Leñadores turolenses en los bosques de secuoyas

La respuesta a una foto colgada en Facebook permite reconstruir la
peripecia de la emigración de principios del siglo XX a California para trabajar en las madereras.

Un aserradero de California. La plantilla de la Red River Lumber Company de California incluyó entre 1920 y 1923 a varios turolenses emigrados temporalmente. Ángel Marco ha reconstruido la trayectoria de uno de ellos, su abuelo Justo Barea –en la fotograf
Un aserradero de California. La plantilla de la Red River Lumber Company de California incluyó entre 1920 y 1923 a varios turolenses emigrados temporalmente. Ángel Marco ha reconstruido la trayectoria de uno de ellos, su abuelo Justo Barea –en la fotograf
Ángel marco

Cincuenta y siete hombres posan para una foto en una aserradero de California en septiembre de 1920. Entre ellos figuran media docena de turolenses que, huyendo de la miseria, habían partido 4 meses antes en un barco que zarpó desde Valencia. Forman parte de un fenómeno migratorio con origen en la provincia y destino en los Estados Unidos prácticamente desconocido. Uno de los trabajadores que aparecen en la instantánea es Justo Barea, que tenía 27 años y había nacido en la Baronía de Escriche, actualmente un despoblado de Corbalán.


Ángel Marco Barea, nieto de Justo, colgó hace dos años la foto en su perfil de Facebook "como quien lanza un mensaje en una botella". Buscaba información que le ayudara a comprender y contextualizar la imagen. Inesperadamente, unas semanas después le llegaba una respuesta a través del correo electrónico. La secretaria de la Forest History Society (Sociedad de Historia Forestal), Cheryl Oakes, le ayudó a reconstruir la peripecia del abuelo y de decenas de turolenses que, a principios del siglo XX, cruzaron el Atlántico.


Oakes le remitió un libro sobre la historia de la compañía en la que trabajaron los obreros inmortalizados en la foto, la Red River Lumber Company, y le orientó para bucear en el archivo de la isla de Ellis –donde se levanta la estatua de la Libertad–, con información sobre millones de emigrantes llegados de todo el mundo en busca del sueño americano.


Con estos mimbres, Ángel Marco tejió la historia de los turolenses que emigraron para enrolarse por tres años en una maderera que taló las gigantescas secuoyas californianas para fabricar tablas y tablones. Entre sus compañeros de viaje había numerosos viticultores de la comarca de la Marina (Valencia) que perdieron sus plantaciones con la filoxera. La I Guerra Mundial estaba muy reciente y los Estados Unidos necesitaban brazos para mantener su pujante economía a pleno rendimiento.


Veinte turolenses hicieron el viaje desde Valencia a Nueva York, que duró un mes, con un pasaje de tercera a bordo del ‘P. de Satrustegui’, "un viejo vapor construido en Glasgow", según cuenta Marco. Justo Barea y un puñado de sus paisanos se subieron, a continuación, a un tren que cruzó los Estados Unidos de este a oeste. En San Francisco, fueron recibidos por paisanos que ya trabajaban en la serrería donde permanecieron hasta 1923.


Los trabajadores de la Red River se asentaron en Westwood, un pueblo de 10.000 habitantes de nueva planta que, en los años cincuenta, una vez expoliada la riqueza maderera del entorno, quedó arruinado. En la empresa abundaban los hispanos. Con Justo, habían llegado otros inmigrantes de La Puebla de Valverde y Mora de Rubielos. Predominaban, no obstante, los hispanohablantes de origen mexicano. Los turolenses recelaban de ellos porque "sacaban fácilmente la navaja en cualquier disputa", según recuerda Ángel que le contaba su abuelo.


Los aragoneses compartían cabaña y se organizaban para que, cada día uno de ellos, se encargara de arreglar a casa y preparar la comida. Entre las pocas posesiones personales de su tierra natal que Justo Barea conservó durante toda su estancia estadounidense, destaca una manta de Nogueruelas. La barrera idiomática dificultó su integración en la sociedad norteamericana. Además, su objetivo era hacer dinero y regresar a sus hogares. Así, tres años después de haber sido contratados, la expedición turolense hizo el camino de vuelta y Justo volvió "a la aldea más pequeña y humilde del país más pobre de Europa".

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