio de Zaragoza o de la depuradora de la Cartuja, y de constantes controversias por sus planes de expansión por los acampos. Fueron proyectos multimillonarios, con elevados desfases económicos y procesos de contratación que despertaron encendidas polémicas. En algún caso, acabaron en los tribunales. Muchas de esas obras se han puesto durante años como ejemplos de mala gestión.


"Torero, torero"



Controversias aparte, en 1991 revalidó su éxito electoral. A su indiscutible tirón, se sumó su participación en la manifestación del 23 de abril de 1992 en favor de la autonomía plena, en contra de las directrices del PSOE. "Torero, torero, olé tus cojones", le gritaban los zaragozanos por la calle.


Pero el fragor de la "cultura del pelotazo" y la sucesión de casos de corrupción empezaron a pasar factura al PSOE a nivel nacional. En aquel contexto, el Ayuntamiento no fue ajeno a la ola de descrédito de la clase política. Con el PSOE zaragozano abierto en canal por sus permanentes guerras internas y gobernando sin rubor con el apoyo de un tránsfuga del PP, José Luis de Torres, Triviño inició una progresiva decadencia que culminó en 1995 con el prestigio del Consistorio por los suelos y con la peor crisis del socialismo aragonés en toda su historia. La ciudadanía, harta de los excesos de la era de Triviño, condenó a las catacumbas electorales al PSOE, que perdió nueve de sus 15 ediles en 1995.


Llegan los escándalos



En aquellos tiempos algunos políticos vivían a todo tren. Triviño no tenía reparo en lucir en su muñeca una selecta colección de relojes Patek Phillipe, Rolex y otras marcas de lujo. Además, el año 92 se abrió con el escándalo de las facturas en comidas, viajes y regalos. Eran la época en la que se descorchaban botellas de Vega Sicilia del 65 o se degustaban almejas de Carril. Los gastos de representación incluían hasta el tabaco que fumaban algunos concejales. El Ayuntamiento llegó a pagar 588.500 pesetas por un ágape del que nadie tuvo constancia. Todo a costa del sufrido contribuyente.


Conforme pasaban los meses, la situación empeoraba. A principios de 1993, el político que será galardonado por el Ayuntamiento no tuvo el menor escrúpulo en apoyarse en el tránsfuga del PP, José Luis de Torres, para gobernar. En poco tiempo, De Torres acabó siendo condenado por prevaricación por contratar una obra a un constructor amigo suyo. Pese a la grave situación política del Ayuntamiento, el PSOE aún quiso aprovechar el carisma de Triviño para las elecciones europeas de 1994. Consiguió el escaño.


A partir de ese momento, comenzó el principio del fin para Triviño y para una determinada forma de hacer política. Tras los comicios europeos, HERALDO desveló el súbito incremento patrimonial de una amiga del alcalde, Agustina Masero. En poco más de dos años acumuló un patrimonio que superaba los 200 millones de pesetas. Masero argumentó en su defensa que su riqueza procedía de un premio de la ONCE. Finalmente, fue condenada por delito fiscal, aunque nunca se pudo probar que su enriquecimiento estuviera directamente vinculado a su relación con el alcalde.


Después, se conocieron los desfases de las obras de la depuradora de la Cartuja, que costó la friolera de 22.600 millones de pesetas que aún está pagando el Ayuntamiento sin ninguna ayuda externa a diferencia de las de otras ciudades. A esto se sumó la investigación en los tribunales acerca del supuesto pago de facturas falsas por valor de 300 millones de pesetas por parte de la adjudicataria del complejo. En el caso, que se archivó en 2000 por prescripción del delito, se vio implicado un amigo de Triviño y ex alto cargo socialista, Didac Fábregas, cuya consultora estaba vinculada con el grupo francés Générale des Eaux, que se llevó la concesión de la planta. Empresas relacionadas con este holding también se hicieron con los contratos municipales de ocho párquines subterráneos y del mobiliario urbano.


El futuro Medalla de Oro de la ciudad se despidió dejando al Ayuntamiento con 114.000 millones de pesetas de deuda y con un grave descrédito. Ya como eurodiputado se negó a entregar al PSOE los fondos que recibía de la Eurocámara y contrató por su cuenta a un asesor de imagen. Fue expulsado del grupo socialista y se dio de baja del partido. Poco después se supo que había cambiado su residencia a Canarias para cobrar más dietas.


Finalizada su carrera política en 1999, poco se ha sabido de él. Se instaló en Barcelona y su última aparición pública se remonta a 2004, con la conmemoración del 25 aniversario de los ayuntamientos democráticos. Nunca fue procesado por un delito de corrupción. A eso se aferran los que defienden que le concedan el premio. Pero, con medalla o sin ella, la trayectoria de González Triviño ha quedado como un ejemplo de lo que no debe ser la política.