El chacachá del AVE

Qué maravilla es el AVE! Qué gozada para los zaragozanos poder plantarnos en hora y media en Madrid o Barcelona o cruzar la península y llegar a Málaga en cuatro horas. Nunca hemos tenido tan cerca los espetos de sardinas, esa maravilla gastronómica malagueña que ahora aspira a ser patrimonio inmaterial de la Humanidad, ni el Museo del Prado ni el Parque Güell ni los Reales Alcázares de Sevilla.

Diez años han pasado ya del primer AVE que unió Madrid y Barcelona. Un servicio rápido y eficaz del que han disfrutado en esta década más de 85 millones de viajeros.

Y por una mera cuestión geográfica, Zaragoza estuvo ahí desde el principio, aprovechando las ventajas de la alta velocidad.

Aunque esas ventajas cuestan lo suyo. Por muchas promociones a 25 euros que lance Renfe, pocas veces se libra uno de apoquinar los casi 90 euros ida y vuelta que cuesta el viaje a Madrid o Barcelona.

Y hay mucha gente que no puede permitirse pagar ese dinero. Esa es la primera barrera que ha impuesto este modernísimo medio de transporte: millones de españoles lo cogen cada año, pero otros muchos no pueden ni soñar con un viaje en los rápidos convoyes de alta velocidad.

Estos diez años han creado pasajeros de primera –los del AVE– y pasajeros de segunda, condenados a tirar de autobús o de esos trenes que paran en cada estación del camino y que hacen eternos viajes que antes podían hacerse en tiempos razonables.

Y eso, con suerte. Porque la llegada del AVE ha extinguido cientos de líneas férreas que tenían una importante función: vertebraban el territorio, permitían a las personas moverse de un lugar a otro con rutas frecuentes y cómodas y billetes de precio asequible.

Renfe tiene derecho a celebrar el éxito del AVE, pero también está bien recordar a las víctimas colaterales de ese flamante ferrocarril, aquellos que no solo no disfrutan de sus ventajas, sino que por su culpa se han quedado sin los viejos trenes que formaban parte de su vida y hacían más fácil su día a día.