Teruel

Mayores, el colectivo más castigado

Con ellos aprendimos, cuando el enemigo era aún un desconocido, que la covid mata sin piedad. Han dado una lección de serenidad y merecen más atención

Teruel
Miguela Torán y su hijo, Santiago Punter, pasean por los exteriores de la residencia Los Paules de Teruel.
Javier Escriche

La vida ha sido dura con ellos. Su niñez estuvo marcada por los bombardeos y el hambre. Trabajaron sin descanso para reconstruir un país asolado por la guerra y dieron todo lo que tenían y más por un futuro mejor para sus hijos. Ahora, en el último recodo del camino, la covid los elige como colectivo diana: enfermedad, estrictos aislamientos en sus residencias, privación de tratamientos intensivos cuando los recursos eran insuficientes, pérdida de compañeros de viaje... La geriatra del hospital San José de Teruel Merche Forcano propone detenernos un segundo y pensar cómo devolver a nuestros mayores, tras el sufrimiento vivenciado, una mínima parte de todo lo que nos regalaron.

Para Forcano, la pandemia ha puesto de manifiesto la urgencia de mejorar la coordinación entre el sistema público de salud y el mundo de las residencias de mayores, desbordadas por el embate de la covid. Esta interacción hace incomprensible que siga habiendo hospitales públicos en Aragón en los que no existe la figura del geriatra. Testigo directo de la angustia de los mayores, la doctora destaca la "fuerza, valores, serenidad, perspectiva ante la enfermedad, afrontamiento de las pérdidas, agradecimiento por los cuidados recibidos e historias vitales únicas e irrepetibles", que le han transmitido sus pacientes. Cuenta que algunos de ellos expresan ahora su temor "a ser una carga", pues, pese al dolor experimentado, en lugar de resolver sus necesidades dotándolos de medios para dejar de ser un lastre, "la sociedad solo les oferta el poder decidir irse a través de la eutanasia".

La geriatra defiende que el contacto con el anciano engrandece y capacita al ser humano en su viaje vital, mientras que el abandono de su cercanía conduce "a la ansiedad perpetua y ausente de verdadera sabiduría". Residencias más familiares, recursos para seguir en sus domicilios y más voz en la comunidad son algunos de los retos. "Para transformar esta sociedad tan herida y en crisis, dignifiquemos sus días; por ellos y por nosotros, que en el futuro estaremos en su lugar", subraya.

"Ella se lo merece todo; ha ayudado a mejorar este país"

Miguela Torán vivió con miedo y angustia la llegada de la pandemia y su largo aislamiento en la residencia en la que vive en Teruel, pero su hijo Santiago, siempre muy unido a ella, sufrió tanto o más esta situación. Hace unas semanas, redactó una carta en la que suplicaba a la consejera de Sanidad, Sira Repollés, que flexibilizara las restricciones para poder estar con su madre y que esta pudiera salir del geriátrico para dar un paseo, algo que sí podían hacer los mayores no institucionalizados. No llegó a enviarla porque la vacuna, el pasado mes de enero, alivió la dureza de las limitaciones a la movilidad, pero no tiene inconveniente en mostrar el escrito como testimonio de la tristeza que le invadió al no poder ver a su progenitora durante diez largos meses. "Por favor, permita a mi madre disfrutar de la vida, no le haga pasar otro duro episodio. Ella se merece lo mejor, pues ha contribuido como la que más a que tanto usted como yo disfrutemos de un país mejor", dijo en su misiva a Repollés.

Residencia Los Paules en Teruel, testimonios del covid/04-02-21/foto:Javier Escriche[[[FOTOGRAFOS]]][[[HA ARCHIVO]]]
Residencia Los Paules en Teruel, testimonios del covid/04-02-21/foto:Javier Escriche[[[FOTOGRAFOS]]][[[HA ARCHIVO]]]
Javier Escriche

Y eso que Miguela es una mujer de armas tomar y sabe solucionar sus problemas por sí sola. En lo peor de la pandemia, lejos de quedarse parada, limpiaba a diario con lejía las manillas de las puertas de su habitación, cosió mascarillas para todo el mundo y confió siempre en sus propias fuerzas y en las del personal del centro en el que reside para salir adelante. Cuenta que la vida le enseñó a superar dificultades sin previo aviso y sin más opción. "Cuando tenía solo 7 años, formé parte de los 12.000 turolenses evacuados a Valencia, a pie o en carros tirados por animales, durante la Batalla de Teruel", recuerda. Al regreso, se encontró con su casa destrozada, una imagen que la marcó de por vida. Conoció las cartillas de racionamiento y, ya de adulta, trabajó sin descanso para sacar adelante, junto a su marido, a sus tres hijos. "Me saqué el carné de conducir a los 45 años, en una época en la que no era del todo común entre las mujeres conducir coches", subraya como prueba de que nunca los obstáculos se le hicieron insalvables.

No se contagió de covid, pero le ha dolido en lo más hondo de su alma no haber podido despedirse de su hermano pequeño, que murió recientemente y al que llevaba sin ver todo un año debido al aislamiento por la pandemia. "Eso ha sido demasiado duro", dice con los ojos bañados en lágrimas. Hace unos días, Miguela volvió a llorar, pero esta vez de alegría, al saber que ya podía salir de la residencia para pasear tras haber sido inmunizada con la vacuna. "Teruel me pareció una ciudad preciosa, con sus árboles, sus pájaros, sus gentes y sus coches circulando. Me encontré con mi hermana. Nos volvimos locas de felicidad".

"Quiero volver a jugar al guiñote y pasear por teruel"

Lo primero que hizo Avelina Asensio el pasado 2 de febrero cuando supo que ya podía salir de la residencia tras haber completado su proceso de vacunación fue ir a una clínica y pedir cita para operarse de cataratas. "Quiero volver a jugar al guiñote con mis amigas; soy muy buena con las cartas", aclaró a los oftalmólogos. A sus 103 años –fue la aragonesa más longeva que superó la covid en la primera oleada–, no quiere que la pandemia o los problemas visuales le resten ni una pizca de ánimo. "¡Bastante he pasado ya!", exclama, mientras asiente la directora del geriátrico, Lucía Caballero, quien ha escuchado más de una vez los avatares de la larga vida de Avelina.

Residencia Los Paules en Teruel, testimonios del covid/04-02-21/foto:Javier Escriche[[[FOTOGRAFOS]]][[[HA ARCHIVO]]]
Avelina Asensio, junto a la directora de la residencia en la que vive, Lucía Caballero.
Javier Escriche

A la mente de esta mujer acude su infancia, en un barrio sin escuela entre Villel y Libros; la Guerra Civil, con la muerte de su primer marido cuando la hija de ambos, Rosalina –hoy de 84 años y también usuaria de una residencia–, daba sus primeros pasos; el asalto de su casa por guerrilleros maquis; la pérdida de dos de sus cuatro hijos y su viudedad, hace apenas cinco años, cuando su segundo esposo estaba próximo a ser centenario. Avelina suspira reconfortada por las caricias de Lucía en sus manos. "Y ahora el coronavirus y un encierro que se me ha hecho muy largo –continúa–; esto sí que no me lo imaginaba".

La enfermedad no le causó mayores problemas, pero no abrazar a sus nietos y bisnietos le ha dolido mucho. En su residencia Vitalia-Paúles de Teruel ha podido recibir visitas durante el confinamiento, pero siempre a través de un cristal. "No es lo mismo", asegura. Cuando recupere la vista, esta mujer de gran inteligencia y buena voluntad quiere también salir a pasear por Teruel, siempre acompañada, ante sus problemas de movilidad. "¡Cuánto trabajo damos los mayores!", subraya. Pero ahí está Lucía para poner las cosas en su sitio. "Nos lo habéis dado todo; ahora os toca recibir".

"Tengo mucha fe; pensé que lo que tuviera que ser, sería"

A sus 83 años, José Maícas no se ha librado de los golpes de la vida. Hace diez años perdió a su hija Raquel y hace tres a su mujer, Ascensión. Por eso, cuando en octubre de 2020 recibió la noticia de que había contraído la covid reaccionó "con bastante tranquilidad". "Tengo mucha fe; pensé que lo que tuviera que ser, sería", dice. La de José es una gran familia, compuesta, nada menos, por once hijos. Todos menos dos se contagiaron de covid. Primero fue Natalia –la más pequeña– y, tras la celebración del Pilar, cuando media familia se juntó para comer y la otra media lo hizo al día siguiente, aparecieron el resto de los casos. Se libró un hermano que no pudo estar y otro que solo se quitó la mascarilla para ingerir los bocados de comida. Tres nietos, cuatro yernos, una nuera y los padres de esta también se infectaron. José tuvo suerte, pues fue el que menos síntomas padeció, pero otros lo pasaron peor.

Familia Maicas afectados por el Covid /2021-02-05/ Foto: Jorge Escudero[[[FOTOGRAFOS]]][[[HA ARCHIVO]]]
José Maícas, en primer término, junto a parte de su numerosa familia.
Jorge Escudero

Fue una etapa "muy dura", recuerda. "Las reuniones familiares nos dan la vida y tuvimos que decir adiós a todo eso durante meses", explica. "No poder vernos nos mataba", subraya. Lo mismo piensa Natalia, quien confiesa que experimentó "un gran sentimiento de culpa", al presentir que ella lo había transmitido al resto. "Lloré sin parar, temiendo por mi padre y pensando que la había liado muy gorda", relata. "Él fue, precisamente, quien me calmó", añade. A este pesar se sumó la preocupación por el trabajo, pues tanto la autoescuela como la gestoría que regentan los Maícas en Teruel tuvieron que permanecer prácticamente cerradas durante días, con graves pérdidas económicas. Con la enfermedad superada por todos, la ilusión empieza a volver a esta familia, en la que sigue estando muy presente la tristemente desaparecida Raquel, ‘Kake’, fallecida a los 20 años de un cáncer. "Ella nos unió mucho y nos sigue manteniendo muy unidos; eso es lo que cuenta", dice José.

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