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Alfredo Vizcarro: «El baloncesto me ha dado todo, ha llenado mi vida»

Recientemente galardonado con el Premio a los Valores Humanos en el Deporte, el ex presidente del Peñas relata su estrecha relación con el baloncesto.

Alfredo Vizcarro, en las mismas canastas de San Viator donde jugaba con Alimentos Porta.
Alfredo Vizcarro: «El baloncesto me ha dado todo, ha llenado mi vida»
RAFAEL GOBANTES

A pesar de su corpulencia, Alfredo Vizcarro (Cambrils, 1945) siempre ha destacado más por su talla humana. Su vida, desde la infancia, está unida al baloncesto. Llegó a Huesca con cinco años, y poco después empezó a jugar en el equipo de San Viator. A la Unión Deportiva Huesca llegó de la mano de Verbi.



Así es, después de los inicios escolares, en San Viator y el Ramón y Cajal, acudí a un entrenamiento de la Unión Deportiva Huesca y Verbi, quien sería como mi padre y a quien guardo un infinito cariño, me dijo: «A entrenar». Tenía 16 años cuando en el Alimentos Porta nos juntamos Paraíso, Lacruz, Palacio, Longino, Terrer, Sarasa, Trallero? Éramos como un pequeño equipo profesional. No cobrábamos, pero no recuerdo a nadie faltar a un solo entrenamiento durante siete años, tres días a la semana. Verbi no lo hubiera permitido.



Y años después nació el Peñas, cuyos inicios no fueron fáciles.


Efectivamente, en 1977 nace la aventura del Peñas. Hasta que no tuve treinta y tantos años, tenía que compaginar mi afición al baloncesto con el trabajo, que era necesario para dar de comer a la familia. Era calderero en los talleres de mi tío. Con el mallo, los motores, mucho esfuerzo físico. Pero hasta que el proyecto del Peñas no fraguó, no era posible ni imaginar vivir del baloncesto. Incluso después, siempre fuimos un club muy austero, no gastábamos una peseta de más y nuestros salarios eran los más ajustados. Trabajábamos sobre todo por amor al deporte, y poder vivir de eso era lo mejor que podía pasarnos.

 

Fue jugador, entrenador y secretario técnico, pero también padre, hermano y lo que hizo falta.

Sí, además entonces las relaciones eran diferentes, la gente trabajaba por hacer bien las cosas y el trato era diferente, más cercanas, más humano. Éramos sobre todo amigos, y eso se notaba. Incluso los taxistas, los conductores de autobús, todos se involucraban con una profesionalidad y dedicación impagables.

Y con toda esta dedicación y horas de trabajo necesarias, el tiempo para la familia, para estar en casa, sería muy escaso.

Sin ninguna duda, el verdadero premio debería ser para mi madre, mi esposa y mis hijos, que tanto tuvieron que aguantar. Entre mi madre y mi mujer han puesto millones de lavadoras de ropa deportiva. Como padre, recuerdo un viaje a Madrid, a presenciar una eliminatoria, al que fui con mi hijo mayor, y entre partido y partido le llevé a visitar el Prado, y a comer en el centro de Madrid para que conociera la ciudad. Aprovechábamos las 24 horas del día. Así, ahora me emociono con los recuerdos, porque antes no tenía tiempo ni para eso.

 

¿Y de quién y de qué se acuerda más, ahora que le premian y reconocen su trayectoria?

De los amigos que siempre he tenido a mi lado. Los que siguen aquí, y los que ya no están. De los partidos del Peñas, y también, especialmente, de los años del Alimentos Porta. En el patio de San Viator, que se llenaba, el público animaba y gritaba tanto que a veces no podía oírse ni el silbato del árbitro.

 

Y entre todos los trofeos que ha conseguido, ¿con cuál se queda?

El mejor trofeo posible son doce años en la ACB y una vida ligada al baloncesto. Que el Peñas de Huesca le ganase al Real Madrid de Petrovic es un mérito muy grande. Esas tardes de pasión y sufrimiento son irrepetibles. Este deporte ha llenado mi vida. Que el Peñas siga vivo hoy es una satisfacción y una ilusión enorme. Y que después de tantos años reconozcan tu trayectoria, y lo hagan destacando tus valores humanos, es muy emocionante, sientes que el esfuerzo ha merecido la pena.