La Cerrada, del bullicio al vacío en un siglo

La masía de San Agustín tenía 30 vecinos pero solo quedan 2. Un libro sobre la despoblación rural lo pone como ejemplo del abandono del hábitat disperso en España.

Luis del Romero pasea por una calla vacía de La Cerrada.
Luis del Romero pasea por una calla vacía de La Cerrada.
Jorge Escudero

La Cerrada, uno de los núcleos de Los Mases, a su vez una pedanía de San Agustín, tenía a principios del siglo XX 30 vecinos repartidos en las 8 viviendas que forman el poblado. Actualmente, solo quedan habitadas dos casas, cada una de ellas por una persona. El dramático desplome demográfico de La Cerrada, que en un siglo ha perdido el 94% de sus vecinos y va camino de convertirse en una aldea fantasma, sirve como ejemplo de la despoblación de las masías en el libro de Luis del Romero ‘Despoblación y abandono de la España rural. El imposible vencido’, recién publicado.

Del Romero, un geógrafo interesado por la despoblación en general y por la de Gúdar-Javalambre en particular, explica que eligió La Cerrada como ejemplo de la desertización del hábitat disperso por haber sufrido este proceso de forma drástica y porque en este lugar «las casas se han hundido con todos los muebles, enseres y documentos personales dentro». Cuenta sorprendido como al recorrer este núcleo se pueden encontrar, todavía hoy, papeles íntimos de las familias que lo habitaron «debajo de los cascotes de los derrumbamientos». Achaca este fenómeno a que, quizá, los propietarios se marcharon con la esperanza de volver algún día, pero ese día se retrasó o nunca llegó y mientras las casas se derrumbaron por puro abandono.

Luis Del Romero, que analiza en su libro las distintas causas de la despoblación de la España rural, cuenta que el proceso fue particularmente «desastroso» para el hábitat disperso. Los masoveros fueron los primeros en marcharse porque sus condiciones de vida eran peores que en los pueblos y, en muchos casos, ni siquiera eran propietarios de la tierra que trabajaban.

La Cerrada le sirve de ejemplo para mostrar como una finca propiedad de una familia relativamente adinerada a finales del siglo XIX ve deteriorar sus condiciones de vida al empezar el siglo XX hasta quedarse prácticamente vacía con el desarrollismo de los años sesenta y setenta. En este caso, al igual que ocurrió en buena parte del valle del Mijares entre Teruel y Castellón, la masía unifamiliar original se amplió con los años hasta convertirse en una pequeña aldea que incorporó algunos servicios comunes, como un molino, un horno o un aljibe. Este proceso, muy propio de la zona, contribuyó a empobrecer a la población, que creció por encima de las posibilidades de manutención del territorio disponible.

‘Despoblación y abandono de la España rural’ repasa la trayectoria descendente de La Cerrada. En 1807, la familia propietaria se permitió un «generoso donativo» a un convento de Manzanera. En 1850, paga a la Iglesia en concepto de censo 50 reales, una cifra «nada despreciable para la época», según Del Romero. Un año antes, en 1849, fallece la dueña de la finca y su esposo encarga cien misas por la salvación de su alma en la iglesia parroquial de San Agustín, un «lujo que no se podía permitir un jornalero», dice el geógrafo.

El siglo XIX es un periodo boyante para la masía hasta que, en sus postrimerías, empieza el declive, una decadencia que no se detendrá hasta el presente. Al acabar el periodo decimonónico, la expansión del sistema capitalista y de libre mercado se ceba con los masoveros, que basan su economía en el autoconsumo y el trueque. Los impuestos y reglas del mercado aceleran el empobrecimiento de la aldea superpoblada.

La primera señal inequívoca de declive es la emigración de una hija de los masoveros a Barcelona para trabajar en el servicio doméstico. Los propietarios acomodados pasan a ser asalariados. En sus cartas, la chica les cuenta a sus padres que recibe un trato abusivo de los amos, pero, con todo, en el siguiente medio siglo, siguen sus pasos el resto de los habitantes de La Cerrada en edad de trabajar. Un duro golpe a su forma de vida lo dieron la Guerra Civil y el maquis, con la orden gubernamental de desalojo de 1947 para evitar los puntos de apoyo a la guerrilla.

Además de la antigua masía turolense, ‘Despoblación y abandono de la España rural’ toma como ejemplos de procesos de desertización a otros núcleos aragoneses, como los oscenses Escartín y Jánovas o el Mas Blanco, un despoblado de San Agustín que en los últimos años ha recuperado algunos de sus edificios dentro de un proyecto de conservación patrimonial que le inyecta vida, aunque solo a temporadas.

Lo peor para La Cerrada llegaría en los años sesenta del siglo XX. Agustín Bertolín, descendiente de masoveros, recuerda que a finales de los años cincuenta visitaba el lugar, que «estaba vivo y que era precioso». Al atardecer, los chicos y chicas de la aldea y de otras cercanas bajaban al río a abrevar los animales de tiro y a llenar los cántaros para agua de boca. «Había alegría y vida. Ahora –se lamenta– es un pueblo muerto». Bertolín critica a los propietarios que, aún sin vivir en La Cerrada, permiten que sus casas «terminen por el suelo». La penosa impresión que le produce el montón de ruinas en que se ha convertido el caserío hace que ni siquiera lo visite cuando acude a la casa que conserva cerca de allí.

La fenómeno de La Cerrada se generalizó en todo el municipio de San Agustín, que paso de contar a principios del siglo XX con 500 vecinos repartidos por masías y aldeas a los 17 actuales –el pueblo cuenta ahora con 131 residentes–. Los cientos de casas dispersas habitadas se han quedado en media docena. El alcalde, José Robles, opina que la única oportunidad para que las numerosas masías del término municipal sigan en pie es su reutilización como segundas residencias. A su juicio, es imposible asentar población. «¿De qué va a vivir?», se pregunta.

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