Zaragoza, atascada

Tras su alcaldada, Santisteve ha sido acusado por la oposición de olvidarse de los comportamientos democráticos básicos. Una denuncia fruto de una indignación a la que se le dará cuerpo en forma de reprobación. Mientras, la ciudad sigue sin ritmo.

La indignación de los grupos municipales ante la alcaldada de Pedro Santisteve se está demostrando, por el momento, más táctica que efectiva. El cabreo por la expulsión de los partidos de las sociedades municipales, una decisión que choca con un histórico pacto de participación y representación, solo ha alcanzado hasta la fecha a la futura reprobación del alcalde. Los equilibrios, enmascarados en el siempre particular criterio de oportunidad, y las estrategias de partido han sido suficientes para que el riesgo del ‘gatopardismo’ se instale en el consistorio y la bofetada al alcalde, más que de nuestros munícipes, provenga hoy de los medios de comunicación.

Pese a la hipérbole de la oposición, no habrá moción de censura (nadie la contempla) y los presupuestos se aprobarán con los votos del PSOE y CHA. Lo primero se explica –así lo justifican ante los propios– porque a año y medio de las elecciones nadie desea sentarse en el sillón de la Alcaldía; a corto plazo ni a socialistas ni a populares les rinde y, desde luego, ninguna de las dos formaciones está dispuesta a darle el Ayuntamiento a su contrario. Continúa siendo preferible sostener el desgaste de Santisteve.

Las cuentas, por su parte, también saldrán adelante. Los grupos han sido incapaces de plantear un acuerdo que revise los grandes números y también son conscientes de que en el hipotético caso de que aprobasen unos presupuestos alternativos ZEC tampoco los ejecutaría.

El tablero político es mucho más grande que la plaza del Pilar y se extiende hasta el Pignatelli. La no aprobación de las cuentas pondría en riesgo los números de la DGA y Javier Lambán, que ha dejado claro que no quiere líos innecesarios ahora que cree haber centrado a Podemos, apuesta por evitar una reacción en cadena. Aunque ZEC y Podemos no son lo mismo, cuestión bien distinta es cómo los visualiza el común de los votantes, nadie desea agitar el avispero antes del 28 de febrero, fecha de la aprobación de los presupuestos autonómicos. A partir de ese día –sin ironía ni retranca– dicen (insisten) que nos espera un tiempo nuevo, casi liberador, en el que descubriremos a un Gobierno de Aragón más ajustado a su verdadera personalidad política. Veremos...

Sin moción de censura y con los presupuestos aprobados, Santisteve aguantará lo que le reste de mandato teniendo que soportar las medidas que aplicará la oposición y un clima político absolutamente deteriorado, algo a lo que, por otro lado, ya está acostumbrado. El alcalde sabe que los presupuestos del 18 serán los últimos que se aprueben, al igual que parece haber asumido que tras las elecciones, una vez logre repetir como cabeza de cartel, terminará sentado en la bancada de la oposición.

La incorporación de los grupos del Ayuntamiento a la clave electoral descubre la altura del debate municipal. Con la decisión de Santisteve todos han logrado arañar su momento de gloria y todos, sin excepción, han sabido rentabilizar el fracaso de ZEC. La formación, que llegó al Ayuntamiento bajo el marchamo del diálogo y la regeneración política, se ha descubierto como un grupo sin una mínima cintura para la negociación y el acuerdo. Apelar al bloqueo del resto de grupos, una evidencia con la que se debía contar, solo resume la amarga justificación de una impotencia propia.

Sacando a los grupos de las sociedades municipales, Santisteve reconoce explícitamente el fracaso de su filosofía política. El autodenominado ‘alcalde del cambio’, el de las políticas sociales, el mismo que se mostró al inicio de su mandato dispuesto a relegar los grandes proyectos en beneficio de la gestión, ha descubierto que necesitaba ofrecer algo tangible a los zaragozanos. La remodelación del cuartel de Pontoneros refleja esa necesidad, sentida en el seno de ZEC, y el agotamiento prematuro de un proyecto que solo satisface a los más ideologizados.

Mientras la política municipal se acomoda hipertensa en los pasillos del Consistorio, no estaría nada mal que alguien se preocupase por la ciudad de Zaragoza. Hasta la fecha, los rifirrafes nunca han contado con la capacidad suficiente como para desbloquear ningún proyecto y el alcalde, que no muestra remordimiento alguno por sus actuaciones, sabe que, con reprobación o sin ella, ya puede hacer en las sociedades públicas lo que le venga en gana. ¿Quiénes pierden si todo continúa atascado?

Santisteve, pese a sentirse amparado por la Ley de Capitalidad, ha roto con una buena parte de la tradición municipalista que ha conformado la naturaleza política del Ayuntamiento de Zaragoza. Su actuación adquiere una especial gravedad tanto por su condición excesiva y excluyente como por haber tirado por tierra el papel mediador que se le concede a todo alcalde en su investidura. Los puentes están definitivamente rotos y el modo con el que se ha conducido impide la reconciliación. Puede que la reprobación no sea el último nivel que alcancen los grupos (se valoran otro tipo de acciones legales tras conocerse que la medida podría arrastrar un fraude de ley), aunque convendría que tras denunciar lo ocurrido se explicase qué va a ocurrir en el Ayuntamiento hasta la celebración de las próximas elecciones.