Entre Godojos y Boltaña

El historiador y escritor Pedro Ciria es un gran enamorado de las tierras aragonesas. Dos pueblos forman parte de sus entrañables recuerdos.

Godojos, el paraíso de la infancia, visto desde las eras.
Godojos, el paraíso de la infancia, visto desde las eras.
Pedro Ciria

En Godojos muere la carretera. Todos los coches que llegan hasta allí tienen como destino esa pequeña población, no hay gente de paso. Vive arrullado por la protectora sombra de la espectacular torre señorial, aunque ninguno de los 49 godojeños censados aceptará un calificativo menor a castillo. En agosto, cuando los habitantes se multiplican por 10, el tórrido calor del mediodía da paso a las noches con manta fina; solo está 33 metros por debajo de la altitud de Jaca.

En la infancia, durante aquellos lejanos y largos días de verano, con desayuno, calle, siesta, merienda, tormentas, ratos muertos en el bar aprendiendo a jugar el guiñote y largas noches a la fresca, Godojos estaba a rebosar. En el único bar, el tío Melitón no daba abasto con cafés, carajillos, polos y helados de corte. Entre la niebla de los celtas cortos, de inconfundible y áspero aroma, siempre asomaba un "¡las cuarenta!", "Arrastra, hombre. ¡Es que no sabes ni tenerlas!". No hay piscina, pero sí una pesquera, lavadero para los advenedizos, donde los menos escrupulosos se bañan entre avispas y renacuajos para combatir las altas temperaturas. Con la caída de la tarde, un paseo con meriendilla hasta la ermita de San Jorge. Viento fresco, torrezno y la espectacular silueta del castillo recortada entre los montes, hacen más llevadero el pedregoso camino.

Es casi medianoche, pero las calles están llenas de vida. Las abuelas han preparado a sus nietos fritada y tortilla de patata. Ellos se lo han comido a toda velocidad y vuelven a jugar con sus amigos estivales. La libertad de la calle ya no existe en la capital, solo en aquel oasis donde muere la carretera.

En el verano de 1990 los muchachos que cortamos la cinta de inauguración del primer Campus de Fútbol mirábamos a Señor con mezcla de admiración y respeto. A Juan, como le llamaban lo que querían aparentar familiaridad con la leyenda del Real Zaragoza, le habían detectado problemas cardiacos y su retirada del fútbol parecía muy cercana.

Nos llevó una semana a Boltaña para jugar a nuestro deporte favorito y convivir. Fue maravilloso. Cuando el penúltimo día vinieron los padres en la jornada de puertas abiertas, todos presumíamos de ser amigos del mito que le marcó el gol a Malta. Comimos en un restaurante y visitamos el pueblo. Estuvieron también mis abuelos. Nunca lo olvidaré. 24 años más tarde celebré allí la navidad con las personas más queridas. A la mañana siguiente, el 26 de diciembre de 2014, el alcalde nos casó a Beatriz y a mí en el Monasterio de Boltaña. En verano el Real Zaragoza había hecho allí la pretemporada, ese invierno celebramos la navidad más especial de nuestras vidas.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión