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Anabel Berdún, panadera: de la facultad de Derecho al obrador

La jornada laboral de esta mujer de Alcubierre empieza a las 3 y supera las 12 horas. Por la tarde, sigue trabajando en casa.

"¡Mamá, saca bola!". Desde muy pequeños, Daniel, que ya tiene 17 años, y Antonio, de 13, han admirado la fuerza de su madre, Anabel Berdún. También su determinación y su capacidad de trabajo. Para ambos, "es una 'superwoman'", dice el pequeño de los dos hermanos, amarrado al cuello de su progenitora. "Siempre me retan a echar un pulso, ¿verdad?", dice ella, mirando a su hijo, sin desvelar quién de los dos suele ganar.

A tan solo unos metros de su casa, Anabel Berdún se ejercita a diario, sin necesidad de acudir al gimnasio. Para ella, el despertador suena un poco antes de las 3.00. Y en tan solo unos minutos está en su puesto de trabajo. "Me sobra tiempo. Solo tengo que asearme y colocarme el uniforme", señala. El obrador de la panadería familiar está justo al lado de su vivienda. La puerta de entrada se ve desde su jardín. A esa hora, la práctica totalidad de sus vecinos duermen. No son muchos. La despoblación también se ha cebado con esta localidad oscense, Alcubierre, que basa su economía en la agricultura y la ganadería y que suma unos 400 habitantes. Se asienta en el corazón de Los Monegros y es conocida por ser la cuna del célebre bandido Cucaracha. Al igual que muchos jóvenes, Anabel Berdún también hizo la maleta un día y se fue a Logroño, donde comenzó a estudiar la carrera de Derecho, pero "aquello no era para mí", dice. Así que regresó al calor del hogar y optó por unirse al negocio familiar, Pastelería Berdún, un establecimiento con 97 años de historia.

La jornada arranca. No hay tiempo para estiramientos ni bostezos. Se toma un café y se ajusta el gorro, en el que esconde su pelo rizado, "herencia de mi padre", dice. Y al nombrarlo rezuma orgullo. Antonio Berdún elevó el oficio a la categoría de arte, con la elaboración de postres y platos únicos, como sus populares trufados, que aprendió a elaborar en Casa Lac, a caballo entre la pastelería y el restaurante que aquella familia de origen francés abrió en el tubo de Zaragoza. De allí, se llevó muchos secretos, que transmitió a sus cuatro hijos, de los que tres continúan en el negocio familiar: Antonio, Manuela y la propia Anabel.

Los hornos del obrador funcionan a pleno rendimiento. Hay que cocer unas 1.700 barras y más de 120 panes. Las furgonetas de reparto llegarán en unas horas y los cestos deben estar preparados. En esta sección del obrador, ella lleva la voz cantante, marcando un ritmo difícil de seguir. Del conjunto de empleados, Bea Mateo, de Frula, es su mano derecha. "Otra 'superwoman'", señala. Y no le falta razón. La joven también tiene dos hijos y, al igual que su jefa, completa una agotadora jornada laboral. "A veces es un trabajo muy mecánico, pero agotador, física y mentalmente", señalan. Son mujeres fuertes, difíciles de amedrentar, que manejan con destreza la masa, los carros y las palas. Se entienden con una sola mirada y además, ambas coinciden en su pasión por este oficio. "Es duro y sacrificado, pero muy satisfactorio; es un orgullo ver cómo los demás disfrutan de algo que has creado con tus propias manos", indica Anabel.

A las tres horas, todo el pan está fuera, listo para llegar a las tiendas y despachos con las que cuentan en diferentes puntos de las provincias de Huesca y Zaragoza. Ahora, toca preparar las masadas de la siguiente jornada. Antes de alcanzar las 8.00, su marido, Sergio Gil, asoma por el obrador. Se lleva una barra de pan, con la que preparar su almuerzo y el de su hijo menor. Al igual que cada día, se acerca a su mujer y le planta un beso de buenos días. "Es mi otra mitad", señala ella. "Por las noches, mis hijos nunca se han despertado y gritado mamá; siempre han llamando a su padre, que ha estado allí para atenderlos y cuidarlos", explica. "Ambos compartimos todas las tareas del hogar", añade.

Al poco rato, toca almorzar. A la mesa, se sientan algunos de los trabajadores, que rondan la docena, y por supuesto, el mayor de sus hermanos, Antonio Berdún, otra pieza clave del negocio. "De él, he aprendido todo lo que sé; es el que se preocupa de acudir a los cursos de formación y mejorar día a día", explica.

Ninguno de sus sobrinos parece que continuará en el negocio familiar. Sus hijos son los más pequeños y todavía no han definido su futuro laboral. "Aunque la cabeza me dice otra cosa, el corazón me puede y me gustaría que alguno de ellos siguiera con nosotros", indica. Al pequeño, le encanta cocinar y además, lleva el nombre de esta saga de artesanos del dulce.

La jornada continua, con la elaboración de repostería y pasteles, cada rincón del obrador es un deleite para los sentidos. Se hacen dobladillos, planchas de manzana, tortas,... A las 14.00, Anabel cuelga el delantal, aunque por poco tiempo, lo justo para tomarse un respiro en la terraza del restaurante, que, junto a la tienda, atienden su hermana, Manuela, y su cuñada, Elena. "Aquí todo se queda en casa", señala. Aunque existen algunos roces, han conseguido crear un grupo de trabajo unido, en el que prima la cooperación y el cariño. "Somos hermanos", zanja. En la conversación, surge el recuerdo de su madre, Rosita Latorre, a la que perdieron hace unos meses. "Aquello sí que era trabajar, de sol a sol, sin ningún descanso, en el negocio familiar y en el cuidado de todos: hijos, padres, abuelos...", señala Anabel, que tiene claros sus referentes: "mi madre y mi suegra".

A las 15.00, doce horas después de haberse levantado, todavía destila vitalidad. Hoy come con su hijo menor, Antonio, que acude al instituto de Grañén. El mayor estudia en Huesca y vuelve los fines de semana. Anabel Berdún no cambia el medio rural por la ciudad. "Me gusta vivir en el pueblo, dentro de un entorno tranquilo y familiar, donde mis hijos disfrutan de una gran libertad", indica. "Aquí entran y salen sin problemas; mi hijo pequeño es muy activo y se ahogaría en la ciudad", añade.

Después de comer, tocar descansar, aunque solo sea un par de horas en el sofá, que, según confiesa, "es mi segunda cama". Al lado, hay una estantería con varios libros. "Mi marido es un gran lector. A mí, también me gusta, pero caigo dormida antes de completar la primera página", explica. También es una amante del cine y de los largos paseos. Cae la noche y le queda el tiempo justo para ayudar a su hijo con los deberes, hacer la colada y preparar la cena. Suele ser la primera en dormirse. "Ahora, perdería el pulso", le dice a su hijo. Antes de irse a la cama, será ella quien se acerque a su marido y le dé un beso de buenas noches.

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