El glaciar de la Maladeta también ganó centímetros el invierno pasado pero retrocede 21 metros en 30 años

La Confederación Hidrográfica del Ebro lleva desde 1991 controlando su evolución gracias a la instalación de una red de balizas

Mediciones en el glaciar de la Maladeta
Mediciones en el glaciar de la Maladeta
Confederación Hidrográfica del Ebro

El glaciar de la Maladeta, lo mismo que ha ocurrido con el de Monte Perdido, también tuvo un respiro el invierno pasado, al aumentar 30 centímetros su espesor medio, frente a los casi 2 metros de pérdida del anterior, el de 2016-2017. Eso sí, es solo un paréntesis en el continuado retroceso a consecuencia del cambio climático, ya que se han perdido 21 metros en casi 30 años, desde que se inició la monitorización de esta masa de hielo cercana a otro glaciar, el del Aneto, en el valle de Benasque. El aumento se debe a las particulares condiciones del año hidrológico 2017-2018, con abundantes nevadas, que se prolongaron incluso durante la primavera.

Los datos los ha dado a conocer este lunes la Confederación Hidrográfica del Ebro, que lleva 27 años haciendo un seguimiento del glaciar. La red se instaló en octubre de 1991 con siete balizas, y actualmente hay colocadas 30. La campaña 2017-18 la ha realizado directamente la CHE con presupuesto propio (anteriormente se encargaba una empresa) y ha puesto cuatro nuevas para seguir mejorando la medición. La superficie ronda las 23 hectáreas, frente a las 50 al inicio de la serie.

"El glaciar de la Maladeta es uno de los mejores indicadores sobre cambio climático y por ello es tan importante mantener la toma de datos y un seguimiento que permita realizar una gráfica de evolución", han señalado desde el organismo de cuenca.

Esa evolución indica que el glaciar de la Maladeta tiene fecha de caducidad a consecuencia del calentamiento global. Los expertos estiman que dentro de 20 o 30 años habrá desaparecido, de acuerdo con un modelo de evolución realizado que tiene en cuenta diferentes escenarios de cambio climático hasta el año 2100. Esa sería la previsión más pesimista para la tercera mayor masa de hielo del Pirineo, cuya situación no difiere a la del resto de glaciares, como los del Aneto y Monte Perdido, que ocupan la primera y segunda posición. Sí es uno de los mejor estudiados, gracias al seguimiento específico realizado por la Confederación Hidrográfica del Ebro con el apoyo del Ministerio para la Transición Ecológica.

El borrador de un plan de protección de los glaciares del Pirineo promovido por el Gobierno de Aragón reconoce que pese a las medidas planteadas para evitar el deterioro y la pérdida de superficie, las posibilidades de actuar para su conservación son "muy limitadas", ya que el retroceso está mayoritariamente influido por las alteraciones climáticas, no tanto por los usos humanos.

La superficie total, calculada en unas 2.000 hectáreas a mediados del siglo XIX, se redujo hace 10 años hasta las 310. Según la última medición, de 2016, quedan 242. Pierden extensión y también volumen, y el progresivo deterioro amenaza con romperlos, como en el caso del Aneto, lo que aceleraría todavía más el proceso. El glaciar de Coronas ha pasado a ser un helero, el del Balaitús (con 23 hectáreas hace 38 años) ha desaparecido y el de la Maladeta se ha partido en dos.

En el Pirineo aragonés se encuentran los ocho macizos montañosos que actualmente albergan las últimas masas de hielo funcionales de la cordillera: Balaitús o Moros, Infierno, Vignemale o Comachibosa, Monte Perdido o Tres Serols, La Munia, Posets o Llardana, Perdiguero-Cabrioules y Maladeta -Aneto. En concreto, en el año 2012 sobrevivían 8 heleros y 10 glaciares. En el 1990, por ley, fueron protegidos como Monumento Natural.

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