Las manos que hilvanan la indumentaria tradicional en San Lorenzo

Detrás de la autenticidad y la belleza de los trajes lucidos en la procesión y la ofrenda están mujeres como Regina Trigo, Chon Alfaro y Mariángel Buesa.   

Los talleres de Regina Trillo, Chon Alfaro y Mariángel Buesa.
Regina Trigo en su taller de Huesca.
Verónica Lacasa

La indumentaria tradicional la hilvanan manos de mujer. La procesión de San Lorenzo o la ofrenda del 15 de agosto se convierten en un escaparate en recuerdo de las prendas que hace un siglo se vestían en la fiesta mayor, en las ceremonias religiosas o a diario. Por la Correría, el Coso o la plaza de la Catedral desfilarán las oscenses (hay mayoría de mujeres) con enaguas y refajos bajo la falda, delantales o jubones cubiertos con mantones de manila o adamascados. Y pasearán la amplia variedad de trajes del Alto Aragón: de los valles de Ansó, Hecho o Jasa, de la Ribagorza o de Fraga.

Detrás de su confección están madres y abuelas, que con sus conocimientos de costura son capaces de confeccionar un traje, pero sobre todo hay muchas horas de trabajo y la maestría de modistas profesionales especializadas en indumentaria tradicional. Regina Trigo, Chon Alfaro o Mariángel Buesa, las expertas manos que cortan los patrones, hilvanan los bajos de las faldas o ribetean las mangas son tres ejemplos. Ellas están al frente de tres de las tiendas que nutren de ropa la ofrenda y la procesión, que han hecho posible dejar atrás el traje de baturro de los tiempos de la dictadura franquista para volver a la esencia, rebuscar en los arcones y sacar a la luz las auténticas prendas que vestían nuestros antepasados.

Regina Trigo, de la tienda La Cardelina, antes de coser, cantó. Lleva muchos años ligada al folclore. Primero en la escuela de jota y luego en la Agrupación Santa Cecilia. Era inevitable su interés por la indumentaria tradicional. "Cayó en mis manos un libro de Fernando Maneros y a partir de ahí empecé a indagar y leer mucho", cuenta. Esto se fundió con su afición por la costura. Estudió patronaje y empezó a investigar sobre prendas antiguas. En sus visitas a Ansó aprendió mucho de las mujeres del ropero.

"No tenemos grandes certezas, hay que rebuscar en los arcones y tomar como referencia prendas testigos, que no siempre son representativas de cómo vestían antes, porque lo que ha llegado es lo que se guardaba como oro en paño y lo que se llevaba a diario se usaba, se remendaba una y otra vez, hasta que ya no servía, y se desechaba", explica Regina Trigo, que sobre todo se documenta en libros a la hora de confeccionar un traje.

Afortunadamente en Aragón hay buenos investigadores, afirma, que se han nutrido de testimonios orales de los más mayores, pero también de la pintura o de las fotografías antiguas, aunque fueran en blanco y negro y no se puedan apreciar los colores. Sorolla se enamoró del traje ansotano y lo plasmó en sus cuadros, y Ricardo del Arco o Ricardo Compairé reflejaron hace un siglo los detalles de las prendas con sus primitivas cámaras.

"Hay muchas personas que al entrar en la tienda me traen trajes de hace años y me dicen: ‘Es que ahora ha cambiado la moda’. Y tienen un poco de razón, porque hemos cambiado la tendencia, es una vuelta atrás, a lo que realmente las personas de la época a diario o en sus días de fiesta", reflexiona Regina Trigo.

Adiós a las lentejuelas. Adiós a los trajes de baturra y a los modelos de fantasía, enriquecidos con puntillas, lentejuelas, abalorios, terciopelos, que eran un artículo de lujo, precisa esta modista. "Se intentaba enriquecer ese traje, adornarlo, se convirtió en algo ostentoso que no se correspondía con la vestimenta de la gente más modesta". En su opinión, ha costado alejarse de todo eso, y siguen en el empeño.

"Cuando se habla de indumentaria tradicional estamos pensando en la que se vestía desde finales del XVIII a principios del XX. Es algo que no ha evolucionado y que tenemos que dejar ahí. No existen modas, siempre trabajas con lo mismo, puedes variar en textura, colores..., pero siempre basándote en fotografías antiguas y libros. No somos quienes para actualizarlo", declara Mariángel Buesa, de la tienda A Faldriquera, donde las ruinas del teatro romano de Huesca sirven de decorado a los maniquís. Se ha puesto en valor, porque representa, según ella, "una forma de vida, una economía de subsistencia, la diferencia de estatus, la religiosidad, las supersticiones, la diferencia entre una casa de una clase social y otra, que podía venir por el número de mudas que tenían o por la cantidad de joyas".

De marzo a octubre

La temporada de encargos empieza en marzo, porque en primavera ya hay fiestas en algunos pueblos, y se prolonga hasta El Pilar. En realidad pocas personas mandan hacer trajes completos. "La mayoría, o quieren cambiar de falda o se compran un mantón", comenta Regina Trigo, que ha trabajado en verano contra reloj, aunque intenta tener todo entregado a finales de julio, "para no ir con nervios".

La clientela se divide entre quienes forman parte del mundo del folclore y los que se visten una o dos veces al año. Estos, en general quieren ir de bonito, vestir de ricos y llevar una falda de seda brocada, con un mantón, un jubón de seda, zapatos…, indica la dueña de La Cardelina. Los primeros también buscan estar guapos, porque irán a certámenes o concursos, pero con faldas ligeras y sin pesados brocados. Y, ¿qué hay de los hombres? Pues van entrando en la rueda, por acompañar a su pareja o por sacar a los niños en la ofrenda.

Sobre el coste, las modistas coinciden en el amplio abanico de precios. La tela de una camisa blanca varía de 10 a 45 euros el metro, pero lo que más cuesta son las horas de confección, dependiendo de si lleva jaretas, entredoses… "Una de las dificultades de mi trabajo es calcular las horas de confección para dar un presupuesto aproximado. Hay prendas que hasta que te metes no sabes lo que te van a llevar", asegura Trigo. Un traje completo sin joyas pueden ir de 800 a 1.000 euros y con el mantón, si es una antigüedad, la cifra se multiplica.

Este año hay mucho movimiento en el taller de A Faldriquera. Muchos encargos, como siempre, son de trajes de los valles pirenaicos. "Algunas parten de cero, no tienen nada y quieren enaguas, falda, jubón... además de los complementos. También las hay que partiendo de una falda van añadiendo ajuar". En su taller se llegan a confeccionar más de 400 prendas a medida al año.

De la ofrenda, dice Buesa, le sorprenden muchas cosas, la mayoría "para bien", por las prendas y la forma de llevarlas. "No solo es cuestión de la ropa sino de cómo esa persona la interpreta, lo que quiere transmitir, busca una coherencia".

Chon Alfaro, propietaria de la tienda Ascelis, lleva 37 años en el oficio. Empezó haciéndole un traje a su sobrino y ya no paró. "Sí que cosía y enseñaba pero no hacía este tipo de ropa". Ella, además, alquila trajes. "Hay gente que solo quiere hacerse la foto y le vale con esto", dice, gastando entre 25 y 60 euros, mientras que el de confección va del más básico de unos 200 euros, "a lo que uno se quiera gastar".

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión