HISTORIA

El último sublevado de Jaca pasa el siglo

Antonio Molés Ariño, el último participante vivo de la sublevación de Jaca de 1930, celebró esta semana su 102 cumpleaños. Molés hizo la mili en la ciudad altoaragonesa y declaró en el juicio de Galán y García Hernández.

El último sublevado de Jaca pasa el siglo
El último sublevado de Jaca pasa el siglo

Cruzar el siglo ya es una heroicidad, pero con su aspecto lozano y los recuerdos de una vida aún vivos es una proeza después de sufrir un ictus a su avanzada edad. Antonio Molés Ariño sopló tres velas el pasado lunes en una tarta, la del 1, la del 0 y la del 2, en su casa de Valcarca, una pequeña localidad altoaragonesa próxima a Binéfar. Su familia, que acompañó a este agricultor humilde y un republicano sin militancia alguna, desveló que es el último sublevado de Jaca con vida. Y Antonio, nacido en Llierp, en el valle del Turbón, celebró la fiesta con sus cuatro hijos sentado en su silla de ruedas, con medio cuerpo paralizado, pero con un semblante risueño.

Aún puede contar cómo salió indemne de aquel diciembre de 1930 en Jaca y no ser represaliado, como le ocurrió a su vecino de Valcarca, 'Mariñoso', al que se llevaron a África para pagar su participación en la sublevación. "Fui a Jaca a hacer la mili con 21 años, cuando se pasaban dos años en el reemplazo", rememora. "No bajé a Ayerbe con (los capitanes líderes de la sublevación) Galán y García Hernández. Me quedé en Jaca porque cogieron presos a unos hombres y los dejaron en el cuartel de la Guardia Civil. Eran 18 guardias civiles y nos dejaron a tres allí para vigilarlos", explica poco a poco el sublevado centenario rebuscando en la memoria.

De vigilante a detenido

Su hijo Antonio lo ayuda para enhebrar la historia de la sublevación de Jaca porque hasta hace cuatro días era "un secreto" en casa y la familia se enteraba más por sus compañeros que por boca de su propio padre. "Hubo jefes militares que también fueron arrestados", cuenta el hijo. "Luego, cuando fracasó la sublevación nos cambiaron y ellos nos detuvieron a nosotros", apunta el padre. "Salió el gobernador a pararlos. Fuerzas que fueron a Huesca volvieron a Jaca y nosotros ni nos enteramos", agrega.

Aquel 12 de diciembre, Molés se despertó en la Ciudadela en la fría capital jacetana y la sublevación fue al punto de la mañana. "Leyeron el edicto de la República en Jaca y se marcharon hacia Ayerbe", explica el sublevado. El artículo único del bando firmado por Fermín Galán decía: "Todo aquel que se oponga de palabra o por escrito, que conspire o haga armas contra la República naciente será fusilado sin formación de causa".

Antonio Molés Ariño aprendió que el miedo guarda la viña porque se libró de las consecuencias pese a estar en el lugar preciso y en el momento oportuno. "No ha querido hablar casi en 80 años. Me enteré que se quedó en Jaca por sus amigos", señala el hijo.

"No pensé que iban a matarlos"

El recluta fue citado como todos al consejo de guerra sumarísimo contra Galán y García Hernández que se celebró en Huesca. "Su sargento les recomendó que dijeran la verdad, es decir, que eran unos mandados. Tuvo suerte", señala su hijo, que lleva siempre consigo una bandera con el Che.

El sublevado centenario tiene muy claro que "al día siguiente del juicio los fusilaron". "Lo confirmo", responde como si estuviera en la vista oral del cuartel Pedro I de Huesca. "No pensábamos que iban a matarlos. Nunca lo creí, pero fue al revés".

A media mañana del domingo 14 de diciembre de 1930, el Consejo de guerra sumarísimo acabó su breve deliberación. Sus seis miembros, presididos por el general Arturo Lezcano, decidieron el fusilamiento de los dos capitanes del Ejército que, 48 horas antes, se habían sublevado en Jaca contra la monarquía de Alfonso XIII.

Su mujer se aprendió de memoria los romances de Fermín Galán, mientras Antonio Molés vio transcurrir la Guerra Civil en el frente del Estrecho Quinto hasta que fue detenido en Mollerusa. Lo reclamaron de su pueblo "por buena persona" y volvió a sonreírle la suerte. Al regreso a su casa de Llierp le devolvió de nuevo al universo de las ovejas, las vacas y el campo. Bajó del Pirineo a Valcarca, pero no cambió su modo de ganarse el pan. No fumó nunca. Vino, aceite y huevos, siempre de casa. Resiste y habla de Jaca: "Lo recuerdo con mucho cariño".