¿Quién fue Jaime I?

JAIME I de Aragón, el Conquistador, ha tenido mala prensa en la opinión aragonesa y en algunos de sus ambientes académicos e historiográficos. Seguramente porque se le han reprochado hechos (uso la traducción del término catalán fets de su propia crónica, Llibre dels fets, redactada en primera persona) imprevistos, como su nacimiento fuera de Aragón (en Montpellier, la noche del 1 al 2 de febrero de 1208), o previstos, como el incumplimiento de su compromiso de hacer del nuevo reino valenciano una continuidad del señorío nobiliario aragonés.


Sin embargo, en su tiempo se asentaron los fundamentos de los tres pilares constitucionales del reino: las Cortes, como institución representativa y participativa; el Justicia Mayor, como defensor de la ley y de los aragoneses ante la administración; y la foralidad territorial, como marco de la dispersa foralidad local originaria.


Por si fuera poco, en este reinado también se articuló la «municipalidad» y, si las Cortes surgieron en una sociedad feudal, rompiendo la jerarquización vertical del poder en aras de una concepción estamental (la de los tres "brazos", que serían cuatro en Aragón), la preocupación por el tercer estado favoreció la emergencia de la sociedad civil, que se vio identificada con los concejos municipales a través de las primeras ordenanzas, las cuales fueron devolviéndoles su capacidad de gobernarse a sí mismos.


En las monografías, incluso en las recientes por los ocho siglos de su nacimiento, se han destacado, sobre todo, sus matrimonios y veleidades amorosas, sus conquistas de Mallorca y Valencia, su contribución a la de Murcia -por su yerno Alfonso X el Sabio de Castilla y León, y también, como dice su crónica, por interés de España, afirmación que se disimula por parte de algunos autores- o sus varios testamentos, en los que fue cambiando el criterio de distribución de sus dominios entre sus herederos.


Aprecio por Aragón



Pero, no obstante, desde la visión aragonesa, que no aragonesista, se pueden destacar aspectos que muestran cómo Jaime I de Aragón supo de la importancia que tenía el reino cabeza de su corona -no conocemos que el monarca renunciara a ello ni denostara de los aragoneses, como lo haría un siglo después Pedro IV- a pesar de que la nobleza territorial le produjo abundantes quebraderos de cabeza desde el comienzo de su mandato tras la mayoría de edad; lo que también ha contribuido a esa mala prensa arrastrada desde el pasado.


Así, por ejemplo, (y al margen de sus matrimonios con Leonor de Castilla, Violante de Hungría o Teresa Gil de Vidaurre) de su relación extramatrimonial con Blanca de Antillón nacería Fernán Sánchez de Castro; y de Berenguela Fernández, Pedro Fernández de Híjar, a quien concedió el señorío del título de Híjar, que se iría ampliando a otras localidades del Bajo Martín y sería, ya con Fernando II el Católico, uno de los principales ducados aragoneses -junto al de Villahermosa- y segundo en el orden de los que hoy tiene la Duquesa de Alba. Pero lo importante es que, pese a su ilegítimo nacimiento, el rey siempre presentaba como su hijo a don Pedro Fernández, al que envió a Tierra Santa en su nombre, en un intento de cruzada en el que el rey se vio forzado a quedarse en tierra.


Don Jaime cuidó de que con la corte, itinerante y casi siempre reducida, fueran «legistas, decretalistas y foristas», pues conocía la importancia de la foralidad aragonesa -a la que en tantas ocasiones apeló o por la que le reclamaron- en los litigios, que requerían actuar de diferente forma según se aplicasen unas normas u otras.


Fue memorable su encargo al obispo de Huesca, Vidal de Canellas, de origen catalán y formado en Bolonia, de componer un código que supliera la dispersa foralidad territorial aragonesa, que se perdía en localismos y particularismos, en perjuicio del interés común.


Don Jaime dio importancia a la colaboración de los ricoshombres aragoneses de su corte y consejo, como Blasco de Alagón, en las empresas mallorquina y valenciana. Sobre todo en la preparación de la segunda, contó con ellos en las maniobras de aproximación a la capital del Turia desde Teruel, Morella o El Puig.


Una monarquía común



Por cierto que, si alguna característica propia de la Corona del Rey de Aragón (o Corona de Aragón) hay que destacar desde Jaime I, es la de una monarquía común para diversos reinos, condados y señoríos; un panteón común en Poblet (salvo excepciones); un senyal real común, el de la familia Aragón, y un archivo conjunto, el de la Corona de Aragón, con precedente en el depósito documental de Sijena, del que, ya en 1260 y desde Teruel, el soberano reclamaba que se le entregase «copia de los documentos referentes a Castilla» que allí había.


El cronista Bernat Desclot da sus rasgos estereotipados: hermoso, alto, de miembros perfectos; valeroso, generoso, misericordioso. Sus enlaces, divorcios y relaciones mundanas influyeron en el porvenir de sus estados. De Violante de Hungría tuvo cuatro varones y cinco hembras (entre ellos Pedro, futuro rey; Jaime, que reinó como feudatario en Mallorca; Fernando, muerto prematuramente; y Sancho, arzobispo de Toledo) y sus cambios testamentarios trataron de contentar a su descendencia sin conseguirlo del todo. Dejó impronta en la política peninsular y en la internacional; así, por el tratado de Corbeil de 1258 con Luis IX de Francia, que permite aún algunas interrogantes, renunciaron recíprocamente a sus derechos heredados: sobre el Midi, el aragonés; sobre Cataluña, el francés, desde Carlomagno.


La nobleza del reino se dividió entre partidarios y contrarios a su causa en varios momentos de su largo reinado. Y los sucesivos repartos territoriales dieron como resultado la fijación de nuevas fronteras para Cataluña, que se amplió hasta el Cinca en perjuicio de Aragón.